Día Sábado, 22 de Noviembre de 2025
Crónica de una mañana sin móvil (y con humanidad)
Siamo quattro gatti
No tengo pajolera idea de italiano más allá de “eco, quando arrivi a casa, ti merece un premio…., dove l,aqua, eco l,aqua”, cosas de la publicidad, como lo de “tónica per tutti, pago yo” que, además, me delata por encima del medio siglo. Ya si digo aquello de “soberano es cosa de hombres”, “busco a Jacks”, “busque, compare y si encuentra algo mejor, cómprelo” o “a mí plim, yo duermo en pikolin”, el linchamiento por machista, sin ser autor del anuncio ni consumir cognac o perfume, y por anciano prescindible, es inminente.
Lo título con la lengua de la bota por simple sonoridad y por aquello que dijo Steve McQueen en “los 7 Magníficos” contando la anécdota de un hombre de Sonora que se desnudó y arrojó a un lecho de cactus. Cuando le preguntaron por qué lo hizo, respondió: “en aquel momento me pareció una buena idea”, pues eso. También decía (o no, es apócrifo) Carlos V de Alemania y I de España:
Hablo en italiano con los embajadores, en francés con las mujeres, en alemán con los soldados, en inglés con los caballos y en español con Dios
Pa gustos los colores. Por encima de todo me ha parecido buena idea y punto.
Andaba (o anduvía, no sé lo que hacía) esta mañana dándole vueltas, mental no físicamente, a una cosa y he salido a la calle a despejarme y buscar algo de luz. También interior, claro. Nada más pasar la puerta de salida he sentido una desazón, como si me faltara algo. Me he palpado a conciencia bolsillos inferiores y superiores y constatado dos cosas: joder qué cachas estoy y lo llevo todo, incluido tabaco, mechero y tarjeta. No sabe uno nunca dónde acabará durmiendo (Pajares dixit). Así he echado a andar, sin prisa pero sin taponar la acera.
De frente venía un señor mayor empujando un carrito de bebé. Dormía el rollizo infante plácidamente, rezumando una serena paz ajena a cualquier preocupación. El bebé, aclaro. Toda la pinta de ser el abuelo jubilado afortunado de no alimentar palomas en el parque. Detrás una chica de unos veintipico años, maromenor, lucía una rubia media melena repartida casi matemáticamente entre los hombros, jersey blanco, pantalón negro y poca prisa pero evidente destino, no paseaba. O salía del trabajo a atender alguna gestión o algo parecido. Unos metros más allá, un claro grupo de compañeros de trabajo tomaba el café de media mañana en la barra externa de una cafetería. Un par de ellos fumaba, y mi legendaria capacidad analítica ha deducido por qué preferían la barra externa al interior del local. A mí con misterios ¡Jódete Conan Doyle!.
Sin destino predeterminado, me he detenido frente a un escaparate de un pequeño negocio de alimentación selecta. Quesos, patés, embutidos, latas de exquisiteces y vino de calidad. Tras un par de minutos observando, comparando mentalmente precios y, finalmente, deseándoles internamente una larga estancia en el local, sinónimo de éxito, me he puesto de nuevo y en silencio, en marcha. Casi tropiezo, y he dejado paso, a una señora mayor que acompañaba del brazo a otra mucho mayor. Madre e hija a todas luces, en un paseo a la luz de esta bendita ciudad que les soleara la piel y desentumeciera articulaciones castigadas por el tiempo. Le estaba cogiendo gusto a esto de no hacer nada y fijarme en todo. Por qué no continuar.
Me he cruzado con paseantes de perros provistos de botellines de agua (para diluir el pis) y bolsas para recoger excrementos Al revés es más difícil. Con una madre de la mano de dos niños de corta edad obviamente hermanos, un calco en facciones y ropa que, por alguna razón, trastocaban los planes de la misma no yendo al colegio. Con dos mujeres de cierta edad bloqueando la acera y hablando al mismo tiempo, y entendiéndose al parecer, sobre sus cosas (no soy curioso, no he puesto la oreja). Con una pareja ampliamente tatuada y provista de piercings varios que me ha llevado a pensar en los detectores de metales de los aeropuertos. Sin crítica alguna, simple asociación de ideas, en serio.
Y así, durante la casi hora y media que ha durado el paseo, me he ido fijando en personas y situaciones de todo tipo, desde el desesperado que insistente e insoportablemente hace sonar el claxon porque el coche de delante no acierta a aparcar a la primera, hasta clientes dentro de una óptica probándose gafas, compradores del cupón que conocen al vendedor y les dicen aquello de dame uno pero que esté premiado esta vez, grupos de güiris en pantalón corto y camiseta de tirantes, con cara de despistados y extrañas parlas, gente que mira desconfiada a un lado y otro mientras saca dinero del cajero y, finalmente, una mujer de amplias formas que vestida de negro deportivo corre de un lado a otro de la acera cada vez que el semáforo se pone en verde para los peatones. Quién no hace ejercicio es porque no quiere.
Cuando he vuelto a mi trabajo, obviamente, ni había resuelto lo que quería, ni tan siquiera recordaba qué carajo era, pero sí el motivo de mi desazón y nerviosismo inicial.
Bendito momento en que me dejé el móvil olvidado y me permitió fijarme en todo lo que me rodea.
Siamo quatro gatti
*Enrique Vila es abogado. Fundador del despacho Vila, Corell y asociados.












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