Martes, 28 de Octubre de 2025

Actualizada Lunes, 27 de Octubre de 2025 a las 23:49:32 horas

RAFAEL SIMÓN GALLARDO
RAFAEL SIMÓN GALLARDO Lunes, 27 de Octubre de 2025

No eres suficientemente patriota

Por un colaborador anónimo con ataques de pánico existenciales. Me desperté esta mañana con la sensación de que algo andaba mal en el universo. No era solo el café amargo o el hecho de que mi gato me miraba con desprecio — otra vez —, sino la certeza de que la derecha española seguía enredada en una de esas disputas que recuerdan a un matrimonio en crisis, pero sin el beneficio de la terapia de pareja.

 

Al parecer, Don Alberto y el Señor Abascal no dejan de lanzarse indirectas como si fueran granadas de feria: hacen ruido, humo y al final nadie sale herido. Es el espectáculo del insulto por megafonía, la acusación de no ser lo suficientemente patriota, el reproche de no odiar con la intensidad debida a los inversores de fuera... Vamos, lo que en mi barrio llamaríamos "el día a día".

Las peleas en la derecha suelen parecerse más a un tango mal bailado que a una pelea de bar. Saben que todo es coreografía, que al final hay que abrazarse y sonreír para la foto, pero de vez en cuando alguien pisa un pie y se monta el follón. Jurarán que no volverán a trabajar juntos, claro, hasta que llegan las elecciones y se dan cuenta de que solos... huelen a naftalina y derrota.

 

El Señor Abascal es como ese hijo adolescente que se fue de casa porque sus padres no le entendían. Don Alberto, el padre, intenta parecer moderno, se pone una camiseta de "Make America Great Again" y de repente se le escapa un "¡Arriba los valores de siempre!" en medio de la cena. Todos se quedan callados. Incómodo. Hasta el perro levanta una ceja.

 

Lo gracioso — si es que queda algo de gracia en este mundo — es que ambos comparten casi todas las ideas, especialmente aquellas que suenan bien en un eslogan y mal en un bar. Pero el Señor Abascal acusa a Don Alberto de ser blandito, de no expulsar inmigrantes con la suficiente convicción, y Don Alberto responde que él también puede ser duro, ¡mira cómo frunzo el ceño! le contesta...

 

Las disputas en la derecha se asemejan más a una función de teatro amateur que a una trinchera ideológica: todos saben que es una representación, que el público aplaude por compromiso y que, una vez bajado el telón, se irán juntos a tomar algo. Eso sí, de vez en cuando alguien se sale del guión, se olvida de que está actuando y se lía a tortas de verdad con el de al lado. Rompen el decorado, juran que no volverán a compartir escenario y se despiden con portazo.  

Hasta que llega el director —o en este caso, las urnas— y les recuerda que sin función no hay taquilla, y entonces vuelven a fingir que se toleran, aunque sea por puro interés.  

 

Al final, todo se reduce a esto: Vox es el cómico secundario que se cree protagonista, y el PP es el actor principal que no sabe cómo quitárselo de encima sin arruinar la función.

 

Y mientras, los desertores. Vaya si los hay. Vox es como esa banda de rock que empezó con ilusión y ahora solo toca en garitos cutres porque el batería se fue a vender seguros, el bajista abrió un herbolario y el guitarrista se hizo youtuber. Solo queda el vocalista, rodeado de un coro que asiente con entusiasmo, pero que en el fondo solo quiere que le firmen una nómina.

 

Doña Macarena intentó montar su propio grupo, "Tacones lejanos", pero no cuajó. Quizás porque la gente ya no cree en milagros, solo en rebajas.

 

Y luego está Don Juan García Gallardo, el que fue a un congreso de fotógrafos... sin cámara. Solo llevaba la tapita de la lente en el bolsillo, como si con eso bastara. Yo lo comprendo. En mi juventud, a veces me colaba en conferencias de filosofía existencial con un cuaderno vacío y una expresión de profundidad adquirida. El problema es que pasados los 40, uno debería saber que no se puede disparar sin munición... ni siquiera metafóricamente.


 

Por lo demás, y fiel a su ADN, Vox funciona como una especie de restaurante de moda al que los chefs famosos llegan con estrépito... pero se van por la puerta de atrás antes de que sirvan los postres. Se marchó el señor Alejo, se fue doña Cristina, abandonó el señor Espinosa, colgó el delantal don Luis, dijo "hasta nunca" don Francisco y se esfumó doña Rocío.

 

Con cada despedida, Vox se va convirtiendo en ese local que solo conserva al dueño original —un tanto pálido y con sonrisa fija— atendiendo las mesas, mientras un puñado de comensales fieles aplaude cada plato que sale de la cocina... vacío. Al final, lo que queda no es un partido, sino un homenaje a Abascal: el musical.

 

En fin, todo este espectáculo me recuerda a aquella vez que fui a ver una función de Romeo y Julieta interpretada por marionetas. Al final, Romeo tropezó con su propia capa y Julieta se quedó colgada de un hilo. El público no sabía si reír o largarse. Alguien detrás de mí susurró: "Vámonos, que estos ni se matan".

 

Pues eso.

 

*Rj. Simón, es médico y cuenta cuentos inveterado...

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