Del Sábado, 04 de Octubre de 2025 al Jueves, 30 de Octubre de 2025
CARTA ABIERTA AL SEÑOR MIGUEL LAGO
Los docentes merecemos respeto, no culpabilidad

. COLUMNA DE OPINIÓN
El pasado 15 de octubre, durante la emisión del programa Y ahora Sonsoles (Antena 3), el humorista Miguel Lago pronunció una frase que nos ha indignado a miles de docentes en toda España. Dijo literalmente:
“Pasan más tiempo con vosotros que con nosotros, y luego saltan por el balcón… perdón.”
A lo que Sonsoles respondió:
“No pidas perdón.”
Estas palabras no solo resultan dolorosas, sino que son profundamente injustas con quienes cada día convivimos con la complejidad emocional de nuestros alumnos. No se puede hablar con tanta frivolidad de un tema tan grave como el acoso escolar y el suicidio adolescente, ni lanzar insinuaciones que responsabilizan al profesorado de tragedias que desbordan cualquier aula.
Quienes trabajamos en la educación sabemos que la escuela es, en muchos casos, el único espacio donde se les escucha, se les comprende y se detecta su sufrimiento. En nuestras aulas hay más de veinticinco estudiantes, cada uno con su historia, su entorno y sus dificultades: TDAH, dislexia, trastorno del espectro autista, ansiedad, depresión, síndrome de Tourette… Y aun sin recursos suficientes, intentamos llegar a todos.
Muchos docentes somos los primeros en advertir una señal de alarma: un silencio que duele, una mirada vacía, un aislamiento, una frase doliente, o incluso un dibujo inquietante. Pero cuando lo detectamos y activamos los protocolos (contra el acoso escolar o de riesgo de salud mental), nos encontramos con un sistema saturado: las unidades de salud mental infantil y adolescente (USMIA) tienen listas de espera de meses, conseguir citas periódicas con un psiquiatra o psicólogo es una odisea, y los servicios de orientación escolar están desbordados.
Mientras tanto, el alumno sigue viniendo al colegio, y somos los profesores quienes sostenemos emocionalmente su día a día, sin apoyo ni descanso, muchas veces desde la impotencia.
Señor Lago, no se trata de buscar culpables, sino de asumir responsabilidades compartidas. Porque sí, los jóvenes pasan muchas horas en el colegio, pero eso no convierte al profesorado en su única referencia emocional ni en responsable de su bienestar mental.
Como docente y padre de tres hijos adolescentes, he comprobado que muchas familias viven desbordadas, ausentes o sin formación emocional para acompañar a sus hijos. He visto casos en los que los padres reconocen haber encontrado mensajes, dibujos o cortes en los brazos, y aun así no buscar ayuda “para no alarmar” o por miedo al “qué dirán”. Y cuando la escuela detecta y comunica esas señales, no siempre encuentra respuesta ni colaboración.
Nuestros alumnos necesitan familia, escuela, sanidad y sociedad trabajando juntos. Necesitan presencia, escucha y empatía, no discursos mediáticos que simplifiquen un drama tan complejo.
Los docentes no pedimos privilegios, pedimos herramientas para poder cuidar de verdad a nuestro alumnado. Si queremos prevenir el sufrimiento y salvar vidas, hace falta:
• Reducir las ratios: no se puede atender emocionalmente a treinta alumnos por aula.
• Refuerzo psicopedagógico estable en todos los centros.
• Más profesionales de salud mental infantil en la sanidad pública.
• Formación específica en detección temprana y acompañamiento emocional para docentes y familias.
Sin esos recursos, hablar de prevención es solo un eslogan vacío. Y mientras tanto, somos nosotros —los profesores— quienes acompañamos en silencio a adolescentes que lloran, que se sienten solos o que cargan con mochilas emocionales que no pueden conllevar solos.
El acoso escolar y la salud mental infantil y adolescente no puede tratarse como un tema de tertulia ligera. Cada palabra que se pronuncia en televisión tiene un impacto enorme, especialmente cuando se habla de algo tan delicado como el suicidio. Por eso, señor Lago, sus palabras no solo ofenden: desinforman. Los profesores no somos culpables de las carencias de un sistema que nos supera.
Somos, muchas veces, quienes evitamos que ese sufrimiento acabe en tragedia.
En su intervención, usted pronunció un tímido “perdón”, pero la presentadora le respondió: “no pidas perdón”. Pues bien, sí debía haberlo hecho, y todavía está a tiempo. Porque sus palabras dolieron. Duelen cuando uno ha pasado noches sin dormir pensando en un alumno que se autolesiona. Duelen cuando uno intenta derivar a un adolescente y le dicen que la primera cita disponible es dentro de tres meses. Duelen porque nosotros sí estamos ahí, cada día, acompañando, escuchando, sosteniendo.
Atentamente,
Javier Yebes
Padre de tres adolescentes y profesor de adolescentes.
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