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RAFAEL SIMÓN GALLARDO
RAFAEL SIMÓN GALLARDO Viernes, 12 de Septiembre de 2025

Un disparo que pudo evitarse

CHARLIE KIRK

No fue un hecho aislado, ni un episodio inesperado que llegó sin aviso. La muerte de Charlie Kirk, a manos de un disparo certero en una universidad de Utah, no es solo el desenlace de un suceso trágico, sino la expresión descarnada de un fenómeno mucho más profundo y corrosivo que ha ido horadando el tejido social: la violencia política como consecuencia directa de una polarización extrema de la  izquierda que es la única que justifica el uso de la agresividad contra el adversario mientras se queja de asimetría y de víctima.

 

Hay que entender primero el caldo de cultivo en que se incubó esta tragedia. No es casualidad que Kirk, una figura divisiva por excelencia, se encontrara en el centro de un huracán de tensiones. Durante años, la política contemporánea se ha convertido en un juego brutal donde las posiciones se extreman, los matices se diluyen, y el adversario ya no es un interlocutor, sino un enemigo declarado que se deshumaniza bajo el epíteto de fascismo .

Este fenómeno no es exclusivo de Estados Unidos, ni siquiera de la política universitaria. Es un síntoma global, potenciado por la fragmentación mediática, la viralidad de las redes sociales y la cultura del insulto. La tecnología, lejos de acercarnos, ha creado burbujas de información donde la empatía y la verdad ceden terreno a la desinformación y al discurso de odio que sorpresivamente cae del lado del que más lo denuncia. En ese ecosistema, figuras como Kirk emergen como líderes indiscutidos para su tribu ideológica, lo que trae consigo que los contrarios lo identifiquen como provocadores intolerables que deben ser eliminados para mejora de la comunidad.

 

El joven conservador fue un orador que contestaba todo tipo de cuestión sin diferenciar el origen de la misma, buscaba el consenso y el respeto y fue por esto por lo que ha sido eliminado. Su estilo directo y a menudo polémico, le valió tanto seguidores fervientes como enemigos acérrimos. Los irrespetuosos han considerado que su actitud justifica un fuego que muchos, quizá sin intención, terminaron creyendo que era legítimo avivar hasta las últimas consecuencias . En sus intervenciones, advertía sobre la amenaza de violencia, pero al mismo tiempo sus palabras podían ser leídas como parte de una dialéctica confrontativa que exacerbaba al contrario.

Por otro lado, la juventud universitaria que se congregó ese día no es ajena a las tensiones del momento histórico que les ha tocado vivir: una época marcada por la fragmentación ideológica, el cansancio ante un sistema político que muchos consideran corrupto o ciego a sus demandas, y la sensación de que la palabra ya no es suficiente para cambiar nada. En ese caldo de cultivo, el enfrentamiento verbal y simbólico puede escalar con facilidad hasta convertirse en violencia física.

 

La universidad, espacio que debería ser cuna del debate y la reflexión, ha quedado atrapada en esa lógica perversa donde la intolerancia crece. Los muros que separan a "nosotros" y "ellos" se vuelven infranqueables, y el diálogo se reemplaza por la confrontación. Cuando la política se torna espectáculo y los líderes se transforman en iconos inamovibles, cualquier gesto o palabra fuera de lugar puede encender la mecha.

El disparo que mató a Kirk no solo es un acto de violencia individual; es la manifestación tangible de una sociedad fracturada, donde el otro es percibido como amenaza y donde la violencia se convierte en respuesta. Es la consecuencia de años de una política que ha abandonado la moderación, que ha alentado la demonización del adversario y que ha permitido que el odio se institucionalice.

Esta tragedia debería ser un espejo para todos. No solo para la derecha o la izquierda, sino para cualquier actor político o social que olvide que detrás de cada ideología hay personas, que la discrepancia no es enemistad y que el debate es el alma de la democracia. De no hacerlo, estaremos condenados a ver más balas romper el silencio y a más jóvenes convertidos en mártires de una guerra que no quisieron, pero que les ha sido impuesta.

 

*Rafael Simón Gallardo es médico y cuenta cuentos inveterado...

 

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