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RAFAEL SIMÓN GALLARDO
RAFAEL SIMÓN GALLARDO Domingo, 24 de Agosto de 2025

El humo, el fuego y la necedad

El aire huele a humo. A kilómetros de las llamas, el olor a bosque quemado se te mete en la nariz, en la garganta, en el alma. Es el olor de la derrota, del desastre anunciado y de la estulticia. Y en las televisiones y periódicos, los mismos de siempre, con sus caras compungidas, sueltan las mismas monsergas de siempre: el cambio climático, la ola de calor, el destino fatal.

Pero a los que hemos visto arder el monte, a los que nos hemos manchado los zapatos de ceniza, esa letanía nos suena a excusa barata. Una cortina de humo, nunca mejor dicho, para tapar una realidad mucho más prosaica y mucho más sangrante: la de una gestión negligente, la de una ideología de salón que ha convertido nuestros bosques en auténticos polvorines.

Hace años, los viejos del lugar, la gente que vivía del campo, sabían cómo mantener a raya la furia del fuego. Limpiaban el sotobosque, desbrozaban, creaban cortafuegos con sus vacas y sus rebaños. Sabían que el monte es un ser vivo que necesita un cuidado, un respeto, una mano que lo guíe. Pero llegaron los iluminados, los urbanitas con sus dogmas y sus leyes, y declararon el bosque intocable.

El resultado, a la vista está. Kilómetros de matorral, de maleza seca, se acumulan como la pólvora a la espera de una chispa. Y cuando el fuego prende, da igual que sea un pirómano o un rayo, la bestia se desata. Lo que antes era un conato, ahora se convierte en un infierno incontenible, un monstruo que devora hectáreas, vidas y la esperanza de generaciones.

No es que no hiciera calor antes. Ni que no hubiera pirómanos. El problema, amigo, es que antes sabíamos cómo luchar contra ellos. Y ahora, una telaraña de normativas ha atado de pies y manos a la gente del campo, a los guardas forestales, a los que de verdad saben de esto. Se ha optado por una política de extinción, de mandar aviones y helicópteros cuando la tragedia ya está en marcha, en lugar de una política de prevención. Es como esperar a que tu coche se estrelle para ponerle los frenos. O, peor aún, como dejar que tu casa arda en vez de tener una extintor a mano.

 

Un negocio de humo y dinero

Y aquí, como en todo desastre, aparece el tufo del dinero. Porque extinguir un incendio, a diferencia de prevenirlo, es un negocio formidable. Mientras que limpiar una hectárea cuesta unos cientos de euros, apagarla puede salir por quince mil. Y en este río revuelto, los peces gordos hacen su agosto.

Hay quien habla ya, sin rubor, de un "cártel del fuego". Y no es una idea descabellada si uno mira las cifras y las empresas que se lucran con la catástrofe. Empresas como TRAGSA, ese gigante público que, como la mayoría de los entes estatales, es un nido de enchufados y una herramienta para la política. Un chiringuito en el que se colocan a los amigos, a las "Jésicas" de turno, y que maneja presupuestos de miles de millones de euros.

Mientras los bomberos se juegan la vida y la gente pierde sus casas, otros se frotan las manos. Una apuesta por la prevención, por el sentido común, pondría en peligro ese pingüe negocio. Y eso, amigo, es un pecado capital en este país.

 

Ecologistas que queman la ecología

La gran paradoja, la que te hace dudar si reír o llorar, es que toda esta política, disfrazada de ecologismo, acaba por ser la peor enemiga de la naturaleza. Al declarar los montes intocables, no solo impedimos la prevención, sino que condenamos a los animales a una muerte terrible, achicharrados en una barbacoa gigante. Y toda esa lucha contra el CO2, todos esos esfuerzos y restricciones para reducir las emisiones, se volatilizan en un par de semanas de incendios forestales. El CO2 que habíamos ahorrado en meses lo lanzamos a la atmósfera en un santiamén.

El problema, al final, es uno solo. La arrogancia de la ideología sobre la experiencia. La necedad de los despachos sobre el conocimiento de la tierra. Porque mientras la realidad tozuda nos golpea una y otra vez, hay quien prefiere seguir mirando al bosque sin verlo, y culpar al cielo en lugar de mirarse a sí mismo. Y así, año tras año, seguiremos viviendo bajo un cielo de humo.

 

*Rafael Simón Gallardo es médico y cuenta cuentos inveterado...

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