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ENRIQUE VILA
ENRIQUE VILA Domingo, 27 de Julio de 2025

Quod natura non dat, Salmantica non præsta

Al hilo de las recientes noticias sobre falseamiento de curriculums – nueva serpiente de verano – no hace mucho escuchaba a un opinador (también llamados tertulianos) en una emisora de la que no quiero acordarme, poner el dedo en la llaga. Desde hace mucho, por comprobación directa, tengo claro que el paritorio en que ven su primera luz tales fantasmas acomplejados es la Universidad. He pasado por ella y lo han visto estos ojos.

 

Tres, es un personal punto de vista, tipos de alumnos la pueblan. Aquellos que ilusionados y entregados ocupan las cuatro primeras filas del auditorio. Llegan puntuales, toman veloces apuntes, demuestran atención con preguntas adecuadas, se interesan vivamente por el caso y dedican las restantes horas, fuera o dentro del recinto, a repasar, adelantar o completar lo escuchado. Atienden consejos del profesor y se afanan en obtener unas calificaciones que adornen, merecidamente todo hay que decirlo, sus expedientes académicos. ¡Benditos sean por siempre!. A muchos de ellos debo mi licenciatura.

 

La gran mayoría me cedía gustoso las notas que no podía tomar desde el club social. Bien es verdad que no todos, pero he tenido la inmensa suerte de toparme con más de los primeros. Las mismas gracias que les doy y daré siempre deberían hacerlo varias de las fotocopiadoras de dentro y fuera del campus, a las que contribuí económicamente durante los cinco años de carrera. Me gané a pulso el mote de “Enrique fotocopias”. No es coña.

Otros aprendimos a jugar al mus muy decentemente a base de constancia y dedicación. Al dominó, la pocha, la escoba o cualquier juego de cartas cuando íbamos por el recinto universitario. Toda excusa era buena para no entrar en clase. También nos entregamos a descubrir bares y locales con los bocadillos y cañas más baratos, a montar y organizar las “fiestas universitarias” (de bienvenida, de Navidad, de Semana Santa, de medio curso, de despedida del curso, etc.). Cara de la moneda, la cruz venía cuando un par de meses, en el mejor de los casos, antes de los finales nos encerrábamos en el piso desocupado del alguien con esos apuntes fotocopiados e intentábamos pasar los finales puestos de cafeína hasta las cejas.

 

A aquellos pisos les llamábamos “La Morada del Engaño” porque según entrábamos hacíamos un muy optimista “programa engaño” de horas, temas y dedicación que, curiosamente o no tanto, nos dejaba el primer día libre para salir de farra. Oye, y ni tan mal, como dice el presi. ¡Qué tiempos y lo que daría por repetirlos!.

La tercera categoría la componen seres menos respetables. En cuanto pisaron la zona vieron las posibilidades. Visitando departamento tras departamento intentan introducirse políticamente en ellos, medrar sin valía y significarse. Ascender en el partido, en cualquiera de ellos, para esto no hay color. Conectar con la tendencia y prosperar. Nada importa salvo el ascenso en el grupo, nada salvo alcanzar la meta. Y vaya si lo consiguen. Siembran en campo abonado, los partidos necesitan adeptos, creyentes y sangre fresca dispuesta.

 

Pronto se integran y mimetizan con el entorno. En breve acceden a cargos representativos que les reportan privilegios, accesos y visibilidad. Nada les pone más cachondos. Algunos terminan y otros no, sucumbiendo a la tentación de “todo esto te daré” que el ángel caído les ofrece cuando entran en las listas de elegibles/as/os. Y ahí acaba su periplo universitario.

A esta tercera clase pertenecen los fantasmas (curiosamente palabra sin género) que falsean sus currículos. Innecesario el grado en psicología para comprender que ello esconde un complejo y una culpa. Una vergüenza personal junto con el interés de ocultarla que tiene, justamente, el efecto contrario. Aquello de “que sepáis que soy la persona más humilde del mundo” o “te he dicho más de un millón de veces que no me gusta que exageres”.

 

La culpa de ello es compartida, seis a cargo de la nefanda politización de la Universidad y media docena para los que la usan en su ascenso político. Así nos va. Habituados a los atajos, a la conspiración y engaño, sus falsos antecedentes académicos resulta pecata minuta. Puestos a falsear, la fundada sospecha que no se ciña sólo a eso se convierte en indicio claro de ser punta de iceberg que oculta el restante 90% del bloque de hielo flotante.

Como casi toda norma de comportamiento la solución depende de dos variables. La primera y deseable, que sea entendida como una obligación, ética o moral. Es decir, salvo contadas excepciones cuando terminas de comer en un restaurante abonas la cuenta porque lo asumes procedente. Lo mismo a la hora de poner combustible o cualquier otra actividad cotidiana. La segunda, menos atractiva pero igual de necesaria, que las consecuencias de incumplir la norma sean perjudiciales y graves, de forma inmediata, directa y clara, para quien comete la infracción. Sin la concurrencia de cualquiera de ellas el comportamiento humano es como el arbolillo que crece torcido y no se reconduce, acaba más torcido o en el suelo.

 

No descubro la pólvora resaltando que la ejemplaridad brilla por su ausencia entre nuestros actuales dirigentes. Sin excepción en cuanto al grupo. En lo personal no me atrevo a juzgar, no les conozco más allá de su proyección pública y de las noticias que desvela el cuarto poder. Por ellas sé que nos gobierna un mentiroso patológico aferrado a la silla carente de principios democráticos; que ministros de Hacienda han legislado ad hoc para cobrar mordidas; que primeras firmas de partidos, algunos actualmente en prisión, presumían de feminismo mientras eran verdaderos machirulos puteros; que dónde digo digo ahora digo Diego, es una costumbre extendida, admitida y consentida sin consecuencias; y que, lo más triste en mi opinión, todo se perdona, todo se admite, todo se disculpa mientras provenga de los míos y no de contrarios; que una mano de rebote en el área del Madrid es penalti de libro para el culé y simple incidencia para el merengue. Una lástima pero una realidad.

 

Maldito arbolito que los jardineros no atendimos en su día evitando que se torciera cuando aún era tierno y flexible, cuando el remedio era sencillo para que creciera recto, robusto y dado buena sombra.

 

*Enrique Vila es abogado. Fundador del despacho Vila, Corell y asociados.

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