Demencia colectiva
Contemplando el pasado, es inevitable sentir un profundo desasosiego al observar cómo nuestra democracia, que ha perdurado durante cuatro décadas en uno de los países con mayor legado histórico en Europa, se encuentra acorralada por individuos que carecen de respeto por su patria. La corrupción moral que invade a la clase política, dispuesta a manipular y sobornar para mantener su reino —incluso si es a costa de un soporte artificial—, provoca una indignación incontrolable. Este grupo de charlatanes, a veces corruptos, siempre arrogantes, ha hecho de España un espacio de complejidades y complicidades.
Los orígenes del problema radican, en gran medida, en la vieja clase dirigente de izquierdas, cuyo insaciable deseo de enriquecimiento y falta de rendición de cuentas provocaron, al empujar los límites, el estallido de una crisis inminente. Sin embargo, no están solos en esta travesía de desencanto. El interés espurio de empresarios complacientes se entrelaza con la demagogia de figuras oportunistas, aliados del analfabetismo en su versión más agresiva, y todo ello se potencia por la falta de acción del Estado español. Este mismo Estado que ha dejado de lado su deber, convirtiendo cada gesto de autoridad democrática en un clamor por la intolerancia —lo que antes era patriotismo hoy se considera un acto fascista—.
Desde hace años, la juventud ha crecido en un ambiente enrarecido de desprecio hacia lo español, condenándola a un futuro desgarrador. En esta atmósfera de odio, se olvida que nuestra comunidad no es una isla desierta; todos somos culpables. La irresponsabilidad se extiende por todo el estado y su forma autonómica, alcanzando a aquellos que, conscientes de los peligros existentes, fraccionaron competencias esenciales en diecisiete pedazos.
La insensatez de la izquierda que ha logrado que la bandera y la palabra "España" sean vistas como patrimonio exclusivo de la derecha también pesa en la balanza. Y no hablemos de una derecha que, ávida, se ha apoderado de esos símbolos en sus oscuros intereses. Los líderes que han gobernado desde González hasta Rajoy han permitido que el nacionalismo, en primera instancia, descalifique y, más tarde, menosprecie los emblemas de nuestra nación, estigmatizando a quienes se atreven a protegerlos.
Los responsables también son los ministros de Educación que han permitido que la falsedad se incruste en los libros de texto, creando generaciones de jóvenes que ven el desprecio como un camino legítimo hacia el futuro. Las autonomías con lenguas propias han fallado al no respaldar a los padres que exigían el uso del idioma español utilizando chantajes para abolir el castellano.
Un país que no actúa frente a quienes silban su himno y escupen su bandera se convierte en cómplice de su propia ruina. Y los medios de comunicación, esos que levantan la voz ahora y olvidaron hacerlo antes al ser esclavos de la propaganda y el dinero institucional han sido testigos mudos durante demasiado tiempo, tildando de alarmistas a aquellos que alertaban sobre el desastre que se gestaba y acusándolos de bulos y pseudomedios.
Es innegable: somos culpables al no exigir racionalidad a una sociedad civil que quedó atrapada entre manipuladores sin escrúpulos. Muchos se han visto obligados a esconder su identidad para sobrevivir; a esos mismos españoles a los que ahora les exigimos que se mantengan firmes les hemos dejado desprotegidos, aplastados por la élite corrupta que les silencia.
La herida es profunda y, pase lo que pase, el daño causado por la codicia desmedida es casi irreparable. La indiferencia y el temor nos han convertido en cómplices. Nuestra herencia, la España con los héroes de antaño, hoy camina en una senda de desmoronamiento moral, después de haber sido un referente de dignidad y cultura a nivel mundial.
Que no caiga en el olvido la responsabilidad que tenemos en la construcción de un futuro que honre su memoria reconstruyendo todo aquello que hemos permitido que se perdiera por perseguir el falso modernismo de un progreso ineficaz e inexistente.
*Rafael Simón Gallardo es médico y cuenta cuentos inveterado...
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