A mi hermano Popeye (Noel Carrión López)
Pido perdón por lo personal. De verdad. Pero no me nace nada más. Entendería perfectamente y sin rencores que ni tan siquiera se publicara. Te voy, te vamos, a echar mucho de menos hermano.
Escribo estas líneas a lo Bukowski, sin pretensión alguna de comparación con el genio de la desesperación y el infortunio, únicamente asimilable por el grado etílico con que solía plasmar sus visiones. Esos momentos tristemente lúcidos en que los dedos no aciertan la tecla pero los pensamientos son claros, diáfanos. Cómo él, me enciendo el cigarrillo de turno.
Sabes que queda poco por decir, he tenido la fortuna de hacerlo antes, pero siempre falta algo. Que se te quiere, es obvio, dicho, claro y repetido. No hay duda. Que se te echará de menos, mucho más. Que todo lo que dejas es inmenso, inabarcable, queda fuera de duda. Lo sabes y confío en que te da la paz necesaria.
Tu fuerza y determinación siempre me han recordado a Leonidas. Aquel espartano que frente a una fuerza inmensamente superior cuando le pidieron rendir y entregar sus armas les dijo “Molon Labe”, ven y tómalas, si tienes cojones, añado yo. La rendición no es una opción y menos para ti, sería la primera vez y todos sabemos que no ibas a manchar tu hoja de servicios.
No eres el rey espartano, no. Eres Popeye, como todos te hemos conocido siempre. Ni por el ojo a la virulé, ni por darle a las espinacas, ni por la fuerza de tus brazos. Aunque darlas, como panes y cuadradas, darlas, las dabas cuando hubo caso y necesidad. Sino por la película de Friedkin “French Connection” y el parecido que alguien te vio con Gene. Ahí se quedó para siempre.
Ha tenido que ser un huracán, un inmenso ciclón, un tsunami, un terremoto, una fuerza bestial la que te venciera, tonterías las justas. El maldito bicho silente, sin atreverse a dar la cara porque lo habrías vencido. Creciendo en tu interior y haciéndose fuerte por cobardía de ser derrotado si asomaba la patita antes de resultar indestructible. Animal dañino y mezquino, bastardo y miserable alieno que se arraiga en otros para sobrevivir.
Mejor que yo lo dijo el poeta, “un manotazo duro, un golpe helado, un hachazo invisible y homicida, un empujón brutal te ha derribado”, miedoso y sabedor que de haber tenido media oportunidad habría sido derrotado.
No te lloro, no querrías, te añoro y te añoraré. Siempre fuiste pionero, el primero de la fila, el que antes se arrojaba al meollo, quién sin miedo nos abría el camino de aquellos 80 y 90 convulsos, desconocidos y, por eso, de lo más divertidos. Batera de Vicios Modernos y Karne de Psiquiátrico, te veo aún en aquel “baretis” (el Alter Ego) escondido en los bajos del Barrio Viejo, dándola caña con el “Pescao” al bajo, el “Santi” a la guitarra y el “Sensible” al micro, creo que el “Podrido” también estaba pero si tocaba algo no me acuerdo. Un pipiolo imberbe de 14 años tomando su volldamm entre oscuros punks, seguro y tranquilo porque estabas allí. En el “27 Cotinos” del Barrio, tocando en el balcón y levantando ampollas, con el “Sensible” a vuelta lanzada y subido a la barandilla a punto de caerse y darse una piña de la que se habría resentido sólo el día siguiente. Por no hablar del concierto en Juan XXIII, a sillazos, protegiendo los instrumentos y por patas. Mucha guerra para tan pocos soldados y en campo ajeno. ¡Pa qué las prisas, qué momentitos”. Si alguien tiene lo que hay que tener que venga y nos los quite, le esperamos. Buena suerte.
Las tardes de servicio en el restaurante de tus, mis, padres. Verdadero “Master” de vida tratando con lo más variopinto, policías, chicas de moral distraída, tejos por doquier, gente amable y otros, los menos, desconsiderados. Brutos y finos, graciosos de salón y silentes comensales. Casi siempre con el cuerpo torcido de la noche anterior pero al pie del cañón. Si tienes lo que hay que tener para salir, lo tienes para trabajar ¿te suena?. Las broncas entre los camatas y la cocina y, por fin las 16,00, cerramos cocina, se recoge el salón y al ritmo del “Anson Chicapar” apilamos las sillas para la siguiente jornada esperando el reparto de propinas. Me encantaría tenerlo grabado para revivirlo en bucle.
O el primer cumple de Cucho y Oscar que nos fuimos los cinco a cenar y después al Mini Golf donde perdimos todas las pelotas y algún que otro palo, saliendo en fila como los Dalton y dejando los que quedaban. Mientras PPtoni encendía el motor del R8 (si ese coche hablara nos deportaban, como mínimo, a Júpiter), y la encargada la preguntaba con acento “guiri” a Cucho ¿Y las pilotass?, ¿Qué pilotass? Respondió él mientras corría y entraba en el coche por la ventanilla trasera al tiempo que chillaban (o gritaban) las ruedas. ¡Pa qué las prisas, bro! (¡for what the hurries!, en inglés).
Poco más queda por decir, he intentado hacerlo antes. Hace tiempo que pasé de la estúpida vergüenza masculina, de macho alfa, de decirle a un amigo, a mi hermano, que le quiero. Lo que no se dice, lo que no se hace, se pierde en el infinito “como lágrimas en la lluvia” (¡mira que nos ha gustado siempre Blade Runner, eh!). Te lo he dicho y me has respondido. Quizá criticarte, no todo lo has hecho bien, que en esta carrera hayas querido también ser pionero, no hacía falta, pero tú erre que erre, pa chulo chulo mi pirulo.
Dignísimo portador del “Estandarte del Cuervo”, ya sabes, la leyenda asgardiana del pendón que Odín regaló a los dioses y otorga al ejército que la ondea la victoria en el combate. No es gratis, reclama como tributo la vida de quién tiene el honor de portarla. Impagable metáfora que quién quiera entender que la entienda.
En fin, se te quiere y se te querrá. Saluda por ahí a Pepe, Antonia y Loli, a mi querido padre y a cuantos consideres merecedores de tu atención y despreocúpate, de verdad, tus hermanos de sangre y de vida estarán siempre con Mar como tú querrías, como tú harías, como tú has hecho. Recuerda, eso sí, que Dios (o aquel en que cada cual crea) envía sus mejores guerreros a las más cruentas batallas.
Un último deseo, querría que estés donde estés seas tan feliz como nos hace el primer trago de la primera cerveza del día. Eternamente.
¡Cómo se te va a echar de menos, hermano!
*Enrique Vila es abogado. Fundador del despacho Romiel y Vila Abogados.
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