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RAFAEL SIMÓN GALLARDO
RAFAEL SIMÓN GALLARDO Domingo, 25 de Mayo de 2025

El Incendio del Teatro

Era una noche cualquiera en el Teatro Nefelibata, un lugar donde los sueños se mezclaban con el humo de los cigarrillos y el aroma a palomitas, como si Shakespeare se hubiera puesto a hacer palanca con el espíritu de un payaso. La sala estaba repleta de cabezas alegres, esas que asisten a un espectáculo de variedades esperando que la risa les cure las penas, aunque en algunos casos, como el de Don Gregorio, lo que necesitaban era un buen médico y no un espectáculo de variedades.

 

Don Gregorio, un crítico de arte disfrazado de espectador, se acomodaba en su butaca con el aire de quien lleva consigo la carga de la cultura. "¡Ah, el arte! ¡El arte es la salvación de la humanidad!", murmuraba mientras su mirada crítica se paseaba por el escenario. En ese momento, un payaso, cuyo nombre era Pipo, salió de los bastidores como un derviche, con una peluca color arcoíris y una nariz roja que parecía más una señal de alarma que un adorno.

 

—¡Atención, atención! —gritó Pipo, alzando los brazos como si quisiera volar—. ¡Se ha declarado un incendio en los bastidores!

 

El público, en su mayoría compuesto por almas inocentes y risueñas, creyó que era parte del show. Aplaudieron con fervor, como si el payaso hubiera anunciado el regreso de un viejo héroe de la comedia. Pipo, perplejo, intentó repetir la noticia.

 

—¡No, en serio! ¡Un incendio! ¡Fuego! ¡Llamen a los bomberos!

 

La respuesta fue un aplauso más estruendoso, como si cada aclamación fuera un intento de apagar el fuego con alegría. La ironía del momento se sentía en el aire, como un perfume fuerte que provoca risa y náuseas a la vez. El público, en su burbuja de felicidad, no se percataba de que estaban al borde de un desastre. Mientras tanto, Don Gregorio se sacudía el escepticismo de encima, pensando que tal vez el payaso estaba haciendo una crítica social sobre el estado de las cosas en el mundo. "¿Acaso no es esto una metáfora de la vida misma?", reflexionaba, mientras otros a su alrededor sólo pensaban en lo bien que se estaban divirtiendo.

 

Al fondo, en la esquina izquierda del teatro, una mujer de cabellera plateada, que podría haber sido la musa de algún poeta perdido, exclamó: "¡Esto es un escándalo! ¡Estamos en peligro!". Pero su voz se perdió entre el bullicio de carcajadas y ovaciones. A medida que el humo comenzaba a filtrarse por el escenario, Pipo intentaba, entre risas y aplausos, hacer un llamado a la razón.

 

—¡Por favor! ¡Que alguien traiga yn extintor! —gritó, mientras su sombrero se caía al suelo, como si fuera la última esperanza de la cordura.

 

Al final, el fuego devoró los bastidores y, en lugar de un grito de alarma, el teatro estalló en una ovación a Pipo, quien, con su cara pintada de blanco y su voz ahogada por el humo, se convirtió en el héroe trágico de la noche. 

 

La escena era digna de un cuento de Kafka, donde la realidad se distorsiona y lo absurdo se convierte en norma. En ese teatro, la risa se había transformado en una especie de anestesia social, y la gente, en su afán de no enfrentarse a la verdad, había decidido aplaudir incluso ante la inminente catástrofe. Una lección sobre la condición humana, quizás, encapsulada en un momento hilarante y terrible.

 

Así, el mundo podría perecer, pensé, bajo el júbilo general de cabezas alegres que creen que todo se trata de un chiste. Y si hay algo que aprender de esta historia, es que, a veces, reírse de lo absurdo es más fácil que enfrentarlo. Por eso, queridos amigos, si alguna vez están en un teatro y escuchan que hay un incendio, no se rían ni aplaudan. Recuerden lo que dijo Pipo: "¡El fuego no hace chistes, pero si lo hace, ¡no se lo tomen a la ligera!".

 

Y el consejo final, como buen broche de oro: Si alguna vez ven humo en un teatro, no se queden a aplaudir. ¡Es mejor aplaudir en la puerta de salida!

 

 

*Rafael Simón Gallardo es médico y cuenta cuentos inveterado...

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