Día Jueves, 18 de Septiembre de 2025
B.E.S.A

Hay días que desearías despertarte con el clásico pitido o timbre de despertador y no con la emisora de radio presintonizada. Desespera oír lo que ha hecho, o no, tal político, lo que le ha afeado el otro o el alarmante naufragio en que navega la sociedad.
Particularmente, me sumen en una tremenda tristeza que arrastro todo el día, las noticias acerca de adolescentes y hasta niños que sufren y padecen acoso escolar. Bullying para anglófilos verbales. Pintan mi día de negro o como decía Audrey, de rojo (1).
Me espanta imaginar el sufrimiento de un crío/a, inocente, en esa edad en que se ha de ser feliz necesariamente. Tiene la obligación de serlo. Un ser no contaminado, aún, por la maldad y ruindad que le alcanzará con el paso del tiempo. Irremediablemente. Alguien que no entiende, ni debe de entender, de penas, obligaciones, responsabilidades, sufrimientos y preocupaciones propios e inherentes a la edad adulta.
Me repugnan los abusos y excesos de adultos contra menores. Es lo más repugnante y bajo que puede caer una persona. Pero en esa perversa ecuación hay un responsable malvado, cruel, repulsivo a castigar duramente. Más de lo que se viene haciendo. En la otra, sus propios compañeros, misma edad o menos, mismo ambiente colegial, de las mismas características de crecimiento, con sus mismos problemas (o similares) los que ante la mirada incrédula del afectado, se sienten en el derecho de martirizar por puro entretenimiento sádico, a un compañero. Incluso se filman orgullosos de la hazaña y ufanos de su valentía consistente en asaltar en grupo a un individuo. Luego lo difunden en las malditas Redes Sociales para mayor escarnio y sufrimiento del acosado.
Las consecuencias ya las conocemos. A veces, son irremediables porque el dolor que provoca sume en el desapego por la vida a la víctima y no se llega a tiempo. Otras, los convierte en silentes desesperados de complicada reparación anímica, de por vida en ocasiones. Máxime cuando la solución aportada por los centros, la sociedad y la propia administración protectora es que el afectado cambie de colegio, ciudad o barrio, en lugar de reprender adecuadamente al acosador. Descorazonador.
Y qué decir de esos padres que, con ilusión y esfuerzo, crían a sus hijos en el cariño y protección y ven impotentes como sufre y se deprime. Que darían brazos y piernas, libras de carne, si ello saldara la deuda. Si así solucionaran el problema y les devolviera la felicidad perdida. Inaguantable deriva, desoladora.
Frente a esto tengo, como en el chiste, dos noticias una buena y una mala. La buena es el descubrimiento de las B.E.S.A., es decir, las Brigadas Educativas de Solidaridad de Alicante. De casualidad di con ellas en un colegio cuyo nombre me pidieron no revelar como tampoco datos de sus miembros. No quieren y me parece perfecto. La iniciativa vino, como golpe de manzana en cabeza de científico, por mero y afortunado azar. Un día cualquiera, en un colegio cualquiera, en un recreo cualquiera un grupo de “valientes” tenían acongojado (acojonado, es menos literario pero más gráfico) a un compañero de su misma edad en un rincón del patio. El motivo, lo de menos, el amaneramiento y formas del acosado. A sus doce o trece años, no más, el sufridor tenía claro el error natural que le hacía residir en un cuerpo distinto al de su mente. Razón suficiente para acosarle aprovechando su debilidad y pasividad para con el grupo de aguerridos “hombretones”.
Otro compañero de la misma clase vio lo que sucedía, no era la primera vez. Hay que decir que este era de los llamados “popu”, deportista, mediano o buen estudiante, un poco gamberro (lo normal sin pasarse) y de los “aceptados” social y escolarmente. Sin pensarlo mucho se acercó al grupo y separó a los acosadores sin violencia ni necesidad. Se puso junto a su compañero, pasó un brazo por sus hombros y preguntó al resto qué narices hacían y por qué. Poco a poco fueron añadiéndose compañeros/as formando un numeroso grupo ante el que los arrojados acosadores fueron eso, arrojados y sonrojados.
Una de las muchachas que participó en el asunto tuvo la idea. Lo comentó con la tutora, profesores y compañeros y salió adelante. Les pareció a todos una buena iniciativa. El nombre lo idearon en clase, era sonoro, descriptivo y desprendía buenas vibraciones. No quedó la cosa ahí, formaron un grupo con la aplicación de turno para que cualquier afectado entrara a pedir ayuda, comentar su situación, preocupaciones e ideas.
Resultado de imaginar, no existe el acoso en este colegio. Nadie se atreve ya. Al principio cuando sucedía algo, las BESA arropaba al afectado/a y arreglado. Luego el pavor a la exclusión hizo el resto. Nadie abusa, nadie acosa, nadie siquiera lo intenta, sabe lo que, pacífica y tranquilamente, tendrá enfrente, a lo que se expone. Una espada de doble filo, apartas del colectivo a quién, despóticamente, no consideras digno y el grupo se une y no te acepta a ti. Eres excluido.
Ahora las malas noticias. La mayoría del relato es incierto. No lo es la repulsa hacia quién se considera mejor que el resto y hace sufrir a compañeros, padres y amigos. Tampoco la pasividad con que se actúa frente a ello que desespera a víctimas y no víctimas. Es cierto, totalmente, lo dicho sobre el incidente en que un compañero salió en defensa de otro que estaba padeciendo el abuso. Queda esperanza. Pero no lo es la formación de las Brigadas, aunque, ¿no sería bonito que existieran con la que les está cayendo a algunos? ¿no sería formidable que la solución viniera de sus compañeros?
Déjenme soñar.
Enrique Vila, es abogado. Fundador del despacho Romiel y Vila Abogados.
(1) “– ¿Conoce usted esos días en los que se ve todo de color rojo?
– ¿Color rojo? querrá decir negro.
– No, se puede tener un día negro porque una se engorda o porque ha llovido demasiado, estás triste y nada más. Pero los días rojos son terribles, de repente se tiene miedo y no se sabe por qué.”
Desayuno con diamantes/Breakfast at Tiffany’s, 1961
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