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ENRIQUE VILA
ENRIQUE VILA Lunes, 01 de Mayo de 2023

Mi tío Matt el viajero

“Encuentro la televisión muy educativa. Cada vez que alguien la enciende, me retiro a otra habitación y leo un libro“

 
Si al leer el título conoces al personaje, enhorabuena, pasas las cuarenta primaveras. Muchas felicidades. Has superado los convulsos, y divertidos, ochenta, te has comido (y bebido seguramente) los noventa, aguantaste el fin del mundo del dos mil y llevas padeciendo crisis tras crisis de los últimos veinte años. Sin olvidar que atravesamos una pandemia estoicos, pacientes y “cagaos” de miedo por dentro. Con dos.
 
Si no es así, lo siento mucho, de verdad. Por experiencia te digo querido lector que este viaje está siendo de lo más divertido y apasionante. Seguramente el tuyo será parecido, o te lo parecerá, pero difícilmente escucharás música y tendrás libertad como la de los ochenta, resaca de todo tipo posterior, ilusión por acabar el milenio y desencanto como el que hoy en día padecemos. Sin luz no hay oscuridad, sin blanco no hay negro y sin esas vivencias no puede haber añoranza.
El tío Matt el viajero, como recordarás, era uno de los personajes “Fragell” de Jim Henson que nos hizo deliciosas las tardes después del cole cuando sólo había cinco o seis canales de televisión. Hoy, con más de doscientos y varias plataformas, hay noches que desconecto la caja tonta y abro un libro (Grocuho dixit)
 
“Encuentro la televisión muy educativa. Cada vez que alguien la enciende, me retiro a otra habitación y leo un libro“
 
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La semana pasada tuve la fortuna, y el consiguiente esfuerzo, de estar en Boston y Nueva York (Baston y New York para los hipermegaguays) viaje del que me traje, además del placer de desconectar que me hacía franca falta y un constante olor a marihuana (1), varias reflexiones.
 
La primera tiene que ver con nuestro precioso idioma, el español. Me defiendo en inglés, modestia aparte, francamente bien, sin problemas. Podría ser mejor pero es lo que hay. Aún así me ha hecho falta lo justo, la población americana tiene el español como segundo idioma y se jactan de ello, lo usan con placer y gusto no perdiendo ocasión de demostrarlo. Además, la cuota hispana es muy numerosa, ellos se consideran estadounidenses, con razón porque han nacido allí, pero sus progenitores son hondureños, mejicanos, panameños, ecuatorianos que han inculcado y enseñado a sus hijos el idioma de Cervantes, Lope o Quevedo.
 
Es un verdadero placer y un orgullo ver como nuestro acervo cultural (heritage en guiri) permanece y se asienta fuera de nuestras fronteras. Igualmente es un gusto ver la pasión y curiosidad que tienen por nuestra cultura y país. En el metro (subway) dos chicas de padres hondureños nos ayudaron a orientarnos. Tras preguntarles en inglés nos respondieron en perfecto castellano e hicieron muestra de la sangre latina que corre por sus venas. Simpáticas, amigables y encantadoras, nos indicaron la dirección correcta al tiempo que nos decían que venían a España la semana entrante, a Madrid y Sevilla.
 
Qué menos que indicarles que no se perdieran el tapeo madrileño y la zona de la Giralda, la Plaza de España y el Parque de Maria Luisa en Sevilla. Además les dijimos que, con prudencia, se dejaran llevar, que iban a encontrar “cienes y cienes” de españoles encantados de hacerles de guía y mostrarles las maravillas patrias. Espero, ahora que estarán volando hacia nosotros, que hagamos honor a la confianza que tengo en mi adorado país. Confío en la suerte y la estadística. La proporción de compatriotas desagradables aquí, sin conocerla, debe ser de uno de cada cien, y por cada mala sombra que se topen seguro que hay trescientos dispuestos a hacerles la visita una experiencia a repetir y recomendar.
 
 
Al tiempo lloro por dentro viendo cómo se arrincona y relega en su casa, en su cuna. Nos avergonzamos de algo que constituye orgullo fuera de nuestras fronteras y ponemos trabas a un idioma universal que ha hecho y hace las maravillas plasmadas por Manrique, Cervantes, Lope, Bécquer, Larra, Borges, Márquez, Cortázar, Cela o Llosa, entre muchísimos otros. En fin, como dice Reverte, nada se la pone más dura a un español que pelearse con otro español. No es literal, que me corrija si me equivoco.
 
Otra cosa que llama la atención es la exacerbada automatización. Me explico. Los billetes de avión los adquirí en la página web de la línea que, dos días antes, te ofrece la tarjeta de embarque a través del endiablado móvil (otra cosa es que funcione). La facturación de maleta con una máquina, incompresible para boomers, que imprime el destino al tiempo que rezas al santo preferido para que no aparezca huérfana de viajero en Honolulu. Los hoteles por la misma vía. El check in y check out (vamos entrada y salida), in situ, con una tableta a disposición de usuarios.
La televisión con código QR para poner el canal que desees e incluso vincularla con el maldito móvil. Si quieres que arreglen la habitación hay que ponerlo en la tableta del cuarto (se quedó varios días sin hacer claro). En el centro comercial dónde desayunaba descargabas el QR y pedías por el teléfono, igual que en los pubs y restaurantes (con comida francamente mejorable) y, en general, todo mediante contactos similares sin intervención humana. Eso sí, geolocalizado y requerido para valorar la atención recibida. ¿recibida de una máquina?, ¿Encantadora y simpatiquísima pretenden que ponga?
 
Qué queréis que os diga, una lástima en varios sentidos. Por un lado, impersonal y frío. Mayor como soy, ver una sonrisa dándote la bienvenida se agradece aunque por dentro se caguen en tus muelas por la hora de llegada, la siesta jodida o la comida interrumpida. Tener un referente personal a quien poder felicitar o quejarte, que alguien me lo discuta si puede, da paz y seguridad. Protestar o alabar a una máquina es como ladrar en el campo. Por otro, me preocupa la cantidad de puestos de trabajo que viene eliminando este “progreso” tecnológico.
 
Leemos el periódico por internet y mandamos mensajes, saludos o felicitaciones por el mismo medio. Los kiosqueros, empleados de correos y de Telefónica lo vienen sufriendo. Nos traen la compra a casa, tanto alimentos como cualquier otra cosa. Si no nos gusta, también se la llevan. Gestionamos cuentas bancarias desde el móvil o el ordenador, cómodamente sentados, y pagamos con el teléfono y hasta con el reloj. No quiero ni pensar la cantidad de empleos que estas “facilidades” elimina del mercado laboral.
 
Sí, ya sé que es el progreso y no me opongo a ello. Es más, aunque lo hiciera de nada serviría y tampoco soy un radical Ludita (2) que proponga la destrucción de las máquinas como defensa, pero ¿la hostelería también, hijo mío?. Últimamente he leído varios artículos que analizan las profesiones que desaparecerán por causa de la I.A. y las que no. Al parecer esta misma inteligencia relega al ser humano a labores manuales o de entendimiento empático. De momento.
 
Por eso mismo no entiendo la sustitución de la atención personal por la informática en la hostelería. Vale que ahorre coste pero al tiempo reduce sentimiento, conexión, emoción, calor y contacto humano.
¿Se imaginan a estas mismas dos muchachas americanas visitando Sevilla en el entorno de la Giralda, aconsejado, y entrando en una tasca informatizada al extremo?. Uno de esos lugares en que el camarero de barra, con más horas a la espalda que el Big Ben no estuviera allí para decirles “¿qué te pongo mi arma?” ni hiciera chascarrillos con los habituales clientes paisanos según cruzan el umbral. Impensable y triste.
 
O ir a un restaurante madrileño a zamparte un cocidaco de tres vuelcos y que el programa de turno te aconseje parar porque, por tu composición corporal previamente analizada, te subirá el azúcar, el colesterol o los triglicéridos. Anda y váyase Ud. a dónde mandaba D. Fernando Fernán Gómez, eso ya lo sé yo y me importa un bledo.
 
No lo veo, la hostelería para mí y en mi adorado país es otra cosa. Es cariño, atención, cercanía, simpatía y toque humano insustituible.
Para finalizar he podido comprobar lo avanzados que estamos frente a otras culturas en un detalle nimio pero significativo. Las persianas.
No me había fijado en ello hasta que, de repente caí en la cuenta un soleado día. Los pisos, las casas, carecen de persianas. Ya no podía fijarme en otra cosa y en cada edificio que veía comprobaba que este esencial avance para la humanidad no ha cuajado en otros lugares. Parece una tontería y lo es, pero amurallar tu casa, pertrecharla, con estas barreras exteriores sin las que no podríamos vivir ya, demuestra lo años luz que nos encontramos respecto al resto del mundo. Quién no se consuela es porque no quiere.
 
Seguiremos informando.
 
(1).- Al parecer, en los Estados de Massachusetts y Nueva York, tras la pandemia y la afectación psicológica de muchos ciudadanos, consideraron que una buena solución sería legalizar el consumo de marihuana. Sorprende que la calle tenga un permanente olor a esto y que la gente vaya consumiendo libremente. Eso sí, para tomarte una cerveza tienes que sudar y encontrar el local concreto. En fin, usos y costumbres. Pero siguen sin tener persianas.
(2).- Los Luditas fueron un movimiento nacido en la Inglaterra de la Revolución Industrial, sobre todo entre artesanos del textil, que consideraban que las máquinas iban a privarles de sus profesiones y decidieron cortar por lo sano incendiándolas y destruyéndolas. No tuvo mucho éxito pero hicieron ruido.
 
 

*Enrique Vila, es abogado. Fundador del despacho Romiel y Vila Abogados.

 

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