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ENRIQUE VILA
ENRIQUE VILA Lunes, 30 de Enero de 2023

Maldita autoridad

Salvo que entendamos el anarquismo como forma de organización social, clara paradoja para una ideología basada en la innecesariedad de cualquier organización que rija el comportamiento humano, desde siempre se ha cedido a integrantes del grupo una posición preeminente para controlar la paz que anhelamos.
 
Que necesitamos para vivir de ese modo, en paz. Se les dota de “autoridad” sobre el rebaño en conjunto e individualmente, olvidando que pertenecen a la misma camada, que cuentan con la misma genética y que sus miserias y defectos no difieren de los de cualquier hijo de vecino.
 
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Pasar hemos pasado por casi todos los estadios y posibilidades, algunos de ellos aún vigentes, aunque parezca mentira. Desde los que primitivamente se imponían por la mayor fuerza, a los designados por leyes divinas no demostradas (ni demostrables), hasta los actuales modos occidentales demócratas en que la autoridad la ejercen instituciones, al final personas, más o menos designadas por el pueblo. Así lo dice nuestra Constitución en su inicio (art. 1. 1 y 2) y en otros muchos apartados (103, 106). Con eso, es decir, con que quede plasmado por escrito nos quedamos tranquilos. Es suficiente, ¿quién se va a atrever a lo contrario? Podemos relajarnos, ya hemos hecho todo lo que teníamos que hacer. Pues no, va a ser que no.
 
 
Seguramente el problema proviene de esa autocomplacencia y conformismo instalado socialmente por el que nos creemos la cresta del mundo y el no va más de la evolución que erosiona occidente desde hace tiempo. Somos la pera limonera y nadie nos llega a la suela de los zapatos. Y seguramente es así sobre el papel. Estoy harto de verlo y no soy el único seguro.
Todos somos iguales ante la ley, ¡y una porra!. Nadie puede ser discriminado por razón de raza, religión, sexo o creencias, ¡anda ya!, los poderes públicos se ejercen con pleno sometimiento a la ley y al Derecho, ¡No me hagas reír que se me abren los puntos!
 
En nuestra feliz existencia, en comparación con otros, nos hemos creído que el ser humano es esencialmente bueno, respetuoso con las normas y atento con los demás. No es así, o por lo menos no con demasiada frecuencia. Nos olvidamos que esos elevados principios son papel mojado, brindis al sol, si no los llevan a cabo seres de carne y hueso. Personas que deben estar capacitados, física, intelectual, moral y psicológicamente para ello. Cuatro puntos cardinales de los que, al menos, desechamos dos de ellos. Tan importante es la capacidad física e intelectual como la moral y psicológica para ejercer la autoridad de que les dotamos.
 
Anteayer cinco policías, cinco autoridades, mataron a golpes a un ser humano en EE.UU. (da igual su raza) propinándole una soberana paliza mientras estaba en el suelo. A la vista del vídeo, la fuerza empleada no sólo resultaba superflua sino absolutamente desproporcionada y cargada de saña. Hace unos días el FBI, ¿o era la T.I.A.? se coronaba desvelando la organización terrorista autora de los sobres bomba a las embajadas de Ucrania y a Presidencia del Gobierno nacional. Mientras un señor de una aldea de Burgos merendaba morcilla del lugar descojonado. A diario se producen situaciones de abuso o de ejercicio erróneo de la autoridad entregada.
 
A los justiciables, nerviosos y aterrados, que acuden a los juzgados demandando amparo o colaborando con la “justicia” (en minúsculas a propósito), así como los profesionales dedicados a ello, se les trata despectivamente, en el mejor de los casos, o maltrata directamente, en otros. Reñidos, abroncados, des y menospreciados, reprendidos y premiados con faltas de consideración y educación por quienes, se supone a nuestro servicio, nos regalan tales lindezas como contraprestación al sueldo que pagamos. Impuntualidad de horas, falta de interés, decisiones despóticas y frases hirientes o humillantes.
 
Extendido comportamiento en cualquier ámbito de la administración pública. O es que alguien le afeará la conducta y modos a un inspector de hacienda mientras le hace una comprobación de la que depende su patrimonio, por soberbia o inadecuada que sea. ¿A un funcionario del ayuntamiento de turno del que depende el otorgamiento, urgente, y necesario, de una licencia de apertura para instalar un negocio? ¿Al empleado de SUMA que tiene que expedir un certificado de inexistencia de deudas o la carta de pago de un impuesto para cancelarla mientras te reprende por cualquier motivo? ¿al inspector de industria que realiza la comprobación del ascensor de la comunidad que llega dos horas tarde a la cita?.
 
Actitud cobarde de quienes, desde su privilegiada posición, saben que no serán respondidos como merecerían, así como de las nulas consecuencias. Si la base del poder por la fuerza, o por designación sobrenatural, es el miedo a la represalia poco hemos evolucionado. Más bien nada. El mismo perro y hasta el mismo collar de distinto color.
Ya lo dijo el tío Ben (el de espider man, como suena) “Un gran poder conlleva una gran responsabilidad” y, es evidente, que no todo el mundo está capacitado para ejercerlo de forma correcta, máxime en un país que encabeza el consumo de ansiolíticos y antidepresivos del mundo mundial, del universo universal y hasta de la bolsa bursátil. Para ejercer la autoridad es imprescindible superar duras pruebas de acceso que puntúan la capacidad e idoneidad del aspirante, pero no comprobaciones de aptitud psicológica para asumir la responsabilidad del arma entregada. Periódicas, constantes y con consecuencias positivas o no. Arma, otra paradoja, facilitada por quien no debe ser destinatario del fuego. Si un piloto de avión debe pasarlas con mayor razón quien tiene poder sobre vida y patrimonio ajeno. Tanto daño pueden hacer uno como el otro, tanta responsabilidad debe tener uno como otro. A tanto poder, tanta responsabilidad y tanto control. La ecuación no es complicada ni hace falta ser Einstein para entenderla.
 
 
Mientras, nos conformaremos con protestar, escribir quejas inocuas y padecer desmanes de quienes nos tienen que proteger de ellos. Rezaremos a nuestro Santo preferido, al Universo o a la Diosa Fortuna, caer en manos de autoridades con vocación y convencimiento no contaminados por el virus de la desidia, soberbia, abatimiento y aburrimiento. Soportaremos, qué remedio, estoicamente al resto con la quiebra moral que arrastra y recordaremos el dicho popular, con más sabiduría acumulada que todos los big data del universo “Si quieres conocer a fulanito, dale un carguito.
 
 
 
*Enrique Vila es abogado. Fundador del despacho Romiel y Vila Abogados.

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