Día Jueves, 18 de Septiembre de 2025
La ciudad sin murallas
Llevo varios días pensando en ello, en el título pero mucho más, en el fondo. Sufro, como tantos otros, la peor pandemia del siglo XXI. La más perniciosa y, al tiempo, silenciosa, que se extiende entre la población con síntomas evidentes, nos deja mudos. Si la pasada (ojalá sea así) principiaba por la pérdida de olfato y gusto, esta se caracteriza por la pérdida del habla, de la capacidad de comunicación, por la autocensura, por la inacción, por el sonoro silencio cómplice y culpable.
Pensé en “Nunca fuimos Ángeles”, ya saben como la película, por aquello de que, es evidente, por mucho que se empeñe el ser humano en engañarse, que no contamos con naturaleza angelical (salvo muy contadas excepciones que confirman la regla) y tendemos hacia la verdadera esencia perversa inserta en el ADN, código de conducta insalvable. O la conocida fábula, “El Escorpión y la Rana”, por parecidas razones. No se puede escapar a la orden escrita en el código fuente que nos rige. No hay tanta diferencia entre las respuestas que un sistema de silicio da a una orden prevista a las que un ser de carbono combinado ejecuta conforme a su esencia.
Se impuso “La Ciudad sin Murallas”, por aquella frase atribuida al monarca espartano Licurgo, «una ciudad está bien fortificada cuando está guarnecida por hombres y no por piedras”. Creo que es más plástica en estos momentos y para lo que quiero decir. Hace más de veintisiete siglos este rey sostenía que las murallas eran innecesarias siempre que hubiera hombres preparados y decididos a defender su sociedad, su forma de vida y a sus semejantes. No andaba muy equivocado. Despreciaba las murallas y fortificaciones incapaces de competir con la resolución, arrojo y valentía de aquellos decididos a no dar un paso atrás ni para coger impulso. Las piedras carecen de voluntad y determinación, los hombres no.
Tengamos la fiesta en paz, por lo menos en este aspecto. La referencia a “hombres” procede de entonces, veintisiete siglos de diferencia, hoy en día ha de leerse hombres y mujeres. No cabe discriminación posible, tanto monta-monta tanto, y punto. Ni un paso atrás y menos en esto.
Por si no teníamos poco con la maldita pandemia, va y nos pare la abuela. El amigo Vladimiro, sin encomendarse a Dios o al Diablo (más bien al último), se aburre y decide jugar al Risk con el mundo. Manda cienes y cienes (gomaespuma dixit) de soldados y armamento a la frontera de Ucrania y dice que son unas meras maniobras sin mayores intenciones y va el mundo y se lo cree. Luego se fuma un puro, cubano para más señas, y se van a dormir, el mundo por un lado y él por otro, mezclados, no agitados. Y no pasa nada. Experto jugador de dominó y visto el fallo de los adversarios, repite jugada y da la orden de entrar en el país. A saco.
¡Qué osadía!, ¡qué desfachatez!, ¡qué grave vulneración de derechos!, habrá que reaccionar enérgicamente. De momento vamos a condenar en todos los medios su comportamiento, ¡hala, él se lo ha buscado!. Los presidentes de los gobiernos de occidente saldrán en televisión criticando duramente este comportamiento y lo mismo harán los dirigentes de la UE, ONU, UNESCO (presuntas murallas) y hasta la agrupación mundial de profesores de autoescuela. ¡Qué se ha creído el de la estepa, qué se iba a librar!.
Concentraciones de decenas de personas ante las embajadas rusas, carteles en todos los eventos deportivos, cancelación del Gran Premio de Fórmula Uno de Rusia, cambio de sede de la final de la Champions Leage, cierre del espacio aéreo europeo y prohibición de los chupitos de vodka en fiestas de guardar. Y que se quede ahí, porque lo siguiente es prohibir la ensaladilla rusa, el filete ruso y la montaña rusa. O dejar de importar caviar y prohibir que en los círculos de lectores se debata sobre Dostoyevski y Miguel Strogoff que, aunque lo escribiera un francés, suena a ruso que te cagas.
Con ello, toda esa población que huye despavorida de Kiev, Járkov, Odesa y otras muchas, que se esconde en los sótanos, que protege a sus hijos con sus cuerpos y que ve como caen los misiles en ciudades, hace una semana, tan tranquilas como las nuestras, seguro que se sienten protegidos por la comunidad internacional. Totalmente amparados en sus derechos frente a las tropelías y sueños de expansión del ex kgb. ¡Hala a merendar, que se hace tarde!
Qué razón tenía el tal Licurgo. Sobran murallas y faltan personas. Seres concienciados de que la bondad es deseable pero no frecuente. De que la Justicia (en mayúsculas) no existe, hay que obtenerla, de que el buenismo occidental es sólo un bonito sueño del que cualquiera puede despertarnos con un estornudo, sin despeinarse y sin consecuencias. De que el pueblo está muy por encima de sus melifluos dirigentes que desayunan, comen y cenan a diario sin temor a perder sus cómodas existencias mientras otros son llamados a filas hasta los 60 años.
La autocomplacencia, la molicie, históricamente ha acabado con los más grandes imperios y civilizaciones. Creerse inmune, a salvo, ajeno a los problemas de este mundo globalizado es el mayor error que se puede cometer. Mañana es posible que lo sucedido a miles de kilómetros, sea Ucrania, Serbia o Afganistán, se presente a las puertas de casa y veamos como pomposos dirigentes se limitan a hacer declaraciones de condena que, ni llenan estómagos ni protegen cuerpos. Fichas de dominó en fila india esperando que alguien tire la primera para preguntarnos por qué y si alguien vendrá en nuestra ayuda.
¡Menudo panorama se nos presenta!
Enrique Vila es abogado. Fundador del despacho Romiel y Vila Abogados.
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