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ENRIQUE VILA
ENRIQUE VILA Martes, 17 de Agosto de 2021

Cuando los muertos lloran por los vivos

Avión de Defensa del Gobierno de España listo para repatriar a los españoles en AfganistánAvión de Defensa del Gobierno de España listo para repatriar a los españoles en Afganistán

Ni tengo preparación geoestratégica a nivel global, ni conocimientos diplomáticos para hacer un análisis concienzudo y exhaustivo de la situación en Persia. Ni falta que me importa que diría la tonadillera de moda mediática en Tele5. No trato de entender los profundos motivos políticos, económicos (los esenciales sin duda) o militares que han desembocado en el desastre, la hecatombe, que existe y se avecina en Afganistán, sólo sé lo que veo en los medios, lo que leo y lo que, en su día, estudié en aquella bendita EGB y BUP. Como decía mi abuelo: “de lo que te digan no te creas na y de lo que veas la mita”. No es mi intención profundizar tanto, me quedo en la superficie. Más que suficiente.

 

Esa superficie me presenta la zona como una de las más conflictivas en la historia. Antes del Macedonio ya se daban de tortas como panes y después, la costumbre crea hábito, han seguido sin parar. Pero claro, por aquel entonces se las tenían tiesas en todas partes. Era la forma de hacer política, los griegos contra los persas; los atenienses contra los espartanos; los romanos contra todos, los germanos contra los romanos; los árabes contra los germanos; españoles contra todos y especialmente, ocupando lugar de privilegio, franceses, ingleses y turcos al mismo tiempo que por separado no tenía mérito; Francia contra Inglaterra y el mundo; por no hablar del continente americano pasando por dos guerras mundiales y un largo etcétera del que orgullosos, lo que se dice orgullosos, no parece que debamos estar.

 

Y lo creíamos superado, controlado y encauzado. Creamos la ONU y arreglado. Pues no, parece que no. Hace veinte años se decidió (tiempo impersonal porque así nadie es responsable), intervenir, actuar, allí por seguir usando eufemismos liberadores de culpa. Tropas, medios y ayuda que, con independencia de los oscuros y espurios intereses que ocultaran, arrojaron un rayo de luz y esperanza para el pueblo, el colectivo más numeroso y, seguramente, menos importante en cualquier conflicto. ¡Qué coño, en cualquier guerra!. La civilización superando el medievalismo, los derechos de hombres y, sobre todo, mujeres imponiéndose a la sinrazón del pensamiento único e impuesto. Las niñas podían estudiar, ostentar cargos civiles y militares, participar en la vida cotidiana, progresar, formarse y, en definitiva, vivir. Todos, hombres y mujeres, decidir, creer o no, reunirse o no, tomar pareja de su propio sexo o no, todas estas cosas que a los occidentales y otros países civilizados nos parecen tan cotidianas y normales como abrir un grifo y que salga agua o dar a un interruptor y que se haga la luz.

 

Su coste, elevadísimo. Económicamente lo obvio, ya se resarcirán por otros medios que no conoceremos ni, seguramente, queremos saber. En vidas de soldados (jóvenes con familia e ilusiones), cifras oficiales y por no aburrir al personal: 2451 soldados estadounidenses, 455 británicos, 158 canadienses, 86 franceses, 54 alemanes, 43 daneses (¿daneses? Sí, de la misma Dinamarca), 41 australianos, 40 polacos, 34 españoles y un largo etcétera consultable en la red hasta los 3595 a julio de 2.020, hoy, sin duda, bastantes más. Evidentemente no se cuenta la población afgana, civil o militar, ¿para qué?.

 

Hasta aquí el accidente, el golpe, la tormenta, y ahora las secuelas. Miles, millones, de personas se esconden o intentan huir de las consecuencias de la debacle internacional. Mientras los soldados, en cajas o por su pie, los cuerpos diplomáticos y los afortunados pudientes escapan a la resaca del tsuami, el respetable y olvidado pueblo ha visto como le quitaban la comida del plato humeante bajo sus propias narices. Como pasaban en horas de tener derechos a huir por las represalias que vendrán, a las consecuencias de haber colaborado con un estado artificial y fallido. A no poder comportarse o vestir como quieran, a someterse a unas creencias totalitarias bajo condena de muerte, a ocultar su cuerpo y pensamientos bajo pena de plomo, soga, látigo o mutilación. Si malo es el sometimiento peor es saber, conocer y haber vivido libre y perderlo de golpe mientras el resto del mundo silba a coro el only you de los Platters.

 

Nada extraña que se agolpen a miles en el aeropuerto de Kabul intentando subir a un avión con lo puesto, que se aferren a las ruedas del tren de aterrizaje de los aviones sabiendo que caerán y morirán. Ya han fallecido. Quedarse es morir en vida. ¿qué será de las mujeres militares afganas que tuvieron la osadía de vestir uniforme y tener hombres bajo su mando?, ¿qué será de las maestras y estudiantes (me niego a estudiantas), de las empresarias, profesionales, autónomas y asalariadas que creyeron poder vivir sin sombra masculina?, ¿de quienes colaboraron con el régimen, de funcionarios, mandos y demás?. Ya circulan por la red mundial las consecuencias avisando de que el video contiene imágenes que pueden herir la sensibilidad del espectador sentado en su sillón.

 

Y mientras, el atronador silencio de un mundo al que se la trae al pairo lo que padezca el vecino con tal de no salpique. La callada cómplice de gobiernos, ministerios (de igualdad, por ejemplo y al azar), de asociaciones pro y para los derechos civiles bien untadas de subvenciones estatales, de colectivos que gritan derechos esenciales prohibidos y negados por la fuerza allí, de orbe que, en general, que se cree por encima de esos problemillas lejanos en lugares recónditos y se limita a fruncir el ceño ante la noticia del telediario.

 

Por eso los muertos hoy se consuelan, han hecho lo imposible para evitarlo y lloran por los vivos.

 

*Enrique Vila es abogado. Fundador del despacho Romiel y Vila Abogados.

*Imagen de la noticia: Twitter Gobierno de España (fuente)

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