Día Jueves, 18 de Septiembre de 2025
¡Así no señores, así no!

Hace tiempo, demasiado, que no me da para escribir. Ni por falta de ganas ni, por supuesto, de temas. Lamentablemente, el viejo 2.020, ya historia, y el recién nacido 21 (Black Jack), han venido tan cargados que si una nave extraterrestre se posara mañana en Tabarca no pasaría de recomendarles que probaran el caldero. Así estoy de ánimo como, creo, el 90% de la población y me quedo corto.
Tanto me preocupa la pandemia y sus efectos, como la crisis social que provoca y la económica que nos viene (ya está aquiiiiiii). Las secuelas físicas del puñetero virus no merecen mencionarse, desde el triste fallecimiento a cualquier otra que tenga a bien obsequiarnos; las psicológicas, algo olvidadas, aún por determinar. No será gratis. Tapados y embadurnados evitamos la relación social desde hace meses bajo amenaza de ser colaboradores necesarios de la enfermedad.
Los escolares van de casa al colegio y de ahí a casa. Los adolescentes enganchados a las pantallas. A ver quién es el guapo que les dice eso de “!sal y date una vuelta con tus amigos y que te dé el aire, estoy harto de verte en casa¡”. Los jóvenes otro tanto, reteniendo a duras penas instintos humanos primarios incompatibles con la prevención y atajo del problema (eso dicen los “expertos”). Y los adultos, no todos, intentando quitar hierro al asunto, no pensar demasiado en ello y surfear las diversas olas de la embravecida tormenta.
Cada día más altas y difíciles de montar. Si hay quién aún piensa que no nos pasará factura es un optimista irredento. Con permiso de García Marquez, un pesimista mal informado.
Ante la fatal amenaza, necesitada de una respuesta unánime, coordinada y contundente, aburre y hastía el cálculo político electoral. Me avergüenza ver mi país dividido en 17 reinos, con sus 17 señores feudales, 17 cortes nobiliarias plagadas de intereses espurios. Sin una dirección clara o cráneo privilegiado dirigente (quise decir cabeza, cosas de Inclán). Cada una con mayordomos, chambelanes, condestables, senescales, bufones e inútiles de toda condición succionando las arcas comunes porque – a buen seguro – fuera de ese reducido y familiar ecosistema fallecerían por inanición.
Parásitos que no escatiman oportunidades para demostrar su miserable condición y, lo que es peor, nuestra estupidez supina tanto por auparlos a sus puestos de mando como por, aún peor, mantenerlos en ellos pese a su incompetencia y mezquindad. No supuesta, ojalá, sino ampliamente acreditada.
A estas alturas de la debacle democrática y social, no sé si me irrita más enterarme de que varios, cinco hasta la fecha que se sepa, alcaldes han tirado de cargo para ocupar puestos de vacunación inmerecidos saltándose el orden en la fila, o ver sus fotos y entrevistas sonrientes justificando lo injustificable.
Alicante (El Verger y Els Poblets), Tarragona (Riudoms, alcalde y concejal) y Córdoba (Torrecampo), ocupan el dudoso honor de ser los ganadores del sórdido concurso de talentos. Lo de menos es el grupo político al que pertenecen. Carece de importancia si son de esta o aquella tendencia política. Han demostrado su condición humana incompatible, contraria, al ejercicio de un cargo que como norte tiene, debe tener, el interés general, el ejemplo y la honestidad. Bonita palabra en desuso, antaño faro de nuestros padres y, antes, de los padres de nuestros padres. Por no tener, no tienen ni la astucia o habilidad para no ser pillados, ni el decoro de no dar explicaciones.
Mientras, universitarios luchan por exámenes on line que no consiguen; la hostelería no sabe qué inventar para sobrevivir a la falta de aire; el turismo ha desaparecido por completo con hosteleros y actividades conexas agonizantes; el campo sigue con sus ridículas condiciones de subsistencia, al tiempo que mantiene la alimentación básica; los sanitarios (todos, desde el celador hasta el afamado cirujano) se juegan literalmente la vida a diario, doblando turnos no remunerados (eso sí, muy aplaudidos, que satisface mucho); las fuerzas de seguridad otro tanto y los mayores caen como chinches asediados por el virus con la única defensa, ejemplar, de abnegados y solidarios trabajadores que se enclaustran con ellos y, en general, la población asiente, consiente, acepta y cumple las recomendaciones de un dudoso grupo de expertos.
Y mientras, como decía, estos seres incalificables sin insultarlos, se consideran de sangre noble y con mayor derecho a la subsistencia que aquellos a quien sirven. La triste realidad es que no consideran ser servidores públicos sino señores del pueblo. El toque mágico de la urna los transformó en divinidades merecedoras de mayor consideración que sus electores.
Al contrario del dicho asturiano “cuando llueve y fay aire, toa la culpa tien el alcalde”, la tenemos nosotros, que investimos de poder a quien no merecía tal condición y que, día tras día, acto tras acto, demuestra que la política dejó de ser una vocación para convertirse en lucrativa profesión. En modo de medrar a costa del resto por seres sin principios que anteponen su bienestar a las obligaciones del cargo, carentes de escrúpulos en el caso de que supieran lo que significa el maldito palabro.
Por eso no escribo o cada día menos. Porque lejos de serenarme, darme paz o relajarme, me solivianta y altera la seguridad de que estos tipos y tipas (quizá tipes) continuarán ufanos y orgullosos de sus actos, en el colmo de la mezquidad pública. En el mejor de los casos se arrepentirán de su torpeza por ser pillados y esperarán, cobardes, una simple amonestación, reprimenda o la baja del partido, temporal o definitiva. Siempre habrá modo de recolocarse en algún lugar de la administración poco visible. Entre bomberos no nos pisamos las mangueras.
Esa es la única y verdadera razón.
* Enrique Vila es abogado. Fundador del despacho Romiel y Vila Abogados.
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