Día Miércoles, 01 de Octubre de 2025
Una opinión, nada más

Lo que reflejo es únicamente, sólo y exclusivamente una opinión, un parecer, un sentimiento. No pretendo coincidir con nadie ni que nadie lo haga conmigo. Ni intento convencer ni, por supuesto, que nadie intente convencerme. Lo siento así y así lo expreso porque esto de escribir me da la oportunidad. Sin más pretensiones. Habrá a quién le guste y a quién no; quién se espante y quién se alegre; quién sonría y quién se extrañe y quizá, sino de los tiempos, quién use y abuse del anonimato de las redes para ir más lejos. Francamente no importa, exponerse a opinar conlleva sus riesgos. Es más seguro callar, asentir y mirar para otro lado, pero eso será otro día o con otras cuestiones. Hoy no.
Hoy me indigno, no sorprendo, con la sociedad a la que pertenezco. La que eleva a los altares, a la cúspide de lo humano, al culmen y vértice de cualquier escala de valores el sentimiento llamado amor, pero condena su ejercicio si no comparte o coincide con aquello que el grupo entiende por tal. Perplejo es poco, ojiplático ni exacto ni correcto. Asqueado se acerca más aunque se queda corto, faltan matices. Me conmueve y me espanta, al alimón (preciosa expresión), el calvario por el que esta falsa e hipócrita humanidad se permite enjuiciar, criticar, un gesto de puro amor. Desde siempre me dan grima aquellos que quieren hacerme el bien –su bien– sin habérselo pedido. De estas aguas mansas, líbrame Señor.
María José Carrasco, 65 años de edad, 32 de enfermedad. La jodida Esclerosis Múltiple. Un suplicio en vida sujeta por el pilar, el muro de carga, de su pareja que le convenció de no borrarse del mapa, de permanecer a su lado, mientras se bastaba y sobraba para decidirlo y hacerlo por sí misma. Su Angel, Hernández de apellido, cuidador, animador y soporte hasta el último momento. ¿Tendrá alguien el valor de dudar de este amor? ¿Cuántas veces no habrá llorado en silencio y puesto buena cara destrozado por dentro? ¿Cuántas veces habrá sentido el aplastante peso del cielo sobre sus hombros y, tirando de amor e hígado, se habrá vuelto a levantar?, ¿quién tiene reaños (por no decir cojones) de calzarse sus zapatos y darse un corto paseo, no digamos ya uno de 32 años?
El estado (no merece mayúscula), no se encontraba allí para ver cómo se consumía la mecha del candil. Para cuidar a diario, 24/7. de guardia en bucle, de quien perdía la visión, los reflejos, la sensibilidad, le consumía el dolor y la fatiga. Para consolar en su tristeza, animar en su depresión o limpiar y sanar incontinencias. Mucho menos para alentar y dar fuerzas a Angel en su suplicio asumido como hacen los valientes: mirando a los ojos, de frente y al pecho. Contra todo pronóstico y fórmula resulta que un kilo de amor pesa mucho más que diez de padecimiento del ser querido.
Y ahora resulta que pide –ciego, sordo pero no mudo– el estado, que su Angel contemple impasible, con pía resignación, como llega el inevitable final entre insoportables dolores. Que se siente a esperar que la naturaleza decida, cuando tenga tiempo y le venga bien, poner fin a la función. Que no haga nada. Que espere a que nuestros laboriosos legisladores encuentren el momento (1), entre subida y subida de sueldo, crisis territorial y perpetuas campañas de captación de poder, para regular la última y extrema libertad individual con las debidas garantías. Vivir o no. Ser o no ser (2). Soportar o actuar. Amar hasta el final, no importan consecuencias, o rendirse. Curiosamente, o no, hace poco más de un mes la Comunidad de Madrid denegó el ingreso de Mª José en una residencia para que Angel se operara de una hernia, sin duda causada por los esfuerzos realizados por un hombre de 70 años con esta exclusiva dedicación. Elegiste bien Angel. Tomaste el camino pedregoso para ti cuando había carretera, pero insisto, sólo es mi opinión.
No puede ser delincuente quien se ve en tu tesitura. Menos aún si la infracción depende de la moral, ética o creencias metafísicas. No tiene sentido pedir y castigar lo que no puede evitarse. El libre albedrío, tu libertad y la de María José, están (o deberían) por encima de normas de imposible atención. No se puede delinquir si no hay opción. No la había.
La base del derecho penal es la culpabilidad y, al margen de elevadas discusiones improcedentes aquí y ahora, esta se determina por la posibilidad del sujeto actuar de forma distinta a como hizo. El reproche penal depende de la capacidad del autor de tomar otro camino y, francamente, no creo que pudiera. La tiene el ladrón cuando sustrae, el estafador cuando engaña, el secuestrador, el abusador, el defraudador o el agresor, pero no Angel ni quienes viven el tormento de ver a su pareja, hijos, padres o amigos del alma apagarse entre estertores y desear morir. Y no poder. Saber que el final es el que es y vendrá repleto de sufrimiento; saber que, si pudieran valerse o fueran autónomos, acabarían consigo mismos en el supremo acto de libertad individual.
El derecho de asociación es también el derecho a no asociarse (T.C.), el de tener creencias es, además, el derecho a no tenerlas. El de votar, a no votar; el de opinar libremente a no hacerlo; el de creer a no creer. El derecho a la vida igualmente tiene forma negativa y mientras no encuentre el legislador tiempo para regular estas “menores” necesidades es inhumano, cruel, egoísta y obsceno someter a Angel a la tortura de un reproche, que con resignación acepta. Después de lo pasado lo que venga no puede ser peor.
Ni un minuto más de sufrimiento para María José y tampoco para Angel. Pero, insisto, es sólo una opinión.
(1) Hasta 19 veces se ha pospuesto el debate en nuestro insigne Congreso de los Diputados de esta cuestión.
(2) Ser o no ser, esa es la cuestión. ¿Cuál es más digna acción del ánimo, sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta, u oponer los brazos a este torrente de calamidades, y darlas fin con atrevida resistencia? Morir es dormir. ¿No más? ¿Y por un sueño, diremos, las aflicciones se acabaron y los dolores sin número, patrimonio de nuestra débil naturaleza?... Este es un término que deberíamos solicitar con ansia. Morir es dormir... y tal vez soñar. (…)
* Enrique Vila es abogado. Fundador del despacho Romiel y Vila Abogados.
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