Día Miércoles, 01 de Octubre de 2025
Meditación de Navidad

Todo genera división. Desencuentro. Amor. Odio. Vivimos en un mundo polarizado en donde la disyuntiva no solo es fruto de la política, como tantas veces ha escrito un servidor, sino también por cosas banales y simples. ¿Pizza con piña o sin? ¿A favor de Halloween o en contra? ¿Amas o detestas la Navidad?
Hasta la celebración que estamos viviendo estos días se ve envuelta en la polémica. Ni el barbudo gordo y bonachón vestido de rojo se libra de estar en la palestra. Muchos ven esta fiesta como un mero motivo publicitario y de marketing ideado por las grandes marcas para fomentar el consumismo. A otros, sin embargo, sí que les gustaba la Navidad, pero las circunstancias de la vida han hecho que este tiempo despierte en ellos a los fantasmas del pasado. Familiares, que ya no están, amigos que han dejado de existir… Un cumulo de hechos hace que estos días tan especiales para algunos, sean demenciales para otros.
Mientras unos se atavían con sus mejores prendas para estos días y se reúnen en torno a sus allegados con alegría, otros atraviesan estas fechas sin pena ni gloria esperando a que pasen lo antes posible. Las navidades son un mal trago para ellos. Esa abuela a la que tanto le gustaba hacer galletas de jengibre que ya no está, ese tío que era el alma de la fiesta que se ha ido. Esta celebración despierta la nostalgia de la vida pasada. Abre de par en par la caja de los recuerdos de la infancia, esa que aparentemente fue mejor que la edad adulta. Cualquier tiempo pasado fue mejor, como reza el tópico latino. Durante esta época nos acordamos de los que ya no están, de las personas que hemos dejado atrás en la vida. Víctimas de la norma de nuestra realidad, estamos destinados a decir adiós a nuestros mayores, a esa gente que tanto nos cuidó y que según pasen los años, tendremos que proteger nosotros. Es triste, pero es así.
Pasan los años, nuestro exterior e interior va madurando circunstancialmente. Cada momento que pasa nos resta un poco más de vida. Como decía mi madre, nunca seremos tan jóvenes como el día de ayer. Así es. Cuando lean el final de esta columna serán más viejos que cuando la empezaron a ojear. No se depriman, no es lo que pretendo. Sino al contrario. Preguntándole a una amiga por los presentes que le había traído Papa Noel, ese, que como señaló mi amigo Pascual Rosser en su brillante columna "Alicante y el origen de Papa Noel", es el patrón de nuestra ciudad, me dijo que ella era demasiado mayor para esas cosas. Aquella respuesta, me hizo reflexionar. ¿Es qué es de ser un inmaduro que te regalen algo el día de Navidad? Esa pregunta rondó por mi mente, pero el subconsciente la respondió sin dilación. No. Nunca se es demasiado mayor en estas fechas. Es lo que se llama el espíritu navideño. Volver a la inocencia de cuando éramos pequeños, de cuando aún creíamos en las cosas que ahora nos parecen simples leyendas para mantener la llama de ilusión en los niños, cuando el tener o no regalos en Navidad dependencia de nuestra conducta durante 365 días. Veo este tiempo, no como una época de duelo donde recordar a los seres queridos que ya no comparten mesa con nosotros, sino como un periodo de reflexión, de catarsis, de liberación, de cambio.
En Cuento de Navidad, de Charles Dickens, mi novela favorita, el escritor británico relata como el viejo Scrooge, un hombre malhumorado, amargado y codicioso que odia la Navidad recibe la visita de tres fantasmas, el del tiempo pasado, el del presente, y el del tiempo futuro. Los espíritus le guían a través de su existencia hasta que al final, el espectro del futuro, un ente aterrador, le lleva hasta el instante de su funeral. Un réquiem sin asistentes, en donde nadie lloraba su muerte. Esa escena atormentó al protagonista de la historia, le trasformó, le hizo evolucionar en un hombre totalmente distinto.
Este tiempo no debemos de verlo como una época triste y oscura donde invocar a las almas del pasado, las que nos han dejado, sino como una estación en la que tenemos que evolucionar. Dejar que el espíritu navideño nos posea. Valorar a la gente que está con nosotros estos días sin ponernos nostálgicos por los que nos han dejado. Que los muertos entierren a sus muertos. Una conocida mía publicó un post en una red social en el que decía: ”La mesa larga, los abuelos vivos, todos los primos y tíos juntos... De pequeños éramos ricos y no lo sabíamos”. Esa frase me llegó al alma. Nos acostumbramos a cosas tan valiosas como el hecho de tener a toda la familia reunida sin ser conscientes del valor que tiene esa circunstancia. No valoramos lo que tenemos hasta que lo perdemos.
No banalicen estos días. Vuelvan a ser pequeños por una vez, por estos momentos. Disfruten de cada compás en familia durante este tiempo, porque nunca saben cuándo va a ser la última vez que ocurran de nuevo. No desperdicien su riqueza, la verdadera fortuna, la de estar con los allegados. Porque, lo importante esta en compartirlo.
* Imagen: ©Juliette F
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