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RAFAEL SIMÓN GALLARDO
RAFAEL SIMÓN GALLARDO Martes, 25 de Diciembre de 2018

Los abuelos nunca mueren, solo se hacen invisibles

Siempre he recordado la Navidad como el momento de la familia por antonomasia, más allá de motivaciones religiosas, todas ellas falsas para mí, deberíamos llamarla de otra manera más real, "la Famidad" por ejemplo.

 

Es la oportunidad de recuperar la familia en su grueso, de perdonar las faltas, de besar al huidizo, de comer, de beber, de cantar. La mesa ritual, llena de comida exótica, la bodega, repleta de licores espiritosos aunque no haya dinero para sufragarlo.

 

Es un espejismo transitorio de nuestra razón de ser, del único vínculo real que nos define, por encima de pueblo, ciudad, provincia, autonomía y nación. La familia, transmisora de la jerarquía natural que nos avala y nos define para lo bueno y también lo malo; abuelos, padres, hijos, nietos, tíos, sobrinos, primos...

 

Con los años, en casi todas las familias, acaban habiendo ausencias, pero entonces, suelen suceder milagros y de alguna forma, los que se fueron para siempre, vuelven a estar entre nosotros en estas fechas, es la magia del sentimiento, del recuerdo.

 

Mi hermano y yo, nacimos en una familia desestructurada, en un proyecto de familia que no fue bien, pero durante algunos años, al principio, de pequeños, sí que fuimos familia y aunque fuera de forma efímera sí disfrutamos de estas fechas, más tarde, todo cambió a grises.

 

Quizás sea este el motivo por el que yo, haya querido procurar para mi familia, lo que yo no pude disfrutar. Por eso, vivo en una casa con tejado, grande, con chimenea, con campo, perros, arboles. Un sitio donde apetece estar, donde una mesa al estilo italiano, llena de manjares, nos une muchas veces al año y ahora, en "La famidad", también sucede milagrosamente.

 

Esta es la causa de que este año, invite a los que ya no están. Y dentro de todos éstos quiero hacer una especial mención a los abuelos.

 

¿Qué son los abuelos? Son nuestro tronco, son de donde sin duda venimos. Los abuelos, aportan algo más claramente que los padres, nos dan nuestra identidad. Todos somos parte de algo y los brotes más jóvenes de la familia perciben mejor su pertenencia si son los abuelos quien se lo transmiten. En las casas de todos los abuelos, las fotos de los hijos, se reemplazan por las de los nietos, en este momento, los hijos que terminaron siendo padres, son conscientes de verdades incuestionables; que ya no son niños y que no están solos en la tarea de la crianza.

 

No hay mejor manera de comprender el paso del tiempo que la de mirar a nuestros abuelos. Supone aceptar la edad y la vejez con naturalidad y esto se hace sin dramas, sin dolor ni penas, porque los mayores, son conscientes que a través de sus nietos, ellos siguen viviendo, se acercan a la inmortalidad. Ven sus propias expresiones, sus ojos, sus miradas, sus gestos en la joven descendencia y esto les aporta el sentido de que ha valido la pena vivir, trabajar y sufrir para llegar a esta estación.

 

Normalmente los abuelos no ven bien, casi todos necesitan gafas pero a la vez, han aprendido a mirar de forma diferente, a opinar con sabiduría, a recordar hechos que los padres olvidaron y los nietos necesitarán saber. Son los historiadores de la familia, los que rescatan historias y moralejas que serán antiguas, pero no ineficaces. Sus ojos, al contarnos lo que antaño pasó siempre se humedecen, pero no lo hacen por lo que cuentan, lo hacen porque saben que puede ser la última vez que tengan la oportunidad de hacerlo.

 

Nosotros, tan zoquetes como siempre, pensamos a menudo que son unos repetitivos dementes.

 

Los abuelos saben, que un buen abrazo, enseña más que el mejor libro, saben que moverse lentamente no es porque tengan rotas sus articulaciones sino porque de alguna forma, hay que enlentecer el tiempo que les queda entre nosotros.

 

Son constructores de infancias, porque disfrutan del tiempo que sus hijos usan para trabajar y educar  y lo dedican a sus nietos. Los llenan de palabras, de caricias, de cuentos. Se hacen profesionales de la mal crianza porque ellos no tienen que criar, ya lo hicieron y recuerdan sus errores al ver que las mismas gracias que hicieron sus hijos, las hacen hoy sus nietos y quieren ser testigos de estas últimas porque las de sus hijos, se las perdieron de tan preocupados que estaban por educarlos.

 

Ellos lo que hacen hasta la extenuación es querer, amar, jugar, proteger, explicar, recordar... son los cómplices de nuestros hijos, son los constructores de nuestras raíces.

 

Los viejos saben por experiencia, con autoridad, que la memoria es la capacidad de olvidar algunascosas y engrandecer otras. Saben que los malos momentos, merecen cortas menciones y los felices, hay que ensalzarlos. Además, enseñan a nuestros hijos a jugar con cosas que no se enchufan. Se transforman en expertos en disolver las angustias de de los niños cuando ven a los padres discutir. Enseñan a perdonar, a sumar y no restar y en esta época que vivimos, está sería la solución a todos nuestros problemas. La comida de casa de nuestros abuelos siempre fue la mejor, aunque solo fuera comprada, seguía siendo la mejor. El aroma de casa de los abuelos, siempre nos retrotrae inmediatamente a recuerdos felices. Los críos que tienen abuelos, son mas felices que los que los tienen lejos. Todos tenemos derecho a tener abuelos, aunque no sea así.

 

Por eso hoy, a pesar de que en mi familia solo queda una abuela, hemos decidido asumir más riesgo y empezar el relevo generacional aprendiendo a ser abuelos, abuelizándonos, voy a apuntarme a algún curso online, quiero contar historias a mis hijos y a mis nietos si es que llegan. Aunque estoy seguro que igual no hace falta porque sepan ustedes que los abuelos nunca mueren, solo se hacen invisibles.

 

* Rafael Simón Gallardo es médico y cuenta cuentos inveterado...

 
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