Día Sábado, 22 de Noviembre de 2025
Bacterias ideológicas

Hoy les voy a dar el almuerzo, ya verán.
Yersinia pestis es una pequeña bacteria, una de tantas, que pululan por ahí. Estas cosas son jodidamente pequeñas: dividan ustedes un milímetro en mil pedacitos, háganme el favor. Pues bien, nuestra amiga Yersinia mide uno de esos pedacitos.
La costumbre de Yersinia es irse a vivir a los intestinos de una pulga, como el que se va a la Costa Blanca, aunque el por qué no lo he entendido (según Wikipedia “es una Gram-negativa anaeróbica facultativa con metabolismo fermentativo, nitrato reductasa positiva, catalasa positiva y oxidasa negativa”, ¿lo pillan? Yo tampoco).
El caso es que una vez en el intestino de la pulga, Yersinia viaja a las ratas (el principal restaurante para las pulgas) y les jode el hígado y mil cosas más. La mayoría de las ratas mueren impunemente a manos de la pequeña y letal Yersinia pero un buen número de roedores sobrevive y se convierte en portador de la bacteria. Y donde hay humanos, hay ratas.
Viajemos atrás en el tiempo unos 670 años al bonito puerto de Caffa (hoy Feodosia) en el Mar Negro. Es el año 1347 y la ciudad, centro neurálgico del comercio con Asia (las especias y tal, ya saben, mucha pasta en juego) está sitiada por las hordas mongoles del Gran Khan. Para los de la LOGSE, sitiada significa “rodeada”. Total, que los de dentro, genoveses ellos, no se rinden y los de fuera no saben cómo entrar, se enfadan mucho y deciden irse. Pero antes, para que se jodan los sitiados, los mongoles recogen a todos sus muertos putrefactos y los lanzan muralla arriba y por medio de catapultas enormes, al centro de la ciudad. Imagínense el espectáculo: el ruido (chof!) de cadáveres cayendo por todas partes, el pestazo nauseabundo de los muertos podridos, el correr para todas partes buscando cobijo para evitar que un intestino grueso, por ejemplo, te dé en la cabeza. Los genoveses recogiendo como pueden toda aquella casquería y arrojándola al mar, los mongoles descojonados, suponemos, y ninguno de ellos sospechando lo que está a punto de ocurrir.
Ese es el inicio del fin de una época, del cambio absoluto en la forma de pensar y de ver el mundo. Nadie lo sabía ese día de 1347 pero esos cadáveres cambiaron la Historia. Y todo porque en ellos viajaba, tan ricamente, nuestra pequeña amiga Yersinia.
Los marinos genoveses que finalmente pudieron escapar de Caffa se dirigieron a su ciudad infectados, llevando también ratas con la bacteria. La peste se propagó como la pólvora en una Europa de ciudades sucias, llenas de gente pero conectadas por infinidad de caminos. Algo tan pequeño como Yersinia se cargó a casi la mitad de la población de Europa en tres pavorosos años. Por supuesto, era dios que estaba cabreadísimo, y la culpa la tenían, obviamente, los judíos. Hala, a matar judíos por miles. Y a los vagabundos. Y a los peregrinos. Y al que me cae mal. Aquello fue un sinvivir, nadie podía hacer nada: los médicos no sabían qué hacer, la Iglesia estaba paralizada y la peña muriendo a miles cada día. Pueblos que se quedaron vacíos, reyes que morían igual que campesinos, obispos, niños, soldados. Fíjense, además, en los síntomas.
Empezaba con una fiebre bestial, toses, náuseas y vómitos. De las tres variantes la más común era aquella en la los ganglios de axilas, ingles y cuello, se hinchaban como pelotas negras y supurantes, los bubones, de ahí lo de “peste bubónica”. En siete días estabas listo. Después estaba la septicémica, que infectaba la sangre y producía enormes manchas negras en la piel, de ahí lo de “peste negra”; y finalmente la neumónica, la mejor porque, aunque literalmente tirabas por la boca trozos de pulmón en una agonía espantosa, por lo menos no solía durar más de un día o dos.
No es de extrañar que la gente pensara que era el fin del mundo.
Y es que a veces, no nos damos cuenta de lo peligroso de algo hasta que es demasiado tarde. Hoy en día la ciencia nos ha enseñado que la higiene es básica y nos ha dado medicamentos y vacunas para que aquellas plagas no se repitan. Sin embargo, otras “bacterias ideológicas” son mucho más difíciles de erradicar y se propagan en un mundo eterna y continuamente conectado. Hoy en día la intolerancia, la estupidez, la vacuidad, viajan por nuestros móviles en forma de falsas noticias, mentiras, medias verdades y hasta de chistes, como Yersinia viajó por los caminos en la Edad Media. Y al igual que ella prosperó en un mundo de hacinamiento y suciedad, esas ideas se propagan en un mundo de incultura y estupidez voluntaria infectando cerebros a millones. Y son igual de contagiosas.
Pero, cuidado, hay motivos para la esperanza: de aquella escabechina terrible surgió un mundo mejor. La mano de obra escasa produjo aumento de los sueldos; las ciudades, medio vacías, se volvieron a llenar con nuevas gentes, la gente empezó a darse cuenta de lo importante que era también la vida terrenal (no solo la celestial) y se produjo una explosión en el saber y en las artes, mucho más enfocadas al ser humano y no solo a dios. Es lo que se llamó el Renacimiento: Leonardo, Miguel Ángel, Boticelli, Dante, Durero, van Eyck, Copérnico, Galileo, etc., etc., etc.
Así que, no desesperemos, vacunémonos contra las modernas Yersinias de internet, borrémonos de esos grupos de guasap que solo mandan gilipolleces, mandemos a la mierda al racista, al homófobo, al gilipollas en nuestro entorno, y viajemos, literalmente o con un libro (la única diferencia es que con el libro no tienes que publicar nada en Instagram).
Y esperemos que la educación sea, una vez más, vacuna, cura y alivio. Y el principio de un mundo mejor.












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