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JUAN ANTONIO LÓPEZ LUQUE Miércoles, 10 de Octubre de 2018

Antropología de bar

¿Se acuerdan de aquella señora británica que se quejó de que en Benidorm había demasiados españoles? Seguro que sí: el sentimiento patrio, herido en lo más profundo, se lanzó a insultar, vilipendiar y chotearse de la señora y de sus 60 millones de compatriotas. Y eso que la mujer no dijo exactamente eso, que si no… Porque obviamente el 90% de la gente solo leyó el enunciado sensacionalista en los medios de comunicación. Ella habló de los españoles maleducados, de los cuales había, al parecer, muchos. Esta pobre imbé… (ya estoy juzgando), esta pobre mujer lo que tuvo es una inmersión forzada en otra cultura (la nuestra) y en una de sus manifestaciones: la falta de educación o, seamos imparciales, un tipo de educación distinto al que esta persona está acostumbrada: la educación anglosajona.

 

Decía don Ramón de Campoamor que, en este mundo traidor, nada es verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira. Y yo, que ya llevo más de medio siglo en el traidor mundo este, intento a veces ver las cosas a través del cristal de la ciencia. Eso te da una perspectiva lo suficientemente alejada para que las cosas no te afecten demasiado. Para ello la antropología es cojonuda (la palabra Antropología viene de antropos: hombre, ser humano; y logos: estudio, conocimiento): te permite analizar y hasta entender a tus semejantes en vez de querer estrangularlos a todos con una cuerda de piano. Así somos, te dices, debido al instinto, a la educación, en definitiva, a la cultura.

 

Si yo les pido ahora que definan la palabra cultura probablemente se quedarán ustedes con cara de haba diciendo lo que decimos todos cuando creemos conocer perfectamente algo, pero somos incapaces de describirlo: “¿cultura? pues coño, cultura es eso, la… el… las cosas que… o sea... la cultura, ya sabes, joder, la cultura”. Les voy a dar una definición de cultura: el conjunto aprendido de tradiciones y estilos de vida, socialmente adquiridos, de los miembros de una sociedad.

 

Analicemos la frase; lo importante son dos cosas: que es aprendido y que, además, se aprende en sociedad.

 

Imagínense que nuestro cuerpo es la máquina, el hardware. Pues ya venimos de fábrica con un software básico que nos hace respirar, sudar, cerrar los ojos al estornudar, excitarnos, sonrojarnos, hacer la digestión, que tengamos sexualidad anual y no estacional, que crezcamos en familia o que nos chupemos el dedo cuando nos cortamos. Es lo que llamamos instinto. Este software es común a todos los seres humanos que en el mundo han sido y serán. El Windows Sapiens©

 

Pues bien, la cultura es el software que nuestros padres, nuestros profesores, nuestros amigos y, en definitiva, nuestra sociedad instala en nuestro cerebro: comer o no comer insectos, rezar a uno u otro dios, vestir de negro o de blanco en un funeral, tener una o más esposas, cortar el prepucio a los niños, dar la mano o dos besos, eructar en la mesa, el respeto a los mayores, y todo lo que se les ocurra. Incluidas cosas tan bonitas como el amor a los animales o el gusto por la música y otras no tanto como el racismo, la superstición o la intransigencia. Con todo eso no se nace.

 

Y cada cultura tiene su software particular. La gran pregunta es: ¿hay culturas mejores que otras? ¿o simplemente cada una está mejor diseñada para su entorno? Por supuesto a mi me gustan más la paella, vestir pantalones vaqueros y poder decir que soy ateo, pero no tiene que ser lo mismo para un tipo de, digamos, el norte de Afganistán. Para él, lo bueno será otra cosa, qué sé yo, el islam, la leche de cabra o el cultivo de la adormidera.

 

Pues les tengo que confesar que la barra de un bar es el sitio perfecto para un estudio antropológico. Si encima es un bar frecuentado por diferentes culturas, ya ni les digo. Ahí puedes ver cómo cada uno juzga (normalmente en silencio, con la mirada) al otro: el español piensa que el inglés está gilipollas porque pide medio litro de cerveza y se la bebe al sol. Y sin espuma. El inglés mira de reojo y piensa que los españoles son maleducados porque están discutiendo a grito pelado si anoche estaba o no estaba Pepi en la discoteca, que uno la vió pero el otro no. Los ingleses beben la cerveza del tiempo y hablan bajito porque así es su cultura; y los españoles, acostumbrados a comer, beber y relacionarse al aire libre, tienen un nivel de voz más alto y prefieren la cerveza bien fría porque normalmente en verano hace un calor que derrite el asfalto. Hechos. Culturas. Malentendidos.

 

El británico, al igual que el irlandés, lleva la cultura del pub en el ADN, que para eso es invento suyo. Pub viene de “public house”, literalmente una de las casas del pueblo donde se vendía alcohol, básicamente cerveza. Por eso la mayoría de los bares (en Irlanda, por ejemplo) tienen nombre de personas, porque era la casa de Murphy, O’Hara o Mulligan. Eso lo tienen muy claro: cuando entran al bar entran a TU casa. Y automáticamente se dirigen a la barra, esperan pacientemente a que hagas contacto visual con ellos para pedirte (nada de “chst, oye!” o “perdona, ponme…”), te piden por favor lo que quieren, te pagan, dejan propina y se van a sentar por ahí. Cuando terminan te llevan los vasos a la barra y se despiden. A ninguno de ellos se le ocurriría pedirte que cambies la música porque sería como pedir a alguien, en su propia casa, que cambie las cortinas porque a ti no te gustan.

 

El español, por sistema, se sienta en cualquier sitio y espera a que vayan a servirle. Esperan un servicio, nada de ir a la casa de nadie: esto es un bar, pues que me sirvan. Es un hecho cultural. Y hay muchos que te piden, con musho salero, que pongas “musiquita española pa bailar” (o directamente el Despasito), porque no le gusta la música que pones; o aquel otro simpático que te pide, con una sonrisa cómplice, que le eches un poquito más de ron “que yo soy español”. Somos diferentes porque nuestras culturas son diferentes. Puede ser más o menos inconveniente pero no es mejor o peor. Un ejemplo muy de moda es el gintonic.

 

El ritual del español suele ser siempre el mismo: pasean la vista por las botellas buscando la que esté de moda en el momento (Seagrams, Hendricks o la que haya hecho el mejor marketing) y te piden cierta marca de tónica (sí, hay más de una, yo también flipé), lima (nada de limón, por dios) te preguntan si tienes pepino, cúrcuma, fresas o cardamomo. Todavía ninguno se ha atrevido a pedirme que le “rompa la burbuja” de la tónica, pero tiempo al tiempo. Ponle tú a un español algo que no sea Schweppes y mírale el careto. O ponle un vaso de tubo, verás qué risa. Para nosotros el gintonic es una moda. Recuerdo cuando en los 80 y 90 era bebida de abuelos y solo teníamos dos marcas: Larios y MG. Yo, en el bar tengo 30 marcas diferentes y no soy, ni de lejos, el que más tiene. Postureo, creo que lo llaman, aunque en mi época se decía de otra forma que empezaba por “gili” y acababa por “polléz".

 

Para los ingleses en cambio el gintonic es una tradición (al fin y al cabo, lo inventaron ellos) y lo piden como el que pide una cerveza rubia, así, sin marca. De hecho, se quedan muchas veces parados si les preguntas qué ginebra quieren: miran las botellas y te dicen “no sé, cualquiera”. Hielo, limón, ginebra y tónica. Cualquier tónica. Otra cultura.

 

El peligro está cuando te acostumbras a una cultura, a los clientes ingleses, por ejemplo: si tenemos en cuenta la cantidad de alcohol que consumen, la cantidad de propina que dejan, lo educados que son, el poco ruido que hacen y lo poco que exigen, puedes caer en la trampa de pensar que los españoles son peores clientes. No lo son. Lo único que ocurre es que en un pub irlandés están fuera de su cultura. Lo nuestro, señoras y señores, es el chiringuito. Ver a un inglés comerse un mejillón con cuchillo y tenedor, en la única mesa al sol, poniéndole tabasco a la paella con un café con leche al lado y a las 12 de la mañana puede parecernos raro. Es en ese momento en el que deberíamos intentar comprender el porqué; en vez de descojonarnos en su cara, podríamos simplemente entender que vienen de otra cultura y que, si nadie les explica amablemente las reglas y costumbres de la nuestra, ellos harán lo que consideren más obvio, más cercano a la suya. Les aseguro que ustedes quedarán como unos cerdos en USA si nadie les dice que la propina es obligatoria en ese país. Y es que usted no tiene porqué saberlo: en su cultura no lo es.

 

Así que, no nos engañemos, todos tendemos a considerar nuestra cultura como la mejor y juzgamos a los demás según nuestros valores. Tal vez lo más difícil del mundo sea intentar comprender al que tiene una cultura diferente.

 

Y es una pena porque cuando comprendes, cuando eres capaz de ponerte en la piel del otro, estás a un solo paso de respetar. Y el respeto al otro es la base de la convivencia.

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