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ENRIQUE VILA
ENRIQUE VILA Domingo, 07 de Octubre de 2018

El escorpión y la rana

Cuenta la leyenda que un aburrido escorpión se encontraba al borde de una charca, una gran y sucia charca. No era un escorpión cualquiera, era el jefe de los escorpiones. Había sido designado, a pinza, por otro jefe de escorpiones que, unos días antes escapó a ocho patas del bosque. La noche que se decidió hacerle pagar sus fechorías, el anterior escorpión máximo, tras despedirse de su afín camarilla de arácnidos, darles las buenas noches y quedar para desayunarse unos insectos, se escondió entre las púas de un puercoespín y se escabulló a otro bosque. Uno lejano donde esconderse bajo tierra y evitar responder de sus infames actos. Por la mañana, al ir a prenderlo, sólo encontraron unos cuantos alacranes que, inocentes pardillos, esperaban en vano verlo salir del tronco hueco donde moraba. Los de seguridad de la floresta intentaron que los mandos del otro bosque lo rebosquearan, pero de nada sirvieron pactos de hermandad y colaboración. Se los pasaron entre las patas, negándose a ello siguiendo el dictamen del consejo de becerros, encargados de estas cuestiones, cuando los asnos estaban de vacaciones en aquella otra floresta. Que era el caso.

 

Pero volvamos a la charca y al actual líder de escorpiones. Allí estaba parado, pensando, rascándose la cabeza cuidando no pinzarla o tropezar y clavarse su propio aguijón. Hábil, lo que se dice hábil, no era. Tenía un problema importante que resolver y no sabía cómo. Había prometido a sus seguidores escorpiones que más allá de la charca, una laguna para ellos, existía una tierra repleta de insectos deseando ser devorados; ni tan siquiera tendrían que cazarlos, caerían dócilmente en sus pinzas sin esfuerzo alguno; que el sol calentaba las mañanas, hacía cálidas las tardes y la noche era fresca. Nunca más tendrían que esconderse bajo tierra; no existían depredadores y era tal la abundancia y lujo del otro lado como para arriesgarse a cruzar las peligrosas aguas. Algunos le creyeron, otros no, y envalentonados por sus soflamas callaban a picotazos a quienes ponían en duda la verdad de su líder. “El bosque nos roba”, “No nos permite desarrollarnos como escorpiones” “Los escorpiones somos superiores a los demás”, eran algunas de las consignas que, por reiteración, habían acabado por creerse a patas juntillas.

 

Mientras, el resto de animales se arrepentía de no haber previsto la amenaza cortándola de raíz: Al principio pareció tan ridícula que, ¡oye! ni caso, sabedores que, aunque peligrosos, los alacranes podían ser fácilmente reducidos. Ahora eran una turba enardecida en pie de guerra y la solución se había complicado. Además se corría el riesgo de contagio porque otros animales empezaban a imitarlos, viendo que no les pasaba nada y por no enfrentarse a ellos, se les consentía todo tipo de desmanes.

En esas estaba cavilando (tanto como puede cavilar un escorpión), cuando un batir de alas llamó su atención. Un pájaro, ¡qué miedo!, un avión, se preguntaba. No. Era la lívida libélula presidencial que por allí pasaba. Grácilmente se posó en un nenúfar y de ella, de igualmente grácil salto, bajó una gallarda rana con gafas de sol, altivo porte, señorío y marcada elegancia.

 

- Bon día .- dijo el escorpión.- Tu debes de ser la rana jefa ¿no?

- Buenos sean.- Respondió la rana al momento – Y tú el escorpión que tanto lío está armando en el bosque. Croó de nuevo, engolando la voz.

- Lío ninguno, defiendo el derecho de mis compañeros de abandonar el bosque y llevárnoslo dónde nos plazca y esta opresiva charca me lo impide. Por cierto, ¿vienes de muy lejos, estabas de viaje?

- No, de dos árboles más allá, he ido a ver a los Quiles con la familia. Es muy chulo ir en libélula y no cansa nada de nada las ancas.

 

Tras un rato hablando de esto y de aquello, divagando y riendo mientras se intercambiaban piropos que ninguno pensaba, el escorpión le explicó lo que realmente quería: “Si me llevas en tu lomo hasta el otro lado, prometo apoyarte en lo que quieras y no dar más la lata en el bosque”.- le pidió -. El desconfiado batracio, pues así se llamaba, le respondió que ni pensarlo, siendo un escorpión le picaría y mataría, pero este, rápidamente, le razonó que eso no pasaría, no tendría lógica, si le picaba se ahogarían los dos y adiós a la ansiada libertad para él y sus oprimidos “creyentes”.

 

Aquello hizo pensar a la rana, no tenía costumbre, y finalmente se convenció de que merecía la pena intentarlo. No era lógico que le picara y, si conseguía apaciguar la revuelta sería rana jefe de por vida viviendo a cuerpo de anfibio, admirada y venerada por todos, atractivos sapos, graciosos renacuajos y resto de animales. Así que accedió.

 

Montado en su lomo estaban a mitad de trayecto cuanto el arácnido sintió un irresistible picor, un espasmo incontenible, un temblor y escalofrió en su aguijón. Inyectados los ojos en un amarillo hepático no pudo (ni quiso) sujetarlo y descendió a toda velocidad dando a la rana una estocada mortal y certera en todo lo alto. “Y al finalizar os hiero” musitó por lo bajo, cual certero Cyrano.

 

Mortalmente sorprendida la rana alcanzó a balbucearle al escorpión mientras se hundía en las fangosas aguas:

 

- Pero ¡qué has hecho mentecato, no es lógico, ahora moriremos los dos!

- Pues sí, pa qué nos vamos a engañar, tienes razón.- Le respondió.- Pero qué quieres que haga, soy un escorpión y como tal me comporto. Pico y mato, es mi naturaleza. Hay que ser boba para fiarse.

 

Poco a poco desaparecieron también las pinzas de la superficie, y ambos se sumergieron para siempre en el fango. La normalidad volvió al bosque. Al escorpión fugado, al parecer, se lo cenó un hambriento búho miope que no sabía quién era, y los habitantes del bosque fueron felices, los unos comiendo perdices y los otros raíces.

 

Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.

 

* Enrique Vila es abogado. Fundador del despacho Romiel y Vila Abogados

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