Día Sábado, 22 de Noviembre de 2025
El pobre enriquecido

Cuando me disponía a atravesar a toda prisa los aledaños de la Diputación de Alicante, un hombre grueso de mediana edad con barba y pelo canoso ataviado con una camiseta blanca adornada con unas palabras en inglés me increpó de forma repentina. Me comenzó a contar las razones de su indigencia, los motivos, circunstancias y acontecimientos que le han llevado a resguardarse en la urbe cobijada por el cielo azul de día y el estrellado de noche. De manera monográfica enumeró cada uno de los trabajos en los que había estado, recordaba aquel tiempo pasado que fue mejor, en el que en lugar de llamar una camiseta proporcionada por la beneficencia iba vestido con trajes de Emidio Tucci representando a empresas como comercial. Su labia era y es su mayor don, una empatía que sazonada con diferentes nociones culturales y políticas hicieron de mi encuentro con Jordi, así se llama, una experiencia sinigual.
Jordi, no quería dinero, de hecho, rechazó las monedas con las que le obsequié. Tan solo pedía ser escuchado. Cansado de que cientos de personas le miraran con lástima, asco o estupor, cansado de su compañera de vieja, la soledad, necesitaba desahogarse con alguien de carne y hueso y que le mirara de tú a tú sin tener en cuenta su clase social o condición. Lo que empezó como un dialogo intimo en el que Jordi me relataba su existencia, desembocó en un debate político en el que los dos intercambiamos nuestras impresiones sobre la realidad municipal y nacional. Aquel hombre no era un mendigo cualquiera, era un ilustrado, pese a no tener ningún título universitario, se apreciaban sus conocimientos humanistas. Conocía nombres de gobernantes que ni tan siquiera yo había oído, me recomendaba leer a filósofos como Weber, ese alemán que tantos dolores de cabeza me dio en Filosofía del Derecho. Iluso por mis prejuicios, no habría reparado nunca en que un sin techo pudiera tener nociones sobre todas aquellas materias. Ese hombre, pese a carecer de capital físico, desbordaba en capital humano e intelectual. Un Jordi, con nombre de intelectual catalán, que de haber tomado mejores decisiones en su vida y de no haberse perdido entre tanta copa de wiski, como el mismo me confesó, podría haber llegado alto.
En ocasiones, somos víctimas de los prejuicios, ese estigma que nos hace juzgar a las personas sin conocerlas. Clichés que del mismo modo que nos crean la falsa creencia de que un mendigo tiene que ser un ignorante, nos hace ver incompatible vestir bien o tener dinero con ser de izquierdas, véase a Pablo Iglesias. Tenemos que eliminar de nuestra cabeza esa barrera imaginaria entre ricos y pobres. Ver personas en lugar de al caballero Don Dinero. Ciudadanos, porque, aunque suene a tópico existen mendigos que tienen papeles, no están en la calle por no tener donde caerse muertos, que también, sino por la incomprensión y la inadaptación a la sociedad de estos. Indigentes como Jordi, que como el mismo me reconocía, se sienten extraños en la existencia actual. Aislados y marginados por los comentarios despectivos de los viandantes que en lugar de regalarles una sonrisa les clavan una puñalada con una mirada despreciable y temerosa.
La mendicidad es consecuencia de la inadaptación, personas incomprendidas, que a veces valoran más unas palabras de compresión que una limosna.













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