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RAFAEL SIMÓN GALLARDO
RAFAEL SIMÓN GALLARDO Martes, 03 de Julio de 2018

Coged las rosas mientras podáis (13)

"¿Te has parado alguna vez a ver los colores que estallan en Madrid cuando, al salir del metro en una tarde otoñal, el sol se va?"

Joaquín Sabina

 

Marta se quedó petrificada mientras oía la melodía de Roxanne tocada y cantada por la joven chelista en el pasillo del metro. Un pequeño grupo de gente se paró a oírla formando un corrillo, algunos bailaban y otros simplemente observaban con deleite, la jinete quedó detrás viendo el conjunto mientras escuchaba:

 

"Roxanne, no tienes que prostituirte, esos días han terminado, no tienes que venderte a la noche, para nada te ayuda, te usa y te degrada cada vez más, uno tras otro y otros tantos pasan por tu cuerpo sin pagar tu precio".  

 

Los recuerdos lucharon por salir, desordenados, a borbotones como la marabunta, como el babeo de la sangre, como la melodía de Jazz. Volvió a vivir los atardeceres en la azotea del ático de Eugenia en la Puerta del Sol. Juntas, despidiendo al Astro Rey, único monarca respetable conocido, que cada tarde, moría ante los ojos de la feliz pareja a pesar de su luz y fortaleza. "Todo tiene principio y final" aseveró Marta.

 

Música, alcohol, sexo, amor, palabras, historias y secretos compartidos. Creyó oír de nuevo la voz de la chelista diciendo: "mis padres eran músicos, de fama y virtuosismo reconocido y decidieron hacer de mi lo que ellos eran, desde los cuatro años me obligaron a aprender música, me negaron los juegos, las amigas, las muñecas, me impusieron su mundo. La letra con sangre entra y el arte requiere sangre, sacrificio y devoción que una niña no debería padecer. Me doblegaron con la disciplina de los instrumentos, del solfeo, del conservatorio, del colegio y me robaron el tiempo de los sueños, me privaron de mi niñez".

 

La gente seguía rodeando a la chelista del metro, cada vez más personas de forma natural, dejaron de ser viajeros para tornarse improvisados melómanos mientras escuchaban la letra de la canción: 

 

"Roxanne, no tienes que llevar ese vestido rojo, que deja ver tu cuerpo hermoso pero lo degrada y empobrece,  esta noche harás la calle por dinero, crees que no te importa, que no hay otro remedio, pero con cada uno que pasa y te paga,  tu alma se envilece, tus sueños se oscurecen, sabes que está mal, te lo digo porque me importas, te lo cuento porque te quiero".

 

Mientras, Marta recordó, vio los ojos almendrados de su pareja como brillaban tamizados por las incipientes  lágrimas que le provocaban el evocador recuerdo de su adolescencia; "A los diez y seis años, a punto de terminar  el conservatorio no aguanté más, exploté, me revelé y les dije a mis padres que no quería ser música,  que  quería vivir, brillar, amar y ser libre, ser mujer y no una simple chelista".

 

La pareja que se comía a besos en el vagón paró delante de la gente, formaron parte del atento grupo mientras sus manos se entrelazaban, la joven música del metro siguió cantando la versión española de la canción de Sting y Police:

 

"Roxanne, escúchame, te amé desde que te conocí, nunca te desprecié, yo tengo que decirte, simplemente, que no te compartiré con nadie, sé lo que quiero, se cómo te quiero así que, quítate el maquillaje, quítate el vestido rojo, ponte tu camiseta y tus vaqueros, te lo diré una vez, no lo repetiré, esta no es la forma, hay otros caminos".

 

La voz de Eugenia resonaba en la cabeza de Marta con claridad, con contundencia, con pena y un poco de rabia contenida al contar su melancólica historia; "Me escapé de casa, estuve deambulando por la calle, conocí a mucha gente, normal y diferente, buena y mala, pero casi todo el mundo, me trató mejor que mis padres. Pase hambre, me engañaron, me robaron, abusaron de mí, pero también me ayudaron y protegieron sin nada pedir a cambio. Trabajé de camarera, de vendedora y de otros oficios innombrables y poco decentes, todo antes que volver a la cárcel de mis padres que no se interesaban por mí, solo atentos a mis habilidades y no a mis deseos. Muchos días tocaba el chelo en el metro y la gente se paraba a oírme y me pagaban por el arte que yo desconocía tener".

 

El hombretón peludo y moreno del metro también paró a escuchar a la joven chica, esto le llamó la atención a Marta que pensó que debajo de tanta rudeza podía haber la sensibilidad precisa para entender la música. La chelista del metro terminó la canción con maestría:

 

"Roxanne, no tienes que prostituirte Roxanne, te quiero, como te quiero...".

 

La gente del corrillo, la pareja de los besos y el rudo y peludo hombretón, rompieron en aplausos y el grupo empezó a disolverse como un terroncillo de azúcar al terminar la música que les unía. Se dispersaron con desorden, al pasar delante de la funda del instrumento, dejaron caer monedas mientras que la joven agradecía el detalle con una amplia sonrisa y alguna reverencia.

 

Marta quedó sola delante de la joven. Se acercó a ella y la besó con ternura, la chica se dejó besar algo sorprendida. La jinete empezó a andar hacia las escaleras mecánicas. Los peldaños ascendían trasportando a los viajeros hacia la luminosa salida. Todos sobre el lado derecho, mientras que la gente con prisa, circulaba rauda por la izquierda.

 

La cabeza de Marta recordó los aplausos en el Teatro Real, eran iguales que los del metro pero estos sonaron más reales. Siguió oyendo el relato de Eugenia; "Sé que mis padres me buscaron, pero a veces pienso que no quisieron encontrarme, que estaban más cómodos sin mí".

 

Marta salió violentamente del trance de sus recuerdos al oír un grito bajo la escalera, "¡¡Al ladrón!!". Un joven subía corriendo las escaleras llevando un bolso entre las manos mientras que la dueña le señalaba desde bajo. Nadie hizo nada, se apartaron para facilitar la huida, la jinete pensó que nadie ayuda a nadie e intentó parar al caco interrumpiendo su camino con su menudo cuerpo. Cuando calculó que colisionarían cerró los ojos. El golpe no se produjo, un enorme brazo, lo apartó deteniéndolo y evitó el accidente.

 

Marta levantó la vista y vio al soez hombretón del metro que junto con ella fue el único que algo hizo por ayudar. Sintió vergüenza al recordar con que prejuicio lo había valorado antes. La mujer robada subió llorosa, el hombretón, le devolvió el bolso. Después le dijo al chico; "corre, sal corriendo". El muchacho no se lo pensó dos veces y se perdió entre la gente. El hombretón saludó con la cabeza a la jinete y también desapareció. "La gente es buena" concluyó Marta.

 

Marta llegó a la plaza, al portal de salida del metro, a la gran Puerta de Sol. Era una tarde encapotada, grisácea y plomiza, a punto de lluvia.

 

Al fondo, a lo alto, la figura de la botella de tío Pepe, "Sol de Andalucía embotellado" con su gorro rojo y los brazos en jarra le saludó complaciente. En la planta baja, el símbolo de la manzana mordida de Apple también la esperaba mientras le susurró que era un tributo al matemático y científico de la computación Alan Turing, quien en 1954 murió al morder una manzana envenenada con cianuro por ser homosexual sin importarle a nadie, que antes, hubiera ayudado a los Británicos a descifrar los mensajes encriptados  e los nazis y así poder ganar la II gran guerra.

 

Después pasaron más cosas pero eso fue otra historia.

 

* Rafael Simón Gallardo es médico y cuenta cuentos inveterado...

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