Coged las rosas mientras podáis (11)

"Los besos hay que darlos como si no hubiera mañana, como si ese beso que das fuera el último que se te permitiera"
Elisabet Benavent
La noche transcurrió deprisa, el local mohíno, se llenó de gente diversa, de tribus urbanas noctámbulas aparentemente enfrentadas pero que en ese hábitat concreto y especial, se amalgamaban con naturalidad, unidas por un poderoso deseo único, inequívoco y hedonista; el baile.
Hubo diferentes colectivos en el cabaret, algunos "petimetres" acompañados de "chetos" con dinero, pocos "raperos", muchos "góticos", menos "rastafaris", algo de "Rasketos" y un nutrido grupo de "Grungers", pero el conjunto dominante, estaba formado por 15 mujeres de etnias negra, oriental y blanca, ataviadas con ropas africanas de tonos cálidos de tierra, grandes y coloridos collares de metal y madera al cuello, aros gigantes en las orejas, abalorios identitarios en muñecas, faldas amplias, pantalones de ancho final, peinados alzados al cielo coronados algunos por pañuelos alegres.
Las "Africans" habían invadido la pista central mientras sonaba una música de percusión, rítmica, envolvente, básica y sobre todo eficaz.
Se bailaba en bloque. El grupo multirracial y de género, danzaba al unísono, en conjunto, las bailarinas estaban conectadas, los movimientos, expresaban un lenguaje de códigos y gestos enérgicos, conseguían disociar las diferentes partes del cuerpo, las posturas eran femeninas y potentes, sensuales y sobre todo, dominantes.
Las danzantes bailaron primero para ellas pero desde esta privacidad, transcendieron a un nivel superior grupal que todo lo contaminaba, llenando de sensualidad femenina hasta la ultima oquedad del tugurio, crearon un grupo magnético, imantador, telúrico, complejo y simple a la vez y sobre todo, lleno de belleza y de verdad sin imposturas.
Empezaron bailando separadas pero en el transcurso de la danza, se fueron acercando hasta formar un autentico bloque unido por la música y por sus propios cuerpos que se rozaban complacientes. Se abrazaron de todas las maneras posibles al bailar, mientras el ritmo de la música aumentó de intensidad y ellas saltaron al unísono por el ritmo repetitivo que les envolvía, las espaldas se arquearon, las manos acariciaban sin distingos ni pudor a sus vecinas, el sudor saltaba de una a otra en cutículas que brillaban por las luces del local.
Las demás tribus se fueron animando y como si se hubieran infectado de un eficaz virus se unieron a las Africans dominantes que aceptaron sin aspavientos a los neófitos. Todo cuadró como un gran tetris, cada persona perdió su ser definitivo, su naturaleza diferenciadora para formar parte de la llamada de la selva musical.
Marta fue testigo de una eficaz fusión de personas, de tribus, de conceptos diferentes que se disolvían ante sus ojos para formar un grupo compacto que solo quería bailar, ser feliz y hacer felices al resto.
En eso, Eugenia se levantó, alargó su brazo y cogió de la mano a Marta levantándola, "¿Bailamos?" preguntó sonriente. Marta dudó, montar a caballo era lo suyo pero Dios no le había favorecido con el don de la danza. "Vamos Marta, no seas moña", prosiguió la chelista mientras tiraba de ella hacia la pista.
La jinete dudó al principio, "no se puede luchar contra la corriente de un río embravecido" pensó Marta, "el agua siempre vence y Eugenia es agua, fuerza y poder" concluyó.
El grupo las engulló, al principio Marta estuvo incomoda pero después, el retumbe de la percusión resonando en su vientre le ayudó y la persuadió obligándola a saltar con el colectivo hasta perder el control de si misma y sentirse por primera vez parte de algo, de un todo con sentido "al menos mientras dure la música" pensó la jinete.
Marta sintió que le agarraban por la espalda y se acoplaban a ella, se fue girando lentamente al ritmo de la música y tuvo delante a Eugenia, con su traje plisado amarillo, abierto, voladero y seductor. La chelista dejó de bailar, la miró profundamente y acercando su cara la besó en la boca.
La mujer del traje negro se quedó paralizada, nunca antes le había besado a otra mujer, esperó sentir asco pero esta sensación no se presentó, se serenó y se excitó a la vez mientras abría la boca y besaba ella también.
Dentro de Marta se rompieron muchas cosas gracias al beso, sus prejuicios no le habían protegido de nada, los avisos de su madre quedaron olvidados, las noches que su padre la visitaba en la cama fueron entendidas y archivadas en ese instante, el estúpido de su marido casi ni apareció en su rápido recuerdo, entendió entonces que había sido un mal necesario para tener hijos, "un zángano que olvidó morir" pensó.
Todo lo pasado hasta entonces había tenido sentido por primera vez aunque muchas de las vivencias fueran traumáticas, todo fue necesario para poder vivir el momento actual con plenitud, para recibir el primer beso de amor de su larga historia.
Sintió lujuria y emoción en proporciones idénticas, el beso funcionó como gatillo de la libido, pero no una libido tradicional, era algo más complicado, quizá fuera por el lugar, por la compañía, el baile y la música, pero le daba igual, Marta besaba y era besada mientras se llenó de placer, euforia y energía. Marta cerró los ojos disfrutando de cada nueva sensación hasta que terminó el beso.
Las dos mujeres quedaron una frente a otra. La chelista sonrió satisfecha, la jinete llena de incredulidad miró a su pareja, se sintió desorientada, con vértigo, sin comprender bien lo sucedido pero reconociendo que acababa de suceder el punto de inflexión más importante de su vida.
Eugenia la abrazó y siguieron bailando, volvieron a formar parte de la amalgama de tribus que disfrutaban de la vida sin vergüenza alguna.
De madrugada salieron del Berlín cabaret 1930 Bar, pasearon abrazadas por las callejas del barrio, se besaron varias veces más y esa noches durmieron juntas o no durmieron, pero eso, eso fue otra historia.
* Rafael Simón Gallardo es médico y cuenta cuentos inveterado...
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