Día Sábado, 22 de Noviembre de 2025
Coged las rosas mientras podáis (8)

"Te veo ahí igual a un cello elegante y taciturna, ojos café y gran semblante. No tienes acordes definidos pero aprenderé a tocarte con manos de apacibilidad te cortejaré, igual a la abeja flores. Deslizaré mis dedos por tu delicada espalda haré música tierna y lasciva hasta embriagar el alma. Mientras, te miro fijamente a los ojos para llenarme de tu primavera y ahogarnos en el dulce cantar de las rosas donde desemboquen nuestros besos. Besos tuyos y míos o tal vez míos y tuyos porque el orden de los besos no altera el deseo. Despierto, salgo del ensueño pero, aun te sigo viento te veo, te veo ahí hermosa dama, igual a un cello".
Fito Baptista
La mujer, vestida con un traje largo, negro, de amplia espalda, con el pelo suelto, como la crin de caballo que tanto le gustaba. Se desplazó despacio por el Teatro Real. La entrada le cautivó, el foyer decorado con una columnata elíptica forrada de madera tropical era hermoso y algo irreverente. La gente transitaba con trajes y vestidos elegantes, como ella, perfectamente mimetizada para la ocasión.
Era un concierto organizado por La Asociación Española contra el Cáncer. Se fijó en las miradas displicentes, las expresiones postizas, en la forma de andar etérea del público que se desplazaba por el suelo casi sin pisarlo. La gravedad hace excepciones y esa era una de ellas, pensó Marta, no andan, vuelan. Sin embargo, la vida no hace excepciones, el cáncer afecta de forma transversal a todo el mundo sin importar condición alguna, es lo más democrático que existe.
Accedió al segundo piso, un inmenso pasillo circundaba todo el amplio perímetro del edificio, llegando al antiguo salón real de baile en la fachada posterior. El vestíbulo trasero, se abría con grandes ventanales a la parte superior de la fachada. Desde ahí, se podía ver La Plaza de Oriente. Se quedó quieta, prendada de la hermosa arquitectura. Le pareció que las piedras, le contaban historias antiguas, vividas y olvidadas, de amor e incluso de odio, como la vida misma. Le entró ganas de gritar su historia pero no lo hizo por miedo de parecer una loca y desentonar con gente tan distinguida.
Se organizaba un concierto donde la famosa solista retirada, Eugenia Cantero, violonchelista virtuosa, actuaría junto a un pianista para recaudar dinero. Allí se enteró que la artista, estaba retirada de forma provisional porque le trataban un cáncer de mama. Lo mismo que a ella le había pasado.
Marta accedió a la platea del teatro, había conseguido una butaca cerca del escenario. Todo la estancia era preciosa, olía a arte, de estilo italiano barroco, con adornos de madera dorada, lámparas de araña, el palco real centrado en el primer piso, escoltado por robustos cortinajes. A ambos lados, los palcos corridos se estaban empezando a llenar. El pasillo alfombrado de hermosos tapices geométricos, le llevó hasta su butaca, muy cerca del escenario. Se sentó. Cerró los ojos y escuchó el murmullo de la gente circundante, era como un susurro de abejas ordenadas, cada una en su celda y todas expectantes. Abrió los ojos despacio. El plomizo telón rojo, separaba el oculto escenario del rectangular proscenio. No pudo evitar pensar que hasta ese momento, su vida había transcurrido solo en el proscenio, que aún no había enseñado a nadie su verdadero ser y que su telón estaba por levantar.
La Reina Sofía llegó al palco central, acompañada de su séquito, el teatro enteró rompió en un aplauso unánime, con una amplia sonrisa, la monarca saludó a todos y se sentó. Silencio después, oscuro. Dos cañones de luz iluminaron la superficie del telón que se elevó lentamente dejando ver el piano, una silla central y un inmenso cello descansado sobre sus sujeciones.
Entró el pianista, dirigió su mano hacia el otro lado del escenario indicando a la solista que pasara. Una mujer alta, delgada, con un traje largo amarillo, de vuelos plisados y elegantes que se movían al ritmo de sus pasos apareció por un lateral, algo taciturna. Saludó sonriente. Marta vio que su pelo era una peluca larga de pelo natural que enmarcaba su semblante donde destacaban sus ojos café. Al saludar y agacharse, su pecho izquierdo no estaba, solo sobresalía el derecho.
Marta quedó admirada, no se había reconstruido la mama como ella había hecho, lo le importaba que fuera evidente su falta, su enfermedad, su mala suerte y para colmo, su traje amarillo, esto en un teatro era retador, una bravuconada sin sentido como si la artista no supiera que ese color, está proscrito en el teatro desde que Moliere, vestido de amarillo, después de estrenar el enfermo imaginario, falleciera por culpa de la sangrante tos de su letal tisis. A la chelista le daba igual. Es una mujer valiente, pensó Marta.
Eugenia le pareció conocida. Su cara le era familiar pero no recordaba bien de que ni dónde . Se sentó, con las piernas abiertas, la falda color limón, descansaba sobre sus muslos haciendo un pliegue insinuador delante de sus genitales, cogió su cello y lo llevó a su centro, apoyado contra el suelo por la pica, el mango sobre el hombro, el fondo abrazado por las piernas. Marta pensó que era igual que montar un caballo. El arco arañó las cuerdas metálicas sobre el puente del hermoso instrumento y empezó concierto, Sonata para Cello y Piano en Sol menor, Op.65 (Largo) de Fréderic Chopin. La jinete percibió que la artista estaba poseída por un espíritu protector que le obligaba a entregarse por completo, a sentirse por un momento el ombligo del mundo, constatar que por fin todo encaja y tiene sentido. Los dedos de la música, se desplazaron tiernos sobre los trastes, pero a veces, se transformaban en lascivos mientras las vibraciones emanaban con efectividad llenando todos los huecos.
Marta lloró mientras escuchaba la música. Se sintió transcendente y afortunada y sobre todo feliz, aunque estuviera melancólica, fue muy feliz.
Luego pasaron más cosas, pero eso fue otra historia...
* Rafael Simón Gallardo es médico y cuenta cuentos inveterado...














Virginia | Jueves, 31 de Mayo de 2018 a las 22:37:50 horas
Ya estoy prendada de Marta....
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