Día Sábado, 22 de Noviembre de 2025
El amable desconocido

Ocurrió hace 38 o 39 años pero lo he vuelto a recordar hoy con una sonrisa. Fue en la cafetería de Galerías Preciados en Alicante (hoy Corte Inglés) donde mi primo Paco y yo, con 12 o 13 años, nos disponíamos a pedir dos horchatas y dos ensaimadas. Después de contar dos veces nuestras monedas (aquellas pesetas) descubrimos con pesar que no nos daba. Así que pedimos dos horchatas y una sola ensaimada que procedimos a cortar escrupulosamente por la mitad y a compartir como buenos hermanos.
Ninguno de los dos se fijó en el señor sentado en el taburete de al lado. Fue solo al pedir la cuenta cuando el camarero muy serio nos dijo “lo ha pagado el señor que estaba aquí”. Recuerdo volverme a mirar buscando inútilmente a nuestro benefactor entre la multitud. Supongo que aquello me impactó y que fue la primera experiencia consciente que tengo de amabilidad por parte de un extraño. Alguien que no esperó para recibir las gracias, alguien desconocido que simplemente hizo algo bueno y siguió con su vida. Nosotros, por supuesto, pedimos otra ronda.
Muchas veces he recordado el asunto. Siempre me he preguntado quién era, qué hacía allí, de dónde era, ¿tendría hijos? Probablemente. Y siempre me lo he imaginado alto, guapo, de traje quizá por las figuras del cine de mi época, cuando los tíos parecían tíos. Como Cary Grant, por ejemplo. Quizá solo proyectaba la imagen del tío más tío y más guapo que he conocido en mi vida: mi padre.
El caso es que, por supuesto, nunca supe nada de él ni lo sabré nunca; pero es posible que, sin saberlo, tocara algo dentro de mí e influyera en mi forma de ser y de relacionarme con los demás. Y es que la amabilidad es una de las actitudes, de los sentimientos que mejor definen al ser humano. 13 años es una edad muy tierna y cualquier cosa sin importancia aparente se te puede grabar para siempre. Vaya usted a saber… Estamos tan acostumbrados al egoísmo individualista, a competir por todo, a tanto hijo de puta que cuando la amabilidad aparece nos sorprendernos gratamente y recuperamos un poquito la fe en el ser humano.
Hoy, que soy un señor mayor con hijo, suelo ir al cine al menos una vez al mes. Y siempre paso por la librería que hay enfrente, en el centro comercial, a comprar algo. Esta vez yo quería comprarle la edición para niños de “20.000 leguas de viaje submarino” y de “Viaje al centro de la Tierra” aunque él se empeñaba en un álbum de pegatinas de dinosaurios. Al final, ya en la caja con los dos libros de Julio Verne, el álbum de dinosaurios y uno de John Le Carré para mí, la vida me deparó uno de esos momentos en los que parece cerrarse el círculo: delante de mí, un chaval de 11 o 13 años, gafas de pasta, pelo a lo gilipollas cortado por su madre imitando (imagino) a algún futbolista, billete de 10 euros en una mano, libro de Geronimo Stilton en la otra, preguntaba el precio a la dependienta; “19,90 mi niño”, le dijo la chica, a lo que el muchacho, con cara de desánimo se quedó mirando su billete, después el libro y, finalmente, lo dejó en la estantería, a mi lado. Obviamente supe qué hacer desde el primer momento: mientras el chaval se ponía a mirar otros libros al alcance de su economía, cogí el Geronimo Stilton y lo puse encima de mis libros. Tras pagarlos todos me dirigí a la dependienta y le dije: “por favor, ¿sería tan amable de darle este libro a aquel chaval cuando se acerque? Gracias”. Me fui de allí con mi hijo de la mano, veinte euros más pobre e infinitamente feliz. Quién sabe si algún día ese chaval recordará que existen amables desconocidos y que el mundo, a veces, puede ser un poco menos asqueroso.
Y cuando salía del centro comercial miré mi reflejo en un escaparate y me pareció ver a Cary Grant (o tal vez era mi padre) de traje, sonriéndome.













Rafael | Jueves, 24 de Mayo de 2018 a las 12:03:10 horas
Si amigo mio... las casualidades no son sino casualidades...
Los caminos del señor son inescutables
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