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RAFAEL SIMÓN GALLARDO
RAFAEL SIMÓN GALLARDO Sábado, 19 de Mayo de 2018 1

Coged las rosas mientras podáis (7)

"He sentido ganas de dormir y no despertar, liberarme así de un miedo atroz, interminable.

He deseado que mi mundo se apagara de golpe para acallar preguntas sin respuestas.

He visto como de golpe se escapaba el mañana quedando tan sólo un presente frío e incierto.

He llorado a escondidas mi desesperanza

incapaz de hallar una razón para seguir luchando".

 

Ramón Merino, de su poemario "Poemas del alma"

 

Marta permaneció sentada en la sala de espera de la consulta de oncología. Ese día tenía control analítico, después de la cirugía y de la maldita quimioterapia hacía ya más de cinco años, tenía que volver al terrible hospital para los marcadores tumorales de cada año, la prueba que le recordaba que su estancia en la tierra era limitada, también que en realidad, no se controla nada en la vida aunque nos engañemos pensando que si. Nada se puede hacer, hay cosas que suceden sin más, a pesar nuestro, hay acontecimientos que dañan y determinan que toda nuestra existencia cambie.

 

Miró a cada silla de la sala ocupadas por otros pacientes, todos mujeres. Casi todas, tenían la mirada ausente, muchas engalanadas con pañuelos de colores en la cabeza. La mujer sentada a su frente, le miraba sonriente. Era una mujer de la misma edad que Marta, llevaba una peluca buena, de pelo natural, tenía la piernas cruzadas, una expresión dulce y una elegancia rezumante que llamaba la atención y la diferenciaba del resto, que hermosa, pensó. Marta le devolvió la mirada y también la sonrisa con dificultad.

 

Recordó el primer día que había visitado esa consulta. Fue un punto de inflexión en su vida, el médico se lo dijo de frente, sin rodeos pero con cariño:

 

— Usted tiene cáncer de mama

— ¿Y ahora?, pensó. ¿Qué puedo hacer?, ¿me moriré?, ¿por qué yo?, ¿por qué en este momento en que mis hijos son tan pequeños?

 

Volvió a sentir el trauma, el dolor, la angustia y la desesperación. Lo rememoró todo sin filtros, sin atenuantes, con realidad cruel.

 

Después de la noticia, no se lo creyó, no podía ser. Sería seguro un error, pensó. Los errores médicos están al cabo del día.

 

Después de la noticia, pasó todo el día paseando, negando la realidad, pensando que todo era un sueño que cesaría al despertar.

 

Su marido llegó aquella noche tarde a casa. El nada le preguntó, ella nada le dijo. Al acostar a sus hijos, permaneció abrazada al mayor, su primogénito Adriano. No pudo evitar recordar cuando su padre, después de discutir con su madre se acurrucaba a su lado. Era una añoranza que tenía desdibujada, turbia, lejana pero que cíclicamente volvía y le incomodaba; su padre, ella, la cama...

 

Su hijo se durmió deprisa. Ella quedó sola en la cama despierta, sonrió al recordar como de niña, pensaba que la cama y la manta le protegían de los monstruos y de los fantasmas que vagaban por el pasillo intentando entrar en su cuarto. Deseó con fuerza volver a ser niña para vencer los problemas de forma tan sencilla.

 

No era una niña, negar la realidad no era lo suyo, resopló y concluyó que tenía cáncer, le había tocado a ella igual que a su madre veinte años antes. Visionó como su madre moría, lo recordaba tantas veces, intuyó lo desgraciada que había sido con su padre y el final tan injusto que la vida decidió para ella.

 

Se acordó de Dios y decidió pensar que Él era el responsable de tanto horror. Fue a su cuarto, su marido dormía plácido, se acostó en su lado y a su lado pero se sintió sola, sin compañía a pesar de la irreverente presencia del dormilón. Lloró en silencio hasta que los lagrimales se le secaron.

 

Empezó a inundarse de ira, buscó con locura un culpable al que responsabilizar. Percibió la muerte tan cerca y lo hizo  como resultado  de un castigo que le exonerara a ella de responsabilidad. La culpa era de otros; de Dios que era sordo, decrépito y cruel, de su padre que le incomodaba por las noches, de su madre que murió y la dejó sola, de su onírico esposo que solo dormía y ya no la quería. Sintió el choque de dos ideas; la vida es lo deseable, la muerte es inevitable y lo hizo   con una carga emocional gigantesca que creció hasta alcanzar la ira que acrecentaba la frustración de que la muerte es irreversible y no hay solución posible.

 

Esa noche tuvo pesadillas, vio a su padre que huía de su casa mientras ella se tapaba la cabeza en la cama para que no le viera y su madre gritaba de dolor...

 

Despertó después, sudada y baldada de dolor, se acercó al aseo y se vio desnuda ante el espejo, se fijo en sus pechos y con la mano se acarició la mama enferma, se palpó una bolita dura debajo de la areola y una rasquiña, una especie de resequedad en la piel, y esa mierda tan chica, pensó, la iba a matar.

 

La pena profunda y la sensación de vacío invadieron su entorno, un conjunto de emociones vinculadas a la tristeza ante la cereza de un futuro doloroso. Pensó que ya no tenía incentivos para continuar viviendo en su día a día y que nadie había a su lado.

 

La enfermera llamó a Marta. Ella se levantó y se dirigió a la puerta de la consulta. Al ir a cerrar la puerta, vio como la mujer de la peluca de pelo natural le seguía mirando y creyó leer en sus ojos que le deseaba suerte.

 

El médico la recibió de pie y estrechó su mano. La exploró, habló con ella, vio las pruebas y concluyó que todo iba perfectamente. Todo perfecto si, pero solo hasta el próximo año que tendría que volver a pasar la revalida.

 

Se sintió aliviada, al salir no se fijó en la mujer que le seguía mirando. Necesitó huir de esa prisión de dolor y la sala de espera era cada vez más pequeña y agobiante.

 

Las puertas del hospital se cerraron tras ella, la calle seguía fuera viva, llena de gente, de coches, de ruidos y aromas. El aire le saludó protector, Marta era consciente de que todavía podía ver un atardecer o disfrutar de una buena canción, aun  podía sentir y emocionarse, montar a caballo, follar a escondidas, cuidar de  sus hijos. Estaba viva, muy viva y decidida a vivir de verdad pero eso pasó después y es otra historia...

 

* Rafael Simón Gallardo es médico y cuenta cuentos inveterado...

Comentarios (1)
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  • Jesus

    Jesus | Sábado, 19 de Mayo de 2018 a las 11:39:25 horas

    Un poco triste, pero optimista y esperanzador
    De lo mejorcito que te he leido
    Esta Marta se merece lo mejor

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