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ENRIQUE VILA
ENRIQUE VILA Martes, 24 de Abril de 2018

Nuestras vidas son los ríos...

Qué poco podía imaginar D. Jorge Manrique (por cierto felicidades), que seis siglos más tarde su metáfora sobre el frágil fluir de la vida estaría más vigente que nunca (…). “Nuestras vidas son los ríos, que va a parar al mar, que es el morir” (…), decía dando salida al dolor por la muerte de su padre D. Rodrigo.

 

Pues de eso va la cosa, de agua y sed, de ríos y de mar, de futilidad y de sentimientos aunque menos elevados y más rastreros que los inmortalizados por D. Jorge en su duelo. Parece claro que los ríos que podrían (deberían) dar vida a nuestra tierra, por motivos varios y poco honorables, van a parara al mar, que es el morir de una tierra que agoniza a vista de todos desde hace tiempo sin que nadie, repito nadie, lo remedie. Al parecer, las lluvias, el deshielo y quién sabe si el brazo justiciero del Karma, se han confabulado para que el Ebro, río que da nombre a la Península, se haya desbordado en algunos puntos, amenace con ello en otros y en su desembocadura y delta vierta hectómetros cúbicos como si no costara dinero. ¡To pagao, que no falta de na y lo que sobre lo tiráis, que esto es una boda!

 

Inevitable es pensar en la mezquindad (hay otros calificativos más propios pero menos educados) de quien, sobrándole el líquido elemento, lo derrocha y niega al sediento un mísero trago de su cantimplora que, ni necesita ni quiere y, además, se regocija en verterla al suelo ante la mirada suplicante, los agrietados labios y la boca reseca del que se muere de sed. Añadamos que el recipiente y su contenido no le pertenecen. Solo por casualidad lo porta en el final de su trayecto tras pasar por manos de cántabros, castellano leoneses, riojanos, vascos, navarros y maños. Incalificable su postura. Está claro, mezquindad no es la palabra adecuada, es demasiado suave para un comportamiento tan miserable. Si, encima, el moribundo es vecino, compadre, compatriota (lo quieras o no) o conocido, la actitud es aún más ruin.

 

Castellón, Valencia, Alicante y Murcia mueren de sed y hacen funambulismo hídrico aprovechando las gotas de rocío y hasta el sudor de sus campesinos para salvar la huerta y necesidades de la población y, mientras, el Ebro muestra su sobrada riqueza y opulencia cual cisterna de inodoro estropeada en vertido constante. Con una diferencia, el ruido de la cisterna acaba por desquiciar y, finalmente, por cerrar la llave de paso para frenar el despilfarro; el ruido del vertido al Mediterráneo debe de reconfortar a los malditos responsables de la prohibición del trasvase y hacerles sentir un éxtasis místico ante su fusión con el mar. Aguas que, por definición, están o deberían de estar al servicio de las necesidades comunes y no al de egoísmos particulares de zapateros, perdón, cicateros avaros ególatras peores que Mr. Scrooge o que Shylock reclamando su libra de carne para nada, sólo por el placer de negárselo a otro.

 

En un segundo, Iberus, vierte mil metros cúbicos de agua al mar, en medio día las necesidades de Murcia de un año, en dos semanas la precisa para regar durante dos años la zona del cuarteado Segura y, que se sepa, ningún sesudo estudio de alguien con Master y titulitis varia, ha concluido que el Mediterráneo esté en riesgo de vaciarse a corto plazo. En el tiempo que se tarda en leer esto cientos de agricultores verían sus plegarias escuchadas con el agua desperdiciada, pero para eso hay que ser normal y solidario, cualidades que escasean en el caudal mental de algunos, más dados a poner presas y cerrar grifos que a dejar fluir la empatía a riadas.

 

Ahora bien, lo que ya es de traca (por la zona geográfica) es que estos miserables que niegan pan y sal a quienes lo necesitan para sobrevivir, sobrándoles a capazos, cuenten con no pocos palmeros y arlequines que les rían las gracias, babeen y orgasmicen cada vez que oyen hablar de los Paisos Catalans, soñando con verse anexionados a tan magna cultura de la solidaridad. Se deshacen en elogios, alabanzas y apoyos para quien tiene tan generoso y altruista comportamiento con su pueblo, traicionándolo desde la base, en lugar de plantarles cara y hacer frente común en defensa de sus representados. Muy mal anda la cosa para sonreír a quien te pisa y encima se alegra de la herida causada.

 

Entre el malo y el bobo, decía mi abuelo, siempre quédate con el primero porque a veces descansa, mientras que el otro es imprevisible y ejerce hasta durmiendo. Pues eso, que bailarle el agua (literalmente) a quien te maltrata es del género imbécil e inexplicable por mucho compromis(o) que se tenga con él.

 

Otros, de similar calaña, no en vano socios, ponen cara de seta, silban con disimulo y eluden su responsabilidad en el canje de cromos, moneda de cambio de la prohibición del trasvase. Cuánta miseria intelectual y moral que alcanza, de lleno, a quién pudiendo y debiendo reparar semejante desatino a golpe de BOE, tampoco se atreve no vaya a molestar a los niños bonitos y mimados del país siempre por encima de leyes y necesidades comunes. Mientras, el campo se seca y llora lágrimas de polvo para no gastar.

 

En todo caso, es normal que ante los graves problemas del país este asunto menor se posponga. Resolvamos primero lo importante y ya, si eso, después las minucias. Aclaremos primero si Cifuentes tiene o no Máster, si se pone o no sueldo a Belmonte, si es imprescindible dominar el catalán para formar parte de la sinfónica de las Islas Baleares, quien debe abandonar Supervivientes y si se debe o no suspender un partido si se pita el himno nacional. Ya nos ocuparemos después del agua, ¡ah! y de la Paz Mundial.

 

* Enrique Vila es abogado. Fundador del despacho Romiel y Vila Abogados

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