Día Sábado, 22 de Noviembre de 2025
Coged las rosas mientras podáis (2)

Oigan ustedes, esta es la segunda píldora de Coged las rosas mientras podáis.
Cuando bordeamos un abismo y la noche es tenebrosa, el jinete sabio, suelta las riendas y se entrega al instinto del caballo y entonces, el caballo manda, dirige y protege.
"Galoparon, galoparon sobre arenas de los mares ágiles caballos blancos.
Unos caballos blancos que nunca tuvieron amos. Sobre arenas de los mares los caballos galoparon.
Llevaban las crines sueltas: cabelleras de muchachas que unas túnicas vestían como los caballos, blancas.
i Qué galopar tan certero, qué crines sueltas al viento en un correr tan ligero!
Si por algo yo lo siento es porque no te vi a ti sobre uno de ellos, corriendo"
Carmen Conde
Mientras Marta subía al caballo andaluz, sabía seguro que el hombre que cuidaba de ellos, le estaría mirando con atención su culo, de joven lo hacía siempre y ella pensaba que seguía siendo joven. Pasó la pierna por el dorso de la monta de forma más lenta, para regodearse de D. Jesús y se hincó en la silla con violencia para que sus pechos se movieran de forma evidente y sus nalgas se deformaran al sentarse. Miró al frente manteniendo la espalda erguida, en posición de salida, formando un todo con el animal, respirando y sintiendo la potencia quieta de su pingo y formando una silueta insuperable. Bajó la cabeza y miró hacia el hombre, buscando la cara de D. Jesús y al encontrarla, vio la expresión juguetona del cuidador mientras inhalaba el humo del cigarro eterno y asentía burlón.
- No has olvidado montar
- Hay cosas que nunca olvidaré- respondió ella.
El caballo se movió nervioso, no la conocía, ella era otra vez una "amazona", era una mujer guerrera, era una nueva Hipólita enemiga de Hércules que montaba a horcajadas sus caballos. Guerrera que amaba, luchaba, mataba y moría igual que montaba, rodeando con sus piernas el abdomen de su caballo, de su enemigo, de su amante, abriendo las piernas y comprimiendo su sexo contra el rocín, como lo hacen los hombres y nunca ha pasado nada. Que ridícula le pareció la forma femenina de montar, sentada perpendicularmente a la marcha del caballo, con las dos piernas hacia el lado izquierdo del lomo. Era una monta pasiva, sin control sobre el animal, que desperdicio de sensibilidad y de control.
Ella apretó las piernas contra el abdomen del caballo y le provocó la salida levantándose sobre los estribos. El animal saltó hacia adelante, apoyando la pata de un lado con la mano del lado contrario, y en el tiempo siguiente las otras patas. Se producía un solo golpe al unísono en cada paso de forma repetitiva. El trote tenía ese aire rítmico que le caracteriza. Ese ritmo, enviaba inequívocas señales a la mujer, cada musculo sentía la fuerza del caballo, el impacto del terreno y la de su propio cuerpo contra el animal, cada sentido era ampliado por diez, por cien, por mil, todo se manifestaba con luz y color, con olores y sabores, todo quedaba mejor, todo era real y sencillo con la simplicidad de los placeres verdaderos. A la vez que sus piernas controlaban la fuerza y la velocidad del caballo, sus hábiles manos con las riendas decidían el camino a seguir. Ella sabía muy bien que ningún jinete puede dominar a su caballo del todo si antes no ha aprendido a dominarse a uno mismo.
Que distinto era montar que ser madre o esposa. Como se entregaba el caballo a su control a pesar de poseer él esa fuerza incontrolable, como lo hace con naturalidad, con sumisión, con amor. Montar era algo muy parecido al sexo porque va de dominaciones, el sexo es dominar a otro y la monta, es dominar a un caballo y no permitir que éste nos controle a pesar de que, físicamente es en todo superior a nosotros, incluso en belleza y quizás sea por eso por lo queremos subyugar.
En el amor pensó, pasa lo mismo. En ese momento se dio cuenta que ella había sido dominada también, ella era un animal esplendido y hermoso que había sido vencida, montada y humillada por un idiota. Su marido no era más que un asno, un asno con dinero y ella sabía que una silla dorada no hace de un asno un caballo.
De rabia hincó las piernas en el vientre del caballo y este, adoptó un aire asimétrico, el caballo galopaba con un galope corto, ella se adaptaba con elegancia en la silla a los movimientos. El cuadrúpedo sudaba, ella también mientras que los dos, en comanda, se alejaban por el monte y ella empezó a llorar desconsolada pero no fue por mucho tiempo, su caballo la sedujo, la obligó a volver a sentir la belleza de las cosas sencillas y al disfrute de lo satisfactorio sin vergüenza y montar a caballo era sobre todo un placer y una satisfacción que ella había dejado de hacer pero que esa tarde recuperaba. La tarde no fue lo suficientemente larga para albergar tanto paseo, tanto trote y galope y tantos reencuentros, para los recuerdos olvidados y sepultados en sus adentros pero tatuados en su cerebro animal y que ese día, montada en un caballo Andaluz, sobre Caimán, se verbalizaban en su salida violenta rompiendo estúpidas cortapisas de protección. Por su mente pasó quién había sido, quién era y quién hubiera podido ser si las cosas hubieran transcurrido de otra forma. Se dio cuenta de como cada decisión que había tomado, cada árbol de decisiones había supuesto tomar un camino y abandonar otro al que nunca se podría regresar.
Casi ya no podía ver, el sol se había retirado en masculino final de colores rojos y la luna, casi en cuarto creciente, iluminaba poco el camino, parecía noche de brujas. No tuvo miedo, se sabía perdida pero no había problema, el caballo recordaba a la perfección la ruta de regreso. Ella cerró los ojos, inhaló con intensidad varias veces y soltó las riendas. El caballo lo entendió al instante e inició las maniobras de regreso a las cuadras. Como le hubiera gustado en otras circunstancias que alguien le hubiera llevado a buen puerto. Que alguien hubiera tirado de sus riendas con maestría, apretado su abdomen contra las piernas para cabalgar juntos y alejarse a la vez llenos de sudor. Una cosa era ser montada y otra muy diferente ser explotada. La monta requiere un respeto y amor por el otro.
Llegó a la finca, paró su caballo frente al abrevadero pero el caballo no quiso beber a pesar del esfuerzo realizado, una puede conducir un caballo al abrevadero pero no puede obligarlo a beber. Los caballos siguen siendo libres a pesar de los herrajes, con las personas no pasa lo mismo. Si te atas, te subyugas.
Al intentar bajarse de la monta, sintió los fuertes brazos del cuidador de animales como la rescataban de la altura y la desplazaban lentamente hacia el suelo. Quedaron los dos frente a frente, mirándose. A Marta le pareció ver que el entendía todo su sufrimiento sin haberla oído.
La mujer se abrazó al hombre y empezó a llorar desconsolada. Él se mantuvo quieto, amable pero también distante. La separó y la miró un rato. Ella empezó a sentir vergüenza.
- Márchate a casa niña. Vuelve cuando estés mejor.
Ella salió en estampida huyendo, como lo hacen los caballos con miedo. Subió al coche y condujo con violencia mientras sus ojos se empañaban de lágrimas por segunda vez ese día.
Después pasaron más cosas pero eso, eso es otra historia.
* Rafael Simón Gallardo es médico y cuenta cuentos inveterado...














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