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JUAN ANTONIO LÓPEZ LUQUE Domingo, 03 de Septiembre de 2017

La aparente soledad de las piedras

Estaba yo subiendo un volcán en la bella isla de Lanzarote, sudando como un verraco, cuando me puse a reflexionar. Se siente uno pequeño cuando sube una montaña. Si esa montaña es un volcán la sensación es aún más intensa al pensar (el que piense, que los hay que solo suben por la foto) en la increíble fuerza de la naturaleza. La altura impresionante, la enorme ladera de lava sólida y el gigantesco cráter abierto al cielo nos recuerdan que somos una mierdecilla minúscula en mitad de la inmensidad. La soledad de las piedras cortantes, negras, rojas, verdes y del polvo acumulado, de los amplios cielos por los que las nubes pasan a lo lejos empujadas por el viento, todo te hace flipar con la escala de las cosas. Puede uno caer en el error de pensar que no hay nada allí, que la vida es imposible. No se ve un ave, ni un reptil. Aparentemente todo está muerto, como la superficie de un planeta lejano.

 

Y sin embargo, las piedras no están solas; la vida está allí, escondida. No vigilando porque no tiene ojos. Tampoco escucha agazapada porque no tiene oídos ni te atacará de un salto porque no tiene piernas; ni siquiera te puede morder porque no tiene boca ni dientes. Y sin embargo ahí está y es capaz de matar a un lobo, de destrozar rocas y de vivir miles de años, al sol, soportando vientos huracanados y años sin agua, pegado a la roca. Pero no es un ser violento o peligroso: este ser inventó la agricultura millones de años antes de que el ser humano existiera y se dedica literalmente a pintar los montes de colores. Es el artista de la naturaleza. Y ahí sigue, pasando olímpicamente de nosotros igual que nosotros de él, a pesar de lo mucho que nos parecemos. Estoy hablando, por supuesto, de los líquenes.

 

Habrá quien se ofenda si le comparan con un liquen y habrá quien diga que qué coño es un liquen, con toda razón, porque ni los científicos lo sabían hasta hace relativamente poco. Resulta que un liquen no es una planta como se creyó durante mucho tiempo sino un hongo asociado a un alga. O sea que no es un ser sino dos (o más) viviendo juntos: el hongo protege al alga aferrándose a la roca y esta, mediante la fotosíntesis, alimenta al hongo. Y todos contentos. Exactamente igual que los humanos plantamos tomateras y las protegemos para comernos lo que producen. Además hemos colonizado prácticamente todo el planeta como los líquenes, aunque estos nos ganan porque algunos pueden vivir incluso en el espacio, que los de la NASA hicieron un experimento y fliparon.

 

Pero en lo que más se nos parecen es en la capacidad de conseguir grandes cosas siendo una mierdecilla pequeña: nosotros también envenenamos lobos y otros bichos, destrozamos rocas y montañas, y nos reproducimos sin parar ocupando todo territorio disponible, todo ello gracias a nuestra habilidad con las plantas (¿qué sería del ser humano sin el trigo y el arroz?). Pero ahí acaba la similitud, claro, porque el liquen lo hace todo para sobrevivir en un entorno hostil y nosotros somos el elemento hostil en nuestro entorno, sobrexplotando las plantas y todos los recursos que encontramos.

 

Así que ahí estaba yo, subido a un volcán, pensando que probablemente dentro de un millón de años no habrá seres humanos pero volcanes, seguro que sí. Y me juego el tupé a que los líquenes seguirán poblando nuestras viejas ruinas y nuestras tumbas, soportando vientos huracanados y años sin agua, pegados a la roca.

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