Del Jueves, 02 de Octubre de 2025 al Jueves, 16 de Octubre de 2025
Lenguas y llaves

Estaba yo el otro día a la sombra, cervecita en mano, en una terracita alicantina observando a la paisanada: el jovenzuelo subsahariano de color (concretamente de color negro) vendiendo collares, pulseras y gafas de sol; la muchacha gitana de la Europa del este (una rumana, vamos) pidiendo limosna; el yonqui de toda la vida que aún no ha conseguido coger el autobús por muchas monedas que le den; la camarera con cara de pocos amigos, harta de tanto capullo graciosillo y de cobrar una mierda; los guiris medio en pelotas consultando un mapa frente a dos pintas en la única mesa al sol, rojos como bogavantes, los cabrones. Y en eso que en la mesa de detrás capto la conversación (a gritos) de dos jovenzuelos medio puestos ya a esas horas (o todavía, vaya usted a saber). La cosa es que le decía uno a otro no sé qué de ir a tomar la próxima a no sé dónde. Y tenían un acento alicantino de libro. “Ira ñas, achavo pringao estás hecho, vamoraver, si hace falta te llevo yo a coscoletas” que traducido podría ser algo como “pero bueno, menudo pringao estás hecho, vamos a ver, si hace falta te llevo yo cargado a la espalda / a caballito”.
Qué maravilla esto de los idiomas me puse yo a pensar. Que los que solo han vivido en su ciudad, pueblo, aldea o cueva piensan muchas veces que la gente habla toda igual. Hay que ser mendrugo para pensar eso. Si a veces solo hace falta cruzar una carretera, una montaña, un río para que la gente tenga su propio acento, vocabulario y expresiones. Por supuesto, igual que ocurre con la comida, el nacionalismo estúpido también existe en esto de los idiomas. El mío es mejor que el tuyo. Este sirve, este no. Este es una pérdida de tiempo, este te salvará la vida. Bueno, relativamente, creo yo. Está claro que sabiendo inglés te podrás hacer entender en más sitios del mundo que sabiendo maltés. Pero eso no quiere decir que haya que destruir el maltés y que no debamos protegerlo. Que las lenguas son llaves que abren puertas. Eso sí, todo con sentido común, claro. Imponer no suele funcionar. Todo esto me llevó inmediatamente a sentir nostalgia del habla alicantina, a pesar de no haberme ido todavía. Y me pregunté si después de años en Lanzarote perderé esa forma tan nuestra de convertir la “s” final en “r” cuando la palabra siguiente empieza por vocal: los alicantinos = loralicantinos.
Y es que los idiomas, todos, cambian con el tiempo, se transforman y desparecen. Algunos cambian de formas diferentes, como hermanos que son muy parecidos de niños y que acaban siendo muy diferentes de mayores. Nosotros (norotros en castellano alicantino, moratros en valenciano alicantino) los que hablamos español o castellano tenemos muchos hermanos diferentes en América; pero tenemos, además, un hermano que cambió de forma muy diferente a los demás, un hermano pequeño que sigue vivo aunque casi perdido y herido de muerte, desperdigado por tierras lejanas, hacia el este. Nació en 1492.
1492 es un año de lo más importante en la historia de España, como ustedes saben. Tres cosas pasaron en ese año que marcaron para siempre el devenir de nuestro país y por ende, del mundo. Obviamente el viajecito de Colón a las Bahamas es la más famosa. Eso lo saben hasta los jóvenes de hoy en dí…ah, no, que la Historia ya no se enseña ¿o sí? Bueno, al lío, el caso es que otras dos cosas enormes desde el punto de vista histórico pasaron también en 1492: la conquista del reino de Granada a los musulmanes por los Reyes Católicos y la expulsión de los judíos por estos mismos monarcas, jaleada desde los púlpitos de la siempre misericordiosa Iglesia Católica.
Los judíos, pueblo secularmente puteado hasta lo indecible, ya habían sido expulsados de Inglaterra en 1290, de Francia en 1396 y de Austria en 1421, o sea que ni era algo novedoso ni los españoles eran más malos que nadie. Éramos igual de malos como mucho.
Resulta que los judíos de aquí, llamados sefardíes (Sefarad era como llamaban ellos a su tierra, lo que nosotros llamamos España) tuvieron que largarse con lo puesto: les dieron cuatro meses para bautizarse o irse. No podían llevarse caballos, mulas, metales preciosos o moneda española. O sea que se iban sin un puto duro. Muchos se bautizaron pero se calcula que entre 60.000 y 70.000 personas (la población total de Benidorm, por ejemplo) cogieron la ropa y cuatro bagatelas y se marcharon para no volver.
Los cristianos les dejaron llevarse las llaves de sus casas. Dicen que, aún hoy, familias descendientes de judíos sefardíes que acabaron en Turquía, Israel o Marruecos conservan, pasándola de generación en generación, las llaves de sus casas en Toledo, en Hervás, en Sevilla. Llaves que ya no abren puertas, puertas de casas que hace siglos que ya no existen.
Entre las pocas cosas que los señores cristianos no pudieron quitarles estaban su fe y su lengua, que era la nuestra. Los sefardíes hablaban básicamente el castellano medieval, con palabras de las demás lenguas peninsulares (aragonés, astur-leonés, catalán, gallego-portugués y mozárabe) y cuando se fueron de la península, su lengua cogió palabras del hebreo, del turco, del árabe, para convertirse en el llamado ladino. La primera vez que leí un texto en ladino (vayan a Google que van a flipar; hay incluso un “Diksionario”, así escrito) aluciné in colors, primero porque las reglas no son las mismas y te ponen la b y la v donde les da la gana, la h se la comen, usan la k y mil cosas más. ¡Y las palabras! Es el castellano del siglo XV: usan “fermosa” y “yerro”, que aquí evolucionaron a “hermosa” y “hierro” y a la cerveza la llaman “bira” (pronunciado “birra”). Todo porque evolucionó de forma completamente diferente al de la península. Y aun así, lo entiendes casi todo. Es impresionante.
Pensando en todo eso me dije a mí mismo que si montones de sefardíes han podido conservar el castellano durante seis siglos como parte de su cultura, ¿por qué no voy a poder yo seguir usando “leja”, “patatíbiris” y “vamoraver” el resto de mi vida? ¿no?
Así que, llamando a la camarera de ceño fruncido con un gesto, le dije en mi mejor ladino: “sírvame otra birra, fermosa moza, por favor”. Y a pesar de la mirada de asco, la tía me entendió oiga.
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