Día Sábado, 22 de Noviembre de 2025
Plata o acero

Una estudiante americana, hace tiempo, me soltó una frase que me dio que pensar: “I love pirates!”, o sea, “¡me encantan los piratas!”. “They’re all so handsome!” o “son todos tan guapos”. Lo dijo así, con los dedos de las manos cruzados, volteando sus ojos azules y sonriendo. “Menuda chorrada, hija”, pensé yo armándome de paciencia ante tamaña tontería. Pero qué le vamos a hacer, tiene 20 años. Su idea de pirata es, por supuesto, Jack Sparrow, el histriónico personaje de Johnny Depp. Se pronuncia “dep”, dejen de llamarle “dip”.
¿Qué coño tienen los piratas para fascinarnos de esa manera? Vamos a ver, un pirata es un ladrón. Un ladrón que “trabaja” en el mar. Punto pelota. Robar está mal, señora. Ni guapo ni leches. Los pobres soldados y marinos toda la puta vida defendiendo a los mercantes de los piratas y son siempre los malos en las películas. Definitivamente estamos gilipollas. Como mi estudiante. No tiene la culpa la pobre imbé… muchacha, porque también para los de mi época un pirata era un héroe de las novelas y de las películas. Y todos, curiosamente, tenían nombre inglés: Blackbeard, Bartholomew Roberts, Calico Jack Rackham, Stede Bonnet, Samuel Bellamy,… no hablemos ya de los corsarios o piratas con licencia: John Hawkins, Sir Walter Raleigh, Sir Francis Drake.
Y no es solo con los piratas: los narcos son adorados en ciertas zonas de México como los mafiosos son respetados en ciertas zonas de Sicilia o Nápoles. En estos dos casos se debe a lo que los delincuentes hacen por el pueblo, casi siempre más que cualquier gobierno. Esos besamanos a lo Corleone son el respeto (y el acojone un poco también) del personal agradecido. Pero no creo que los piratas repartieran sus tesoros en plan Robin Hood así que, ¿de dónde viene esa fascinación?
Pues gran parte de culpa la tiene un libro, fíjate. La imagen que todo el mundo tiene sobre los piratas es consecuencia de las historias y exageraciones de ese libro. Su nombre es A General History of the Robberies and Murders of the most notorious Pyrates, lo que traducido significa “Historia General de los Robos y Asesinatos de los más famosos Piratas”, y nadie sabe quién lo escribió. El seudónimo era Capitán Charles Johnson pero todo el mundo cree que el escritor era un editor londinense del siglo XVIII.
El libro es la fuente principal de conocimiento sobre la piratería en el siglo XVIII y en él están todos los estereotipos, muchos de ellos licencia literaria del autor: la Jolly Roger (la bandera con las tibias y la calavera), las patas de palo, los parches, los loros, los paseos por la tabla a punta de sable, los tesoros escondidos en islas remotas, las maldiciones y hasta la vestimenta, peinados de barba y gorros. Todo. Tan profunda es la imagen en nuestro cerebro que la gente cree que los piratas llevaban una especie de uniforme, con el gorro de tres picos, el parche y toda la pesca. Es también gracias a ese libro que los únicos piratas conocidos por el gran público son básicamente ingleses, como ya he dicho, todos dedicados a joder a los galeones españoles cargados de oro de las Américas. Hollywood después acabó de fijar en el imaginario colectivo esa imagen.
Pero mire usted por donde, piratas, igual que ladrones y chorizos, los hubo de todos los tamaños y colores, y de todas las nacionalidades, incluida la española. Aquí, en este estado opresor, que diría Guardiola, tenemos una figura que sería legendaria si hubiera sido anglosajón. Lo que pasa es que nació en San Cristóbal de la Laguna, Tenerife, que no queda tan de película como nacer en Plymouth o, qué se yo, en Bristol, por un decir.
Amaro Rodríguez Felipe y Tejera Machado no nos suena tan bien como Jack Sparrow para un pirata pero eso es porque no traducimos el nombre del inglés al español: ¿se imaginan a un pirata llamándose Juanito Gorrión? Pues es lo que significa. ¿A que ahora les suena mejor lo de Amaro Rodríguez Felipe y Tejera Machado? Lo que nos atonta el inglés, oyes. De todas formas a nuestro amigo Amaro se le conoce por el sonoro nombre de Amaro Pargo, que mola más. Si será importante que se le conoce (los pocos que le conocen, digo) como el Francis Drake español, que ya es. Hoy en día es un poco más conocido porque la empresa Ubisoft se gastó un pastón en abrir su tumba, escanear su cráneo e incluirlo como personaje en el juego Assassin's Creed IV: Black Flag. Su tumba, en Tenerife, tiene grabadas una calavera y dos tibias cruzadas, lo que encantó a los que fueron a abrirla. Siento decepcionarles pero eso no es un símbolo pirata sino algo que se solía poner en las lápidas del suelo en vez de la cruz, que pisar la cruz les daba cosilla. Pero no se lo digan, para qué vamos a joderles la ilusión.
Cuidado, no caigamos en el romanticismo tampoco: el tal Amaro era un hombre de su tiempo, comerciante burgués, con pasta, que lo mismo traficaba con azúcar que con esclavos a pesar de ser católico ferviente. No les voy a contar sus aventuras que para eso está Wikipedia y hay hasta novelas; solo hacerles notar cómo los malos malotes acaban muchas veces siendo respetados y queridos por el populacho, fijados en nuestra imaginación como figuras románticas y convertidos en atracciones en novelas, películas o series.
En plan plata o plomo o, en el siglo XVIII, plata o acero.













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