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ENRIQUE VILA
ENRIQUE VILA Sábado, 11 de Febrero de 2017

Quosque tandem abutere, Cata "el uña", patientia nostra?

Corría el año 60-63 a.C., o como los romanos habrían fechado, el 690 ad urbe condita (desde la fundación de Roma), es decir, desde que esos dos huerfanitos gemelos se arrimaron a las ubres de la Loba Capitolina y succionaron como si no hubiera un mañana, a falta de brick de desnatada enriquecida que echarse al gaznate. Todo ello aproximadamente y sin pretensión de exhaustividad. Día arriba, día abajo.

 

Epoca de Cónsules y Senado. La gloriosa República previa a la Roma Imperial. Tres cónsules, tres, se aliaban para dirigir los designios de la ciudad eterna: Pompeyo Magno (nada que ver con el brandy) se ganaba la fama acabando con la piratería en el Mare Nostrum; Julio César, demostraba su calidad militar en nuestra “queridísima” vecina gala y Craso, antes de que su nombre fuera epíteto de “error”, envidiaba profundamente a sus compañeros porque, a pesar de su inmensa fortuna, se las veía canutas para terminar con un pordiosero, Espartaco. Finalmente lo consiguió con un pequeño empujoncito y cable que le echó Pompeyo El Grande. Claro que a él le sentó a cuerno quemado. Más cabreado que un mono a régimen, no tuvo mejor idea que irse a invadir Partia para perder las siete legiones que le acompañaban, a su hijo y su propia vida. Craso error.

 

Debe de ser jodido que tu nombre permanezca eternamente unido o identificado con “bobo”, “calzonazos” o incluso a “error”. Es como si, a partir de ahora, se acuñara la expresión “arturo fracaso”, “zapatera debacle”, “clintoriana mentira” (ojo! con “n”) o “trumpera locura” con referencia a... bueno, ya se sabe, cada uno en su especialidad.

 

Maromenor por entonces, consulado arriba o abajo, una figura extraordinaria emergió de las sombras de la Historia y saltó a la palestra de la política, Lucio Sergio Catilina, más conocido entre la plebe por Cata el Uña (o Cata l´Uña, según Plinio el Anciano, padre de Plinio el Abuelo, y abuelo de Plinio el Viejo). Al parecer se retiraba siempre de los tabernáculos, según documentados estudios, antes de pedir la cuenta o abandonaba la reunión con el pretexto de ir al “inodorus” a la hora de pagar al “stabulario” (también “posaderus”), nunca llevaba “tabacus” y fumaba como un cuadriguero y, se dice, que perdió la honra al agacharse a por un sestercio pegado a la Vía Appia. Donde otros salían corriendo al percibir el engaño, Cata l´Uña, permaneció agachado y aprovechando los envites del “trilerus”, de nacionalidad abisinia, logró despegar el sestercio a costa de posadera.

 

El bueno y deshonrado de Cata, deseoso de pasar a la posteridad, se presentó en varias y sucesivas ocasiones a cónsul, perdiendo una y otra vez las votaciones y viendo reducido su apoyo popular en cada una de ellas. Inasequible al desaliento, repetía constantemente con el mismo o peor resultado hasta que decidió cambiar de “modus operandi”. Al grito de “Eureka” ( por entonces ya dominaba el griego, vid. párrafo anterior), encontró la solución a su afán de protagonismo y gloria. Se presentaría por el barrio de la “Subura” (entre las colinas del Quirinal y del Viminal, como todos sabemos), y promovería la “libertatem” (independencia) de éste de Roma, basándose en el “differentialis factum”. Sería su presidente, cónsul o imperator, lo que quisiera, y deberían tratarlo de igual a igual. Para ello, inteligentemente, se rodeó de las mentes más preclaras del momento. Entre ellos, Lucio Carolo Podemunt, Quinto Raulo Romevus, Marcio Pacus Hom y Vitelio Carmelo Fortasec (del que se decía que curaba la “colitis”), formaban su particular y fiel guardia pretoriana.

 

¡“Manum ad opus”!, perdón, ¡manos a la obra!. Enviaron embajadas a todo el mundo conocido, Dacia, Partia, Mesopotamia, Judea, Egipto, Siria, Grecia, Britania, que fueron devueltas amablemente por sus destinatarios en una cesta con las cabezas separadas de los embajadores enviados. En lenguaje diplomático de la época venía a significar, “id a cagar a la Vía Flaminia que yo ya tengo suficientes líos. Con los debidos respetos”. No obstante, cabezones como eran siguieron mandando embajadas hasta faltarles sitio para esconder las respuestas y voluntarios, ni pagando, para hacer turismo.

 

El asunto económico lo tenían resuelto. O eso creían. Pusieron al frente del “departamentus” a Cayo Malaio Puyo, acaudalado y veterano patricio del que se decía que poseía riquezas en verdaderos Paraísos Terrenales, allende los mares, procedentes de extrañas herencias. Pero eso es otra historia. Ejercía de “quaestor” y recaudaba y administraba los recursos que Roma, de la que pretendían separarse, les entregaba como ciudadanos romanos que eran. Aún. Pero entre embajadas, funcionarios, puestos de confianza, publicidad, estandartes nuevos, cambio de idioma (pretendían hablar “latinajo”, un latín exento de declinaciones del que no se guardan, afortunadamente, documentos), “consejerus”, cuadrigas oficiales, banquetes de miniestado, pretorianos de squadra, dietas, sacrificios, juegos, el equipo del “Subura C.F.” (donde jugaba el Tridente. De Neptuno), etc., a Cayo Puyo no le llegaba y se pasaba el día reclamando a Tito Cristofor Montorus, Senador del Tesoro, mayor participación. Vamos, “maximus optimo peculio”. Normalmente, Tito Montorus le mostraba el “longus dedus”, entre el “indicus” y el “anulatus”, pero a fuerza de insistir y verter “lacrimas”, iba consiguiendo que La República prefiriera pagarle a discutir y soportar sus lastimosas y cansinas quejas.

 

Envalentonados y conscientes de que estaba mal visto que las legiones entraran en Roma, aburridos de que se les consintiera hacer lo que les pasara por el “forum”, Cata “el Uña” decide dar un paso Mas, cruzar el Rubicón y montar un “referendum” (referendum) en el barrio para decidir con sus tablillas enceradas si se independizaban o no de Roma. Aquello era demasiado.

 

Un Senador, un Patricio, un hombre, el Cónsul Marianus Rajo y Ciceron, no pudo más. Con desgana, con parsimonia pero con dureza se plantó en medio del Senado y pronunció el comienzo de su discurso que ha perdurado hasta nuestros días “quosque tandem abutere, Cata “El Uña”, patientia nostra” que, en traducción libre viene a significar “Se te ha ido la mano, majo, pero como se me vaya a mi te vas a enterar, barrufet”

 

Poco después, Cata fue alcanzado por las legiones romanas y, se dice, que perdió la cabeza. Otros autores disienten fundadamente de ello, basándose en que no se puede perder lo que nunca se tuvo. No les falta algo de razón.

 

*Enrique Vila es abogado. Fundador del despacho Romiel y Vila Abogados

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