Sábado, 13 de Septiembre de 2025

Actualizada Sábado, 13 de Septiembre de 2025 a las 20:27:11 horas

ENRIQUE VILA
ENRIQUE VILA Domingo, 09 de Octubre de 2016 1

Memoria histérica

Friso los cincuenta, uno menos para ser exacto, y si la matemática no falla -no suele- contaba ocho dulces añitos cuando el Todopoderoso tuvo a bien librarnos del abyecto y desalmado ser llamado Francisco Franco Bahamonde. En su maldad urdió un sibilino e ingenioso plan, inundar de nombres afines las calles de nuestra ciudad para que nos persiguiera su recuerdo. Un veinte de noviembre (algunos sostienen antes) veía en la primera cadena la interminable fila de personas que frente a su cuerpo amortajado le despedían. Las señoras, muchas ataviadas con mantilla, solían santiguarse; en los hombres había mayor variedad, algunos saludaban estilo salve romano, brazo en alto y palma abierta, otros saludo militar, y el resto inclinaba la cabeza mostrando respeto, todo frente a un féretro abierto, escoltado, levantado y rodeado de cirios. Monoprograma televisivo de máxima y única audiencia. Ingenuo y sorprendido preguntaba a mis padres quién era tan principal como para provocar ese duelo y me respondían, en voz baja y cautelosos, algo que ni tan siquiera recuerdo. Esa es toda mi vivencia bajo el régimen del maligno ser.

 

De adulto no pregunté, leí y me documenté sin demasiado énfasis ni pasión sobre el personaje. Un joven general que aprovechó la ocasión para liderar el cruel levantamiento fratricida que dividió nuestro gran país en dos, sobre cuyo inicio, causas y culpables Dios me libre de pronunciarme. Entre otras cosas porque la historia es mucho menos exacta que la matemática. Al parecer ni tan siquiera era el destinatario inicial del cargo que ocupó durante cuarenta años. Menos en realidad (1939-1975= 36).

 

Impuso su visión católica y absolutista sobre el Estado, aboliendo libertad de prensa, partidos políticos y una serie de avances que los países libres (¿) y democráticos de nuestro entorno gozaban. Bueno no todos, en aquel momento Mussolini hacía de las suyas en la bota, Hitler lo propio, democráticamente elegido, con teutones, vecinos y allegados, al igual que Stalin, tras Lenin, en la madre Rusia. Nada que envidiarles.

 

También tuvo, para algunos de carambola y chiripa, algún que otro acierto. La obligación de avalar cantidades parciales para la compra de viviendas en construcción, el sistema de seguridad social o la política hídrica en un país castigado por la sequía, datan del reinado de paquito pantanos. Por citar ejemplos que se suman a la posición de pérfil y silbando el “Only You” en la devastadora Segunda Guerra Mundial.

 

Nací (o casi) y me he criado en democracia. Y estoy convencido de que la democracia es el peor de los sistemas de gobierno ideado por los hombres. Excepción hecha de todos los demás (Churchill dixit). Por eso D. Francisco no es santo de mi devoción, ni lo será nunca, como tampoco Fidel (Castro no Albiac), Kim Jong Un, ni cualquier otro que se considere salvador del pueblo pero sin el pueblo. Bastardos visionarios que esconden interés propio disfrazado de servicio común. Ni me gusta, ni me gustará nunca quien se empecina en hacerme el bien aunque no quiera o se lo haya pedido, y mucho menos si pretende hacerlo contra mi libertad individual de equivocarme. Ejemplos a patadas, de derecha, izquierda y mediopensionistas. Especialmente ruines son los fundamentalismos religiosos de cualquier credo o tendencia.

 

Pero no deja de ser una parte de nuestra historia plagada de gloriosos y no tan brillantes momentos. Ya me pareció totalmente innecesario que la Calle Onésimo Redondo fuera rebautizada a Pablo Iglesias (No el podemita, sino el fundador del PSOE). Ni a uno ni a otro los conocía. Buceando un poco vi que eran humanos, ambos tenían luces y sombras como cualquier hijo de vecino. Si uno era fascista y murió combatiendo, el otro tuvo mucho que ver en la Semana Trágica de Barcelona, en que se quemaron Iglesias y murieron obreros, policías y religiosos. En cuanto al General Mola sé lo justo y lo que todo el mundo (el chiste), que General Mola pero Teniente General mola más. Ahora Avenida de la Estación, pues vale. Lo único fijo es el cambio, como dijo el clásico griego.

 

Pero la cosa va a mayores. Es decir, a peores. Las calles, entes inanimados, que se sepa, no tienen personalidad propia y lo mismo les da llamarse Juan, que Miguel que Pepito Grillo. Solo las personas otorgamos significación y relevancia. Desconozco quién fuera el Capitán Meca, César Elguezabal, el Conde de Vallellano, los hermanos López de Osaba o Pascual, Jaime Galiana, Juan Ballesta, Pérez Vengut, Manuel Senante (quizá familia de Caco), Martínez de Velasco, Vázquez de Mella o Enrique Madrid. Es más, dudo que el 95% de mis conciudadanos lo sepan o que, en todo caso, les importe un bledo saberlo. Lo único que me dicen los nombres junto a un número es una localización espacial y punto.

 

El cambio, además, es de por sí peligroso, melón que no debiera abrirse por sus consecuencias. Si se pretenden evitar connotaciones políticas o bárbaras e inhumanas del nombre al vecindario dos (o más) consecuencias saltan a la vista. La primera, el más que posible desfile de cambios a que, dependiendo del gobernante de turno, nos podemos ver abocados. No en vano las nuevas denominaciones están plagadas de dirigentes y fundadores marxistas, anarquistas, comunistas y en general de izquierdas. Hombre, paritario, paritario, lo que se dice paritario, no es, ¿a qué no?. Me veo en la innecesaria, pero tristemente conveniente obligación, dado los tiempos que corren, de aclarar que tampoco me parecería correcto si las nuevas denominaciones fueran de cualquier otra tendencia política. De hecho, la palabra “política” me produce una severa urticaria.

 

La segunda es que, abierto el fruto, por qué no cambiar los nombres de Jaime I, quien tiene un turbio pasado en su propia concepción y obtuvo su fama a base de pasar a cuchillo a todo moro viviente en Mallorca y Levante. O la Calle del Cid, azote de enemigos, temido hasta después de muerto; o la calle Navas, que rememora el extermino de 120.000 africanos a manos de 90.000 soldados en el 1212; San Quintin; la calle San Fernando, en honor del monarca absolutista Fernando VII, el de vivan las caenas” para mayores señas. Y así un sinfín de ejemplos.

 

La memoria selectiva es lo que tiene, y si encima es histórica trasmutada a histérica mucho peor. De hecho y teniendo en cuenta las competencias municipales y la defensa a ultranza de la participación en que se basa la democracia, lo más adecuado sería que nuestros dirigentes no nos hicieran ese bien que nadie les ha pedido o que, en todo caso, nos consultaran mediante voto si queremos o no que nos ayuden a olvidar algo que ni tan siquiera conocemos. Es decir, que no actúen como padres de menores imponiendo su patria potestad sino como ejecutores de la voluntad de ese mismo pueblo al que dicen y deben beneficiar. Vamos, por lo menos para no parecerse a las personas cuya memoria quieren borrar de nuestras mentes aún cuando no están ni estuvieron en ellas.

 

Vamos, digo yo. Aunque también podríamos ponerles números en lugar de nombres y asunto solucionado, o casi a expensas de que alguna mente política desocupada y privilegiada también le encuentre pegas y tendencias a las matemáticas. No descartable, nada hay más peligroso que un vikingo ocioso o un tonto motivado en que no cierren las heridas.

 

* Enrique Vila es abogado. Fundador del despacho Romiel y Vila Abogados

Comentarios (1)
Comentar esta noticia

Normas de participación

Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.

Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.

La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad

Normas de Participación

Política de privacidad

Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.31

  • S. J.

    S. J. | Lunes, 10 de Octubre de 2016 a las 13:48:00 horas

    Aunque es posible que denominar San Fernando a la calle tuviera relación con el nombre de Fernando VII, lo cierto es que no es una calle dedicada al rey Fernando VII sino a otro monarca, Fernando III el Santo, que fue un rey de Castilla y León, siglo XIII, luego santificado, que reconquistó extensos territorios, entre ellos el reino de Murcia del que entonces formaba parte Alicante. San Fernando fue considerado un gran rey y persona dotada de muchas cualidades y virtudes, nada que ver con el lamentable Fernando VII.

    Accede para responder

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.