Día Miércoles, 01 de Octubre de 2025
El secreto
Hoy he visto la Luz. Esa misma Luz que iluminó al granuja de Jake Blues (el tristemente desaparecido John Belushi), en la parroquia de su compañero de orfanato pero, a Dios gracias, sin ponerme a dar volteretas. Ha sido de la forma más simple, básica y primaria. Observando, que no mirando. Como tampoco, en idéntica relación matemática, es igual escuchar que oír, oler que olfatear o comer frente a saborear. Lo primero es básico, animal, instintivo y reflejo; lo segundo voluntario, humano y, por desgracia, menos frecuente.
Pasaba frente a un comercio de una calle, de la que no pienso acordarme, y me ha llamado la atención la foto a tamaño real de una escultural y atractiva joven (en el lateral un guapo y fornido muchacho, no vayamos a tener problemas de cuotas) con ceñida ropa deportiva, prometiendo los mismos resultados a cualquiera que dedicara la friolera de 25 minutos a la semana al entrenamiento propuesto. Lo que no decía es si en una sola vida, en varias sumadas o si se trataba de una promoción familiar para varias generaciones. En ese momento, he sentido el golpe en la cabeza de la manzana y a punto de gritar ¡Eureka! me he autocensurado. Me ha atemorizado la pandemia de ignorancia y la cercanía sonora del griego antiguo al euskera, con el riesgo y repugnancia a ser asimilado no tanto a esos seres, difícilmente calificables de humanos, que han jugado a los dados con la vida ajena de adultos y niños, como a la legión de palmeros, imberbes y no tanto, que se muestran condescendientes y comprensivos con el Mal en estado puro. Esos mismos que levantan muros impenetrables, fortificados de sinrazón, frente a los que opinan distinto, disienten en lo deportivo o se permiten criticar a los autoproclamados portadores de la verdad absoluta revelada por otros igual de iluminatti. No estoy muy seguro, pero creo que se llaman a sí mismos demócratas de nueva generación únicos legítimos defensores de la igual-da, la libertad y el “pluralismo dialogante”. Ahí estaba el secreto del éxito, la piedra filosofal transmutadora del plomo en oro tan buscada como perdida, el quid de la cuestión, el quinto elemento, la piedra clave del arco de medio punto y la llave maestra de todos los cerrojos. De eso se trata, de prometer alcanzar lo imposible sin esfuerzo.
Oye, y además funciona a la perfección, eso sí, para el que promete. Una piel tan tersa, suave y brillante como la de la modelo veinteañera que la asegura; el infalible éxito con el sexo contrario, por contrahecho/a y antipático/a que se sea, fragancia infalible mediante; inmaculada limpieza y desinfección de colada cuya roña huye despavorida al ver la etiqueta, seguida de una legión de mosquitos en desbandada asustados por otro producto de la misma marca; un regular y placentero tránsito intestinal en el momento deseado sin control de ingesta; vitalidad de veinteañera a los setenta: fresco aroma a nubes en determinados momentos; reparto controlado (a adeptos de cualquier color) de recursos públicos, que obviamente no son de nadie; aumento de productividad con drástica reducción de jornada; sueldos universales a cargo del Estado y su capacidad de producción de papel moneda; aumento del salario mínimo y limitación del salario máximo (de los demás, claro); ocupación de viviendas vacías despenalizada (siempre que no sean las propias); educación paritaria controlada y definida para todos menos para sus hijos; revisión histórica adaptativa a voluntad y creación del Ministerio del Tiempo, etc.
Y es que, diciendo la verdad no se va a muy lejos en estos tiempos. Nadie quiere oír que para tener un adecuado tránsito es necesario llevar una ordenada alimentación; nadie quiere saber que las limitaciones de la edad son imparables; nadie quiere conocer que para agradar es necesario cuidarse; nadie desea que le recuerden que para recibir cartas tienes que haberlas escrito y mandado antes; nadie apoyaría a quien le diga, honestamente, que el esfuerzo, la preparación, dedicación y sacrificio son las claves del progreso, personal y colectivo. Al parecer eso se llama marketing en términos anglosajones, tan modernos como sustituibles por vetustas castellanas palabras, como mercadeo o charlatanería. Es decir, prometer lo inalcanzable escondiendo la verdad que, en el Lejano Oeste, se castigaba untando con brea y plumas al timador y en este Cercano Este se premia con elevados sueldos, complementos de transporte, innecesarias ayudas de residencia, puestos reservados a familiares, aforamientos y coches oficiales.
Ahora bien, todo timo que se precie, necesita una cuarta parte de candidez y tres cuartas de avaricia del timado, mezcladas no agitadas, para dar un correcto resultado y que, descubierto el engaño, sea más vergonzoso reconocer la culpa que denunciar al culpable. Y en este país, eso de reconocer la culpa propia es una asignatura que nadie, del color que sea, ha considerado incluir en los planes de estudio.
*Enrique Vila es abogado. Fundador del despacho Romiel y Vila Abogados
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