Día Miércoles, 01 de Octubre de 2025
Cuando digo Diego, digo Diego
Mi padre, a quien echo de menos cada segundo de mi vida - seguiré haciéndolo mientras dure – sostenía fundadamente (ahora lo sé) que había que celebrarlo todo, antes de que su enorme corazón no diera abasto para su pequeño y castigado cuerpo. A veces la causa se convierte en consecuencia.
Un buen amigo, tocayo nuestro y sufridor con mucha antelación de la misma pérdida, me dijo en su despedida que la sensación de orfandad que te invade cuando se pierde a alguien tan querido no te abandona ya nunca. He de darle, desgraciadamente, la razón. No obstante, hasta para la persona más existencialmente optimista que he conocido; hasta para alguien que en lugar de problemas veía soluciones; hasta para quien los palos en las ruedas eran nuevas oportunidades y enfoques en lugar de obstáculos, dudo mucho que fuera posible encontrar algún motivo de fiesta en estos oscuros tiempos.
Pero claro, ahí reside la grandeza, en la capacidad de ver lo que al resto resulta invisible. No me refiero al cansino panorama político, aburrido de por sí y tedioso hasta la extenuación. No puedo ni quiero acordarme del reparto de escaños, grupos parlamentarios, tiempos de intervención (mediática o en el “hemicirco”), subvenciones y ayudas públicas, enfrentamientos territoriales maniqueos, revanchismo histórico o cinismo electoral defensor a ultranza del ancestral refrán, más español imposible. Donde dije digo, digo Diego. Precisamente a él va dedicado, a Diego. Un ángel de once añitos al que sus incipientes alas no le valieron para remontar el vuelo desde la ventana de su casa en la que puso fin a su sufrimiento y principio eterno al de sus seres más queridos. Alas que, con absoluta seguridad, disfruta ahora si es que hay justicia en el Más Allá.
Si no es así, que vayan cerrándome unas puertas a las que no pienso llamar, si Aquello es igual que esto, que no me esperen o que lo hagan sentados por si tardo un poco. Pero antes demostró que no era un ángel cualquiera, se despidió y pidió perdón a sus padres, les dijo cuánto les quería (algo a lo que muchos adultos llegamos tarde) y que, por favor, continuaran juntos para que él, dónde quiera que estuviera, fuera feliz, le deseó a su “tata” que pronto encontrara trabajo, a su abuelo agradeció su preocupación por él y a Lolo que pronto viera a Eli. Si en lugar de pantalla fuera papel, esta página tendría los claros borrones acuosos del alma encogida. Dura es la pérdida de un ser querido, pero nada comparable con el cataclismo interno que debe provocar la de un hijo, y mucho menos con esa edad y circunstancias y con los reproches propios que, seguro, se hacen y harán quienes habrían saltado en su lugar sin dudar un instante.
Y por toda explicación, el infierno en vida de Diego, su centro escolar, pilatiza en agua sucia. Nadie nos avisó de su malestar. No se han detectado indicios de acoso, ni a los pocos días del suceso, ni cuatro meses más tarde. Pues eso, que ya me quedo más tranquilo. ¿Qué será lo siguiente?, seguramente la policía no detendrá al ladrón por no estar avisada o los corruptos se llevarán sus mordidas porque nadie les dijo que no podían. Si lo que vas a decir no es más bello que el silencio, no lo vayas a decir. Maravilloso proverbio árabe hecho canción, al que se debería añadir, ¡y si lo que vas a decir aumenta el dolor ajeno, agacha la cabeza y cállate, mendrugo! Poco importa a ese grupo familiar ya las causas de su desgracia y mucho menos los irresolubles y esenciales problemas de trescientos cincuenta diputados y doscientos sesenta y seis senadores, beneficiarios de un sistema privilegiado de sueldos, prebendas actuales y posteriores que no han sabido o querido entender en treinta y siete años de democracia las necesidades de nuestro futuro, de nuestros niños y de nosotros mismos.
Que no han sabido ni querido mirar más allá de sus bien alimentados y abultados ombligos a otros sistemas que han demostrado eficacia y responsabilidad en el trato y formación de nuestros tesoros más preciados y olvidados. Sistemas no tan lejanos, como el finlandés, con menos horas lectivas arrojan abisales diferencias a su favor. Podría ser que el consenso social sobre educación influya algo. Quizá. Podría deberse a que los mejores docentes (con nota de media 9 sobre 10) se destinen a la educación primaria. Es posible. Podría ser que el proceso de selección prime la excelencia y los buenos resultados sobre todo. Tal vez. Podría ser que la capacidad docente y comunicativa sea esencial para obtener estos puestos de trabajo. Seguramente. Podría ser que la actitud social y la empatía sean fundamentales para ser maestro. Casi sin duda. Mientras, aquí, seguiremos discutiendo sobre otras cuestiones mucho más rentables para quienes las sostienen. Independencia de territorios, revisión del lenguaje discriminatorio, reparto de cargos y subvenciones, etc.
Cuestiones esenciales y fundamentales para los Diegos del mundo, así como cubriéndonos la espalda cuando se produzcan con aquello de no me avisaron, cuando yo llegué ya estaba o esto es competencia del subsector cuarto del consejo de escolaridad integrada de la federación de autonómica de educación. Malditos seáis quienes teniendo capacidad y obligación anteponéis vuestra comodidad a la realidad por todos conocida, malditos quienes os llenáis la boca de propuestas mentirosas que sólo persiguen vuestro común beneficio. Malditos mentirosos charlatanes carteristas que metéis mano en los bolsillos de todos limitando los recursos necesarios de lo verdaderamente esencial. Malditos defraudadores de tarjetas black, subvenciones públicas, ayudas sociales o ayudas a la formación, ladrones miserables de fondos comunes defraudadores de la confianza en vosotros depositada. No puedo soportar ni vuestra presencia ni altivez, no le llegáis al tacón al pobre Diego. Y cuando digo Diego, digo Diego.
*Enrique Vila es abogado. Fundador del despacho Romiel y Vila Abogados
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