Día Jueves, 18 de Septiembre de 2025
Cuento de Nochevieja
Destino, superstición o, simplemente, casualidad. No sé cómo llamarlo, pero lo cierto es que muchas personas tienen tendencia a "asociar" de forma casi inexorable un número o una fecha con acontecimientos importantes que les han ocurrido en su vida. Y lo cierto también es que en mi caso el día que se repite como marcador de recuerdos que se me han quedado grabados es el 31 de diciembre. En Fin de Año he vivido algunos de mis mejores y de mis peores momentos, de ésos que te rompen los esquemas, que te cambian para siempre y de los que nunca, por suerte o por desgracia, te puedes deshacer.
Fue una Nochevieja cuando perdí mi virginidad en el antiguo hotel Europa de la avenida de Dénia (Ahora creo que se llama Daniya). Aunque no tengo claro si esa noche ponerla en la lista de los buenos o de los malos recuerdos. Creo que lo mejor sería ponerla en los de humor o de "reír por no llorar", porque aquello fue de chiste. No comment. (Nota: hacer un post sobre las "primeras veces"). Fue una Nochevieja cuando los médicos nos dijeron que mi madre tenía leucemia. Aún me pregunto cómo mi familia y yo nos pudimos tomar esas uvas, que se quedaban atragantadas con un nudo en la garganta, preludio de uno de los años más duros que hemos compartido. Pero conseguimos tragarlas, escupir las pepitas y comérnoslas, mi madre la primera. Y en Nochevieja también viví una de mis noches más bonitas.
Ese año había acabado Periodismo en la UCAM (Universidad Católica de Murcia) e iba a celebrar la Nochevieja con mis amigos de la carrera en el 'Zig Zag' (centro de ocio, con varios pubs que en esa época estaba de moda). Estrenaba un vestido de escote en pico, en tonos grises con pailletes plateadas. Llevaba un poco de purpurina en el maquillaje y kilos y kilos de ilusión. De ésa que el tiempo no había desgastado y los golpes del destino todavía respetaban y casi mantenían intacta. Estaba impaciente porque ÉL llegara a casa de mi amigo Antonio, donde quedamos antes de irnos de fiesta. Llegó tarde, como siempre. Pero mereció la pena. Con su traje, su corbata, su abrigo...
En realidad, me hubiera dado lo mismo que hubiera venido en zapatillas con calcetines altos a cuadros y camisa de pana. Me gustaba como fuera, con coleta o sin coleta, con traje o con bermudas. Durante toda la carrera había estado enamorada de él. Era un amor platónico, nunca llegó a pasar nada y yo tenía mis historias/rollos y él las suyas. Pero había una relación especial entre los dos, una conexión a la que estaba enganchada. La noche iba de maravilla, buen ambiente, muchos abrazos, muchas bromas, muchos bailes y muchas risas. Algo presentía, algo iba a pasar y tenía que ser bueno. Serían sobre las 5 de la mañana y la mitad del grupo ya había desaparecido. De repente, entre tontería y tontería, nuestras manos se rozaron, sin llegarse a coger; los dos nos quedamos quietos, inmóviles, conteniendo la respiración para que nada rompiera el hechizo. La música dejó de sonar, los hielos del último cubata que se estaba sirviendo cayó de golpe en el vaso, la gente desapareció y el mundo se paró para nosotros.
Entonces me besó, nos besamos, y la verdadera fiesta de confeti, serpentina, vítores y fuegos artificiales comenzó. Os juro que en esos instantes he sentido más que en noches enteras entre sábanas. Después nos fuimos a desayunar. Y, menos mal, que además de los churros y el chocolate, teníamos servida ración doble de confianza porque embriagada por la emoción (y por el alcohol) tuve que ir a vomitar. Unas risas más que nos echamos. Cuando me despidió en la puerta de casa de mi abuela, cerca de las 12 del mediodía, igual que supe que esa noche iba a pasar algo, también supe que ése era el último beso que me iba a dar. No me equivoqué y dolió. Dolió infinito, de aquí a la última Nochevieja del Mundo. Pero no me arrepiento, porque si no, hoy no estaría escribiendo esto, porque esa noche supe que era capaz de AMAR y que alguien me podría amar. Sea cual sea el final, feliz, triste o en puntos suspensivos, todos deberíamos ser protagonistas de una historia de amor que perdurara imborrable e impasible en nuestra memoria y nos pellizcara el corazón cada vez que la recordáramos. Todos deberíamos ser protagonistas de un bello cuento mágico, y no tiene por qué ser en Nochevieja, la fecha es lo de menos. ¡Feliz año a todos!
*Rosa Sánchez es periodista. Máster en Dircom y en Marketing de Moda y Belleza. Especialista en Redes Sociales.
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