Día Sábado, 22 de Noviembre de 2025
Parole, Parole
"Parole, parole soltanto parole, parole tra noi". Así rezaba la copla que a principios de los setenta cantaban Mina y Alberto Lupo. Mientras ella lo miraba decepcionada desde el más frío desdén, él trataba de conquistarla mostrándose encantador, usando todas las armas de seducción a su alcance. Precisamente hoy me gustaría hablar de seductores y seducidos, pero de otro tipo.
Tan sólo diez años antes de que la mencionada canción se hiciese tan popular, Angus Campbell y sus colaboradores de la Universidad de Michigan (posiblemente una de las más prestigiosas en conducta electoral y temas relacionados) realizan un estudio de hábitos de voto en la sociedad americana basándose en datos electorales de los sufragios entre 1945 y 1960. Pongámonos un poco en su piel: una época de prosperidad, euforia estadística y tecnológica… el bueno de Campbell pensó que de este trabajo surgiría un modelo perfecto que explicaría cómo y por qué votaba o no la gente, qué clase de gente era, por qué lo haría o qué factores psicológicos determinarían que se decantaran por un partido u otro. Pero no fue así en absoluto.
La sorpresa que se llevaron no fue minúscula: el retrato robot del votante americano promedio y las conclusiones fueron devastadoras. El perfil típico era el de un señor con poca cultura, sin datos sobre el programa del partido que había elegido votar, con escasa implicación política, poco guiado por razones ideológicas y mucho más por aspectos meramente afectivos o superficiales relacionados con la imagen del candidato (simpatía, atractivo, edad, familia, etc …). Aunque las críticas en lo metodológico y en lo formal no tardaron en arreciar, la investigación no pasó desapercibida precisamente, generando amplios debates sobre las garantías en que se debe basar el sistema democrático y su relación con la racionalidad del votante.
Salvando las distancias y los más de cincuenta años que nos separan de aquella investigación, cada vez que echo un vistazo a los datos sobre el escrutinio de las elecciones de ayer no puedo evitar preguntarme: ¿estamos lejos o cerca de aquel estudio de los de Michigan?, ¿cuántos votantes habrían leído los programas de los partidos a los que han votado y cuántos habrán simplemente votado por inercia o por afecto?, ¿los de siempre dejaron de seducirnos?, ¿o tal vez los nuevos nos seducen mejor?, ¿acaso estamos los españoles cansados de que nos seduzcan y empezamos a buscar algo más que violines y rosas?. Puede que estemos en un punto de inflexión hacia una nueva tendencia o que esto sólo sea un espejismo coyuntural a las circunstancias de la situación social. Lo que es cierto es que aún es pronto para saberlo y mucho más para entender qué consecuencias exactas podrá tener en el futuro de nuestras vidas.
Más allá de predicciones, hoy podríamos decir que muchos españoles empiezan a dar pruebas con su voto de que quizás se están cansando de ser la chica resignada del plató que soporta los vaivenes y aventuras de un Alberto Lupo en 625 líneas de blanco y negro. Parole, parole, soltanto parole, parole tra noi.













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