Jueves, 30 de Octubre de 2025

Actualizada Jueves, 30 de Octubre de 2025 a las 15:21:07 horas

JUAN ANTONIO LÓPEZ LUQUE Domingo, 09 de Septiembre de 2018

El amigo de los animales

El 15 de marzo de 1980 estaba yo, con 14 años, esperando para cortarme las greñas en una peluquería de la calle Pintor Zuloaga, esquina con la plaza Manila de Alicante. La peluquería aún existe aunque ahora se llama Barber Shop, claro.

 

El caso es que recuerdo perfectamente el día. La radio estaba puesta aunque yo no le había prestado mucha atención hasta ese momento: el momento en el que una voz anunció que había muerto en un accidente de avioneta mi gran héroe, Félix Rodríguez de la Fuente. A los 14 años que te vean llorar es una vergüenza y sin embargo, allí estaba yo, desconsolado y atónito, llorando a moco tendido delante de un montón de desconocidos. Y me importó una mierda.

 

En aquel entonces pasaba yo más tiempo en casa de mi abuela (el abuelo había muerto unos años antes) que en la de mis padres. Allí vivía mi primo mientras sus padres probaban fortuna (como tantos otros) de emigrantes en Alemania; así que crecí prácticamente con dos madres y con un hermano más. En aquella casa bastante humilde, nuestra habitación, donde dormíamos y jugábamos, era la biblioteca del abuelo. Literalmente yo crecí entre libros y, dado mi natural tranquilo y contemplativo (o vago y sin sangre, según se mire), mi mayor placer era curiosear entre aquellos cientos de novelas, libros históricos, diccionarios y, sobre todo, enciclopedias. Al principio los grabados y fotos, después los pies de foto y, al final, los textos. A veces no entendía una mierda de lo que estaba leyendo: el tomo de “Física y Matemáticas” me maravillaba por los dibujos, diagramas y ecuaciones inverosímiles que, pensaba yo, no podría entender nadie y me preguntaba si no se lo habrían inventado todo cuatro chalados en una oficina.

 

Pero había dos tipos de enciclopedias que me fascinaban por encima de todas las demás: por supuesto las de historia (la del Marqués de Lozoya o la de Pirenne), con sus fotos y grabados, sus reconstrucciones, sus dibujos maravillosos y toda esa sabiduría increíble. Muchos años después, al entrar en la facultad de Historia, descubrí cuánto le debía a esas enciclopedias, a tantas tardes curioseando sus páginas.

 

El otro tipo de enciclopedias que hicieron de mí una mejor persona (y un crack al Trivial Pursuit) eran las de animales. Había dos: la enciclopedia “Fauna” de la editorial Salvat (con sus tomos marrones) y “El Mundo de los Animales” de la editorial Noguer (con sus tomos verdes). Las dos de Félix Rodríguez de la Fuente. Mi abuelo ya había dejado dicho que cuando él muriera, las enciclopedias de animales serían para mí. Y así fue; aún las tengo.

 

Ambas me las sabía de memoria y, mientras escribo esto, aún recuerdo que el nombre científico de la ballena azul era Balaenoptera Musculus y que el ornitorrinco pertenece a la familia de los Monotremas; recuerdo las pirámides alimenticias, lo extraño que es el okapi o el curioso caso del celacanto, un pez prehistórico que se creía extinguido hasta que un pescador pilló uno en una red. Todo este conocimiento puede no servir para nada pero también aprendí que todo bicho viviente es importante en uno u otro sentido. Que no hay animales feos o bonitos sino bien adaptados a su entorno, que el leopardo no es el malo y el cervatillo bueno y que el mayor problema es la mirada simple y muchas veces estúpida del ser humano, incapaz de entender que no todo gira en torno a él.

 

Y todo ello se lo debo a ese médico de profesión, biólogo autodidacta, hombre culto y carismático, precursor de la ecología, que me hacía pegarme al sillón en cuanto oía aquella maravillosa sintonía de “El Hombre y la Tierra”, sin duda mi programa favorito de todos los tiempos, con aquellos capítulos de nombres fascinantes: “La Isla de los Alcatraces”, “Operación Zorro”, “Los señores del Bosque”, “El Cementerio Helado”, “El Hombre y el Lobo”…; con animales que desde entonces no puedo pronunciar sin imitar la voz de Félix: el alimoche, el lirón careto, el abejaruco, el lince ibérico… Supongo que yo era, según las etiquetas actuales, un puto friki de los animales.

 

En una época sin internet y con dos canales en la tele, nuestros héroes eran actores, futbolistas y, si te gustaba leer, exploradores, científicos o personajes de ficción como Jim Hawkins, Robin Hood o Mortadelo y Filemón. Para mí no había nadie más grande que Félix Rodríguez de la Fuente y ahora que tengo exactamente la edad que él tenía cuando murió, le doy las gracias por haberme enseñado tanto. Y a mi hijo intento enseñarle que la Naturaleza lo es todo, que nunca vamos a vivir en Marte y que debemos cuidarla porque somos una parte de ella. Para que sus hijos puedan disfrutar de sus maravillas.

 

“Para que en las noches españolas no dejen de escucharse los hermosos aullidos del lobo”.

Comentarios
Comentar esta noticia

Normas de participación

Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.

Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.

La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad

Normas de Participación

Política de privacidad

Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.123

Todavía no hay comentarios

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.