Del Sábado, 04 de Octubre de 2025 al Jueves, 30 de Octubre de 2025
El carro de los melones

No sé ahora ni dónde ni cuándo leí esta curiosa y acertada reflexión. Afirma, y no se equivoca, que si llenas un carro de melones, por mucho que te esfuerces en compactarlos, es imposible que encajen a la perfección. Parece obvio. Pero si los pones lo mejor que puedas y echas a andar, el traqueteo del camino hace que ellos mismos busquen hueco hasta colocarse por sí mismos en la mejor posición posible. Si alguien lo duda tendrá que buscar un carro, lo que no parece difícil; un cargamento de melones, aún más sencillo; y un burro que tire de todo ello, lo que, en los tiempos que corren hay a capazos. Basta con escuchar las noticias para darse cuenta que los recintos en que se estabulaban se han trasladado a corporaciones locales, entes y organismos públicos, autonomías y gobierno central. Das una patada al suelo y salen tres de todo pelaje, género y condición. Las tres cosas más universales y democráticas que existen son, a mi parecer, estupidez, defecar y muerte.
La carga de la convivencia, de nuestras relaciones y la forma de afrontar las diferencias que siempre nos acompañarán se parece bastante a ese carro. Con la mejor intención podemos cargarlo e intentar que queden los mínimos huecos posibles, pero sólo los baches y desperfectos del camino conseguirán que encuentren su sitio. La diferencia fundamental es que el camino al mercado es corto, pero el otro, el de la convivencia, es tortuoso y, a menudo, perpetuo. Además, este último cargamento cuenta con un peligro añadido. Resulta difícil de imaginar un salteador de caminos determinado a volcar el carro por no gustarle su colocación, de inicio o tras parte del camino, pero es muy frecuente toparse con vengativos bandoleros decididos a arrojar al suelo las carga de la convivencia y echar por tierra lo conseguido.
Cuando Francisco Franco Bahamonde falleció contaba yo ocho añitos. Todo lo que recuerdo de aquel 20 de noviembre es un televisor que en blanco y negro, por tecnología o luto, emitía sin descanso la interminable sucesión de personas desfilando frente a su féretro abierto. Unos saludaban marcialmente, mano a la frente; otros alzaban el brazo derecho palma hacia abajo; y la mayoría se cuadraba y cabeceaba. Las mujeres, de riguroso luto y mantilla, hacían sutiles reverencias y se santiguaban. La fila era inacabable y la retransmisión duró horas, tanto que protestaba porque no hubiera otra cosa en la tele. Incluso pregunté si podía ir a Madrid a aquello que tanta gente congregaba y que debía de ser algo digno de ver y después contar. El típico, “pues yo estuve allí y lo ví”. No hubo forma de convencer a mi padre.
Tres años más tarde disfruté un magnífico 6 de diciembre. Ajeno a su significado profundo coleccionaba panfletos y papeletas de todos los colores que pedían esto y aquello. La tele, superado el luto o mejorada tecnológicamente, emitía en color y bucle continuo dibujos animados solo interrumpidos, de vez en cuando, por informaciones sobre la festiva jornada de votación. Su resultado no debería ser olvidado: 88,5% votó SI, 7,9% NO, el resto, nulo y en blanco, no llegó al 3%.
Muchos años después de lo primero, y muchos y tres más de lo segundo, entendí que en aquel momento los españoles hicimos un alto en el camino para cargar un carro con los melones del mutuo perdón, entendimiento, lealtad, hermanamiento y olvido. Lo hicimos –hicieron– lo mejor que se pudo y supo y echamos a andar. Por el camino, baches, obstáculos y trampas han intentado que el pueblo español, el carretero y dueño de la mercancía, se desoriente y vuelque la carga (23-F, terrorismo, GAL, separatismos varios). La carreta se ha inclinado, ha derrapado, se ha torcido pero no ha caído y siempre hasta hoy, ha vuelto al camino. Cada vez más robusta, más recia, más inmune por los anticuerpos generados frente a cada enfermedad superada.
Pero el camino ni fue ni será seguro. En cada recodo, en cada vaguada y paso, acecha el peligro al carretero que debe decidir si esquivarlo o hacerle frente. Aquel mutuo perdón se ha sustituido por un rancio revanchismo revisionista de épocas, más que pasadas, casi prehistóricas. El entendimiento común hoy se le llama imposición y su disidencia se la califica de fascismo –paradoja espacio temporal– por enfrentarse al pensamiento único. La lealtad brilla por su ausencia cediendo paso a traición, mentiras y cambio de reglas a mitad de partido mientras el casero árbitro, no sólo no imparte justicia sino que remata la jugada del contrario. Si hace falta con la mano. Instituciones esenciales como la Justicia y sus integrantes son abandonados a su suerte ante ridículos ataques de los enemigos del Estado. El hermanamiento es ahora cuñadismo entre familiares mal avenidos y aquel olvido que permitió avanzar se ha vuelto amnesia selectiva. La carga huele a podrido y su hedor tienta al carretero a abandonarla a un lado del camino incapaz de soportarlo.
Estoy cansado, francamente (terriblemente) cansado, decía en el Cuco Nicholson y piensa el conductor analizando aún si rendirse a los ataques y mandarlo todo al carajo o soportar su fetidez un tramo más del camino. Le queda, nos queda, la esperanza de que un fuerte viento arrastre el olor y confunda a quienes emponzoñan cuanto tocan con sus sucias manos y fomentan el odio, la confrontación y se creen mejores que el resto de sus hermanos. Esos que, en su propio y exclusivo beneficio, quieren para otros lo que para sí evitan y medran a costa del fatigado carretero sin caer en la cuenta que un día, hastiado y aburrido, puede blandir el látigo sin posible marcha atrás.
Carreteros, como hacienda, somos todos
* Enrique Vila es abogado. Fundador del despacho Romiel y Vila Abogados














LUIS ESCODA ESPAÑA | Domingo, 26 de Agosto de 2018 a las 21:02:08 horas
Hicimos lo que pudimos si, pero con miedo, lo que pudimos no lo que debería haberse hecho. Siempre había un run run que podía desembocar en ruido de sables. Hicimos-por decirlo de algún modo- compramos cuarto y mitad, cuando debería haber sido dos kilos y medio por decir algo. Había mucho miedo para pedir más. Ahora se puede.
Ahora no hay miedo.
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