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JUAN ANTONIO LÓPEZ LUQUE Miércoles, 08 de Marzo de 2017

El destino escrito en un posavasos

En 1993 estaba yo de viaje. Sin oficio ni beneficio, viviendo con mis padres, recién licenciado y sin ninguna intención de ser profesor de Historia (uf, ni de coña), hacía más de un año que pasaba las noches en el Cherokee del Barrio haciendo amigos (y amigas) entre los Erasmus. Allí mi amiga Fiona me dijo que me olvidara de Escocia, que Irlanda molaba más. Me había ido, como decía, a Alemania a ver a mi primo Yves y con él estuve en Holanda, Dinamarca y Suecia. Un frío de cojones. De aquel viaje me traje varias cosas: unos kilos de más, un par de resacas, la certeza de que los daneses eran unos de los humanos más guapos del mundo y una pasión irresistible hacia los bares bonitos.

 

Había uno especialmente impresionante en Copenhague llamado Rosie McGees que tenía tres pisos y varios ambientes diferenciados; uno de ellos era una biblioteca. Está el Rosie McGee’s construido con mucha madera y mucha pasta, y esos suelos que crujían, esas molduras, esos recovecos, rincones, esquinas, esos butacones tapizados, esos cuadros cuyos marcos valían más que mi Ford Fiesta, todo aquel derroche victoriano de antigüedades y cachivaches se me quedó grabado en la memoria y mirando embobado un posavasos, quise tener un bar así. Hace un mes mis primos estuvieron en el Rosie McGee’s, antes de ver a Metallica en Copenhague y me mandaron unas fotos para matarme de envidia. El bar está incluso más bonito. Es lo bueno que tiene hacer un bar de época, que va mejorando con los años, mientras que un bar de diseño se te queda desfasado en un plis plas.

 

Volver de mi tour por Europa y querer tener un bar fue todo uno. Tenía tantos conocidos que me di cuenta de que la clientela estaba ahí. Y como todo Gaudí tiene su Güell, mi amigo Papi una noche de, eh, té y pastas, me propuso abrir un bar. Total no tenemos nada que perder. Y entonces mis ojos se abrieron desorbitados y mirándole fijamente le dije:

 

- “¡¡Un bar irlandés!!”

 

- “¿Lo qué?”

 

- “Que sí hombre, que allí donde iba en Europa había un bar irlandés y siempre estaban petados de gente. Tú hazme caso que yo lo decoro”

 

- “Pues vale, irlandés, lo que sea”

 

El resto es historia (con minúscula): La Cueva del Irlandés abrió en el verano de 1994, antes del boom de los bares irlandeses que, como champiñones, aparecieron por todas las esquinas. Murphy’s, The Auld Dublin, Mulligan’s, Oliver Gallery, O’Connor, O’Hara, The Duke, The Little Duke, y seguro que muchos más en los barrios, tuvieron diferente éxito: algunos sucumbieron, otros siguen con más o menos fortuna. Nunca fue la Cueva tan bonita como el Rosie McGee’s ni de lejos, desafortunadamente, pero oiga, tenía su aquel.

 

La Cueva del Irlandés ya no existe. En sus tres gloriosos años de éxito la vida cambió para nosotros radicalmente. Hicimos dinero, amores, amigos y enemigos. Aprendimos lo que era llevar un negocio: los impuestos, los gastos, las facturas y albaranes, los proveedores, los márgenes, la publicidad, los listos que se quieren aprovechar vendiéndote humo, los peligros de las drogas. Aprendimos también a capear al personal, a los aduladores, los buscavidas, los solitarios necesitados de charla, los deprimidos, los borrachos, las estupendas, los desesperados por destacar o por ligar, los graciosillos. La representación más auténtica de la sociedad. He aprendido más de la gente en los bares que en cien libros de antropología. También aprendí el inglés que tanto me ha servido después.

 

No terminó bien la aventura de la Cueva, se perdieron amigos por el camino y la amargura de lo que pudo haber sido y no fue me persiguió durante años. Sin embargo, no cambiaría nada. Ni los momentos duros cuando quería estrangular a alguien. Ni aquellos en los que la traición se hizo evidente. Nada.

 

Yo no creo en el destino. Sé que la mayoría de la gente sí. Sin embargo yo creo que nada está “escrito” (ni en las estrellas ni en el libro de la vida ni hostias) ni las cosas “pasan por una razón”. Simplemente pongan “destino” en las imágenes de Google: miles de cartelitos que dicen “todo ya está escrito”, “no se puede escapar al destino”, bla, bla, bla. Es muy peligroso pensar eso, puede llevar al fatalismo: si todo ya está escrito y es inevitable, ¿para qué me voy a esforzar? Me parece a mí que lo de todo ya está escrito se dice siempre a toro pasado, como justificación. Si pasa algo es que estabas predestinado. Y una mierda. El destino como concepto poético me parece muy bonito. Como la magia o la Fuerza. Para libros y películas está muy bien. Pero no para la realidad.

 

Se llama casualidad. Pero (dirán los amantes del tarot y otras chorradas) tanta, tanta casualidad?? Pues si señora, se llama casualidad por que pasa de forma casual, es decir, por coincidencia. Dos (o más) sucesos que coinciden y tienen significación para alguien en un determinado momento y no para otra persona. ¿Sabe usted cuantas cosas están pasando ahora mismo? ¿Cuántos sucesos y hechos ocurren a la vez? Millones de millones de millones. Es normal que algunos, simplemente, coincidan. Y si esa coincidencia resulta buena o mala para usted, bingo: el destino. Estaba escrito. Las estrellas. Ya. A lo mejor las estrellas no están donde usted las ve porque la luz tarda millones de años en llegar desde las estrellas así que a lo mejor, digamos, Aldebarán explotó cuando yo nací y aun no lo sabemos.

 

No estaba escrito en ningún sitio que yo me fuera a Alemania a ver a mi primo. Ninguna estrella nos impulsó a ir a Copenhague donde yo me enamoré del Rosie McGee’s. El destino no hizo que mi socio y yo coincidiéramos en Alicante y abriéramos un bar para, años después, en otro bar, yo conociera a mi mujer y así poder tener un hijo maravilloso. No. No fue el destino. Fueron nuestros cojones al lanzarnos a una aventura de cabeza, fueron los acontecimientos, uno detrás de otro, los que nos han traído donde estamos. Por eso “no cambiaría nada”, porque cualquier cosa que cambiara me llevaría a otro lugar, no a donde estoy hoy. Y aquí estoy bien.

 

Si a la sucesión de acontecimientos, una vez que han pasado, le quiere llamar usted destino, pues me parece bien. Pero si lo que quiere decir es que en 1994 ya estaba todo decidido y escrito (¿por quién? ¿dónde? ¿en un posavasos?), me parece a mí que no.

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