Aventura a la inglesa

Me vais a permitir que en esta columna no hable de mí, si no que se lo dedique a una persona a la que quiero mucho: a mi prima Cristina. El fin de semana pasado fuimos al aeropuerto a despedirla, a ella y a su novio Carlos, porque cogían un avión rumbo a New Castle (Inglaterra) para vivir allí un año, al menos esa es la idea. (Nota: hacer una columna sobre despedidas). Van a mejorar el inglés, a trabajar y ahorrar para tener un futuro mejor y, también, a conocerse a ellos mismos y vivir esa experiencia que supone irse un tiempo lejos de casa, irse a otro país. 

No voy a hacer un discurso político-social sobre los jóvenes que se tienen que marchar de España para encontrar trabajo, entre otras cosas porque en este caso no es así ya que ambos tenían su puesto laboral (sin que fuera para tirar cohetes, pero lo tenían). Tampoco es una historia melodramática, de ésas de película que se marchan huyendo de un trauma o un pasado tortuoso. Simplemente se han ido porque han querido. Y por eso precisamente es por lo que les admiro tanto.

Porque si loable es el esfuerzo (personal y profesional) que hacen todas esas personas que se tienen que marchar de su país para poder trabajar, forzados por las circunstancias sean las que sean, igual valor (o incluso más) tiene hacerlo no por obligación, si no por elección. Porque tienen el coraje suficiente para quizás no hacer lo que se esperaba de ellos, lo que "tocaba hacer", sino que han hecho lo que deseaban, lo que les pedía el corazón. Ellos se han ido para cumplir su sueño de comenzar una vida juntos fuera de España y volver después de un año de aventura inglesa. Son, como diría un amigo, de profesión: cumplidores de sueños. Por eso, les salga bien o regular esta apuesta, ya son unos auténticos ganadores. No dejéis de soñar. Y, sobre todo, no dejéis de cumplir vuestros sueños.