Del Viernes, 26 de Septiembre de 2025 al Sábado, 27 de Septiembre de 2025
Mil palabras para recordar al doctor Balmis
Hace escasas fechas, el nuevo alcalde de Alicante, el popular Miguel Valor, inauguraba el refugio antiaéreo de la Plaza del Doctor Balmis, construido en 1938 en plena Guerra Civil y símbolo de lo que los alicantinos fueron capaces de hacer para evitar la muerte de una población inocente. Casualidad o no, el personaje que da nombre a la plaza ahora de actualidad también evitó la muerte de muchas personas, en este caso gracias a una expedición médica que cabe calificar de heróica y que lo sitúa sin duda alguna como el científico alicantino más importante de la historia.
Francisco Javier Balmis Berenguer, el Doctor Balmis, nació en Alicante el 2 de diciembre de 1753 en la antigua Plaza de la Fruta, en pleno centro de la ciudad. Hijo y nieto de cirujanos barberos, tan solo tenía 17 años cuando ingresó como practicante de cirujano en el Hospital Militar de Alicante. Licenciado por la Universidad de Valencia en 1778, su ingreso en el Ejército un año después le permitió acercarse en primera persona a los efectos de la enfermedad que en aquella época azotaba a Europa y devastaba a la población indígena de América: la viruela.
EEUU y Nueva España
En 1781, realizó con el Ejército español su primer viaje a América. Tras una breve estancia en La Habana para socorrer a los recién creados Estados Unidos de América, continuó viaje a México, todavía entonces territorio español denominado Virreinato de la Nueva España. El idilio de Balmis con el territorio azteca fue tal que permaneció diez años seguidos allí, abandonando el Ejército y siendo nombrado en 1786 cirujano mayor del Hospital Militar del Amor de Dios en la Ciudad de México, dedicándose además al estudio de la botánica aplicada a la medicina, concretamente las plantas de agave y begonia, con las que trató de curar enfermedades venéreas.
Tras varios viajes de ida y vuelta entre España y México, en 1794, María Teresa de Borbón, 12ª hija del rey Carlos IV, de quien Balmis era médico de cámara, falleció por la maldita viruela. Destrozado por su muerte, el rey ordenó introducir la vacunación tanto en España como en las colonias. Para entonces, Edward Jenner ya había descubierto que una leve enfermedad de unas granjeras británicas contraídas de sus contactos con vacas (la “vacuna”) las convertía en inmunes a la viruela. El antídoto creado por Jenner en 1796, a partir de entonces denominado vacuna, empezó de inmediato a dar resultados en Europa, pero transportarlo a América sin que el mismo se deteriorara en dos meses de travesía representaba un problema insalvable.
Una idea genial
A Balmis se le ocurrió usar a niños que pudieran servir de relevos para que la cadena de inoculación de la vacuna se mantuviese siempre viva durante el duro trayecto. Gracias a la firme decisión de Carlos IV y a la genialidad de Balmis, y a pesar de múltiples reticencias, se puso en marcha, el 30 de noviembre de 1803, la mayor expedición médica de la historia: la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna. Partió de La Coruña con Balmis al frente y 22 niños húerfanos coruñeses que permitieron que la vacuna inoculada llegara en perfecto estado a Venezuela, donde Balmis y Salvany (su segundo) se divideron para hacer llegar la vacuna a todo el continente.
Balmis y su equipo terminaron radicándose en su querido México, donde la implantación de la vacuna se extendió de costa a costa, formando a médicos locales y salvando la vida de miles de niños. Tal fue el éxito que la expedición decidió emprender rumbo, ya en 1805, a Fillipinas y China, partiendo desde Acapulco. En el continente asiático Balmis no tuvo tanta fortuna, pero cuando regresó a España en 1806 fue felicitado por el rey Carlos IV por la gran gesta realizada. No en vano, basta con decir que, por ejemplo, en la ciudad colombiana de Cartagena de Indias se inmunizó a más de 24.000 personas y, en la ciudad de México, a más de 100.000, algo totalmente asombroso teniendo en cuenta el analfabetismo y la ignorancia imperantes en la época y la desconfianza, los recelos y el temor que la gente experimentaba ante la aplicación de pus en los brazos. El Doctor Balmis volvería a México en 1810, encontrándose un territorio en plena guerra por su independencia. A pesar de ello, su prestigio era tal que algunos generales insurgentes vacunaron a todos sus guerrilleros.
Tal es el recuerdo que se tiene en el país azteca de este alicantino universal que en la capital mexicana una importante avenida lleva su nombre y en su memoria la Asociación Mexicana de Infectología y Microbiología Clínica instituyó el Premio Francisco Javier Balmis en Enfermedades Prevenibles por Vacunación, el mayor en el género. Después de su fallecimiento en el anonimato en su casa de Madrid, en 1819, en su Alicante natal, el doctor Balmis ha tenido su reconocimiento, aunque insuficiente a juicio de quien escribe, pues debería ser un auténtico referente tanto por su genial aportación a la ciencia médica como por el lado humano de una persona tenaz y capaz de salvar todas las adversidades de una época difícil con tal de aportar y propagar una solución a una enfermedad mortal que afectaba a una extensísima parte de una población indefensa, a nivel mundial. En 1980, 175 años después de la expedición de la vacuna, la OMS declaró la viruela como la primera enfermedad infecciosa erradicada del planeta por completo.
Para conocer más sobre este ilustre alicantino, les recomiendo dedicar unos minutos a visualizar el excelente documental “Balmis, el ilustrado tenaz”, elaborado por la Universidad de Alicante y producido por la Fundación Dr. Balmis del Rotary Club de Alicante (ver video aquí).
*Antonio Montalvo es Ingeniero de Telecomunicaciones de formación. Consultor de Negocios Internacionales y experto en Internacionalización de Empresas.
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