Viernes, 28 de Noviembre de 2025

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RAFAEL SIMÓN GALLARDO
RAFAEL SIMÓN GALLARDO Jueves, 27 de Noviembre de 2025

El milagro Ibérico

Si me permiten una confesión, siempre he visto la justicia como una obra de teatro absurda donde los actores cambian de guión según quién esté en el taburete de los acusados. Es como si Ionesco hubiera escrito el código penal. Uno se siente en medio de una función donde el elenco —jueces, fiscales, políticos— improvisa según le conviene, y el público, es decir, todos nosotros, aplaude o abuchea dependiendo de si el condenado es o no  de nuestro equipo.

 

Ahora resulta que el Tribunal Supremo es como un restaurante de moda: si te sirven lo que pediste, sublime; si no, es peor que una intoxicación alimentaria. Si condena a un miembro del PP,  "justicia ejemplar". Si hace lo mismo con un socialista, "lawfare", "togados fachas" y seguramente también culpable del cambio climático y de que me hayan cobrado de más en el taxímetro yendo a la estación de tren con tiempo, aunque Adif haya conseguido que siempre se llegue en hora gracias a sus retrasos...

 

Es curioso. La izquierda —esa que se llena la boca con palabras como "igualdad" y "dignidad"— parece entender la justicia como esos padres que regalan trofeos a todos los niños aunque hayan perdido el partido por 10 a 0. Quieren impunidad vestida de progresismo. Y sus portavoces, esos opinadores profesionales que no distinguen un recurso de apelación de una receta de gazpacho, claman al cielo: "¡Sin pruebas! ¡Esto es una conjura!"

 

Bueno, quizás deberían apuntarse a un curso rápido de Derecho Procesal en YouTube en vez de pasar el día tuiteando consignas. Hasta el fiscal dimitió, probablemente después de pensar: "Dios mío, esto es como explicarle teoría cuántica a mi gato". Pero no, mejor seguir militando como hooligans. Porque al final, lo importante no es la ley, sino el color de la camiseta.

 

Y luego está el tema de las pruebas. La suma de indicios. En la vida real, si ves a alguien salir de una joyería corriendo con un pasamontañas y una bolsa llena de diamantes, no hace falta que te muestre el recibo del atraco para sospechar. Pero en la política española, eso es una "cacería". Eso sí, todos los tertulianos —encabezados por la insigne Sara Santeolaya, que debe de tener un título en leyes obtenido en el mismo sitio donde yo me hice experto en neurocirugía—pontifican como si fueran el Rey Salomón con un programa de televisión al estilo de Super Bigote, el Sr, Maduro...

 

Y no se alarmen, claro...todos los zurdos borran el móvil de tres a cuatro veces al día, como si fueran espías de una película de bajo presupuesto. Pero ¿para qué? Si total, aquí nadie cumple condena ni devuelve lo robado. Es el milagro ibérico: la justicia que no pisa la cárcel. Hasta el Tribunal Constitucional dirigido por el Conde Pumpido —no, no Drácula, aunque a veces parece que chupa más sangre—, será por la rojez de su zurdera como color preponderante en su cerebro judicial...con la vehemencia de un director de orquesta sordo.

 

Luego dicen que son demócratas. ¡Por favor! Son tan demócratas como yo soy bailarín de claqué. El problema de fondo —y aquí me pongo profundo, entre bocado de mortadela  y vino jerezano— es que la izquierda española tiene un problema congénito con aceptar las reglas del juego cuando no le favorecen. Es como si en el ajedrez, cada vez que te comen una torre, acusaras a tu oponente de Lawfare y cambiaras las piezas de sitio robándole un alfil.

 

Y así, entre reproches, móviles borrados y tribunales convertidos en campos de batalla ideológicos, uno no puede evitar pensar que ya vivimos todo esto antes. Que huele a rancio, a trinchera, a discurso de radio en blanco y negro, a No-Do en cine de barrio. Por algo parecido a esto hubo una guerra civil, dicen algunos. Y puede que lleven razón. El tiempo, como un juez cansado, siempre acaba poniendo las cosas en su sitio. O no. Quién sabe.

 

Mientras, yo seguiré aquí, con mi café frío y mi perplejidad intacta—he acabado con la mortadela—preguntándome si no deberíamos cambiar las togas por disfraces de clown. Al menos seríamos honestos respecto al espectáculo.

 

Esto es el Fin. O no, dios dirá...

 

*Rafael Simón Gallardo es médico y cuenta cuentos inveterado...

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