Del Jueves, 02 de Octubre de 2025 al Jueves, 16 de Octubre de 2025
La sucia carnicería
Hay gestos que son hermosos y hay gestos que son burla. Y en este Mediterráneo de putrefacción moral y salitre agrio, la diferencia a veces solo la marca el olor a pólvora que llevas pegado a la chaqueta.
Estos días hemos visto el sainete. La Flotilla Global Sumud, con sus veleros relucientes y su cargamento de buenas intenciones (que no siempre se traducen en buenas consecuencias), navegando hacia un bloqueo que es, antes que nada, la frontera cicatrizada de una guerra que nadie quiere ganar de verdad, pero que todos se empeñan en seguir jugando. Es la vergüenza, sí, pero no solo la del carcelero.
Gaza. Una ciénaga. Un pedazo de tierra donde la miseria es tan densa que se puede cortar con un cuchillo y donde cada vida civil es una ficha que se arroja al tablero de la propaganda. El mundo señala a Israel con el dedo, y no le falta razón al señalar a un Estado que administra el castigo colectivo con la frialdad de un contable y la tecnología de un matón. Pero coño, hay que tener el valor de mirar el tablero completo.
La verdad, camaradas, es que Gaza es un infierno porque hay quien se ha dedicado a construirlo con esmero. Y ese "quien" tiene un nombre que huele a fanatismo y a búnker: Hamás.
Ellos son los arquitectos de esta ruina. Ellos, con su estatuto de muerte y destrucción. Ellos, los que deciden que los hospitales, las escuelas y las casas de la gente son los mejores polvorines y los más seguros escondites. Un escudo humano, dicen, para protegerse de los misiles israelíes. No. Un escudo humano para garantizar el titular y la condena internacional cuando la sangre, inevitablemente, mancha el suelo.
La miseria de Gaza es su combustible, su reclamo, su coartada para justificar la bestialidad del terror. Y la Flotilla, cargada de ingenuidad y arroz, navegando hacia allí, no es más que un regalo diplomático para ellos. Unos cuantos occidentales bien vestidos, con sus cámaras y sus ganas de mártires menores, arriesgando el pellejo para que el mundo se olvide de quién empezó a disparar desde dentro.
La burla de la Flotilla es doble. Es la patética coreografía del abordaje israelí, con sus comandos y sus gritos de "¡Stop, you are violating international law!", mientras la gente se desangra de verdad a doscientas millas. Pero también es la burla a la realidad: la de unos tripulantes que, con su gesto noble, tapan el lodazal de una organización que usa a su propio pueblo como carne de cañón.
Y luego está la "paz". La paz de los cojones.
Llega el Gran Tuno, Donald Trump, con su "plan de paz" bajo el brazo. Un acuerdo de apretón de manos forzado con la chequera y el miedo, que obliga a Israel a ceder un poco y a Hamás a sentarse a negociar bajo amenaza. Una solución a la americana: rápida, brutal y sin mirar la letra pequeña de la justicia. La paz se ha impuesto por el cañón de un billete de cien dólares, no por el llanto de un niño palestino.
Y los activistas, los de la Flotilla y sus buenos deseos, ¿dónde quedan?
Interceptados. Deportados. Su noble causa reducida a la categoría de incidente aduanero mientras los lobos negocian las piezas grandes. Se van de Israel denunciando malos tratos y falta de agua, pero se olvidan de que si Hamás no hubiera secuestrado la vida de Gaza para sus fines abyectos, no habría bloqueo que romper ni paz que forzar. No habría, en fin, coartada para que los comandos israelíes salieran a hacer su trabajo.
La auténtica vergüenza, para el que mira desde este lado del charco con un par de copas de más y la memoria intacta, es la de la complicidad por omisión. Es la de señalar solo al matón de fuera y olvidarse del verdugo que te tiene cogido por el cuello desde dentro.
Hamás sigue en Gaza. La paz de Trump es, por ahora, solo un cese de tiros, una pausa en la masacre. Y la Flotilla, la maldita Flotilla, es la prueba de que en esta carnicería, la ingenuidad es el postre más amargo y el que mejor le sienta a los hijos de puta que nos quieren contar la historia a trozos. Que cada uno elija su bando, si quiere. Pero que no se nos olvide dónde duermen los terroristas y qué mano fue la que soltó el primer puñetazo, usando a sus propios hermanos como parapeto.
Y eso, amigos, es la verdad.
*Rafael Simón Gallardo es médico y cuenta cuentos inveterado...
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