Del Jueves, 02 de Octubre de 2025 al Jueves, 16 de Octubre de 2025
Las reglas incumplidas de la dignidad
Me vienen a la mente algunas cosas. Sánchez carece de ciertas cualidades que muchos españoles tradicionalmente apreciamos. Por ejemplo, no tiene carisma, ni credibilidad, ni empatía, ni ingenio, ni calidez, ni sabiduría, ni sutileza, ni autoconciencia, ni humildad, ni honor, ni gracia; cualidades, curiosamente, que su predecesor en el partido socialista , Zapatero, tampoco poseía en abundancia.
Así que, para nosotros, el marcado contraste revela de forma penosa las limitaciones de Sánchez. Además, nos gusta el humor. Aunque Sánchez pueda ser objeto de risas, nunca ha dicho nada irónico, ingenioso o siquiera ligeramente jocoso; ni una sola vez, jamás. No lo digo retóricamente; lo afirmo de forma literal: ni una sola vez, jamás. Y este hecho es particularmente inquietante para la sensibilidad española: para nosotros, la falta de humor es casi inhumana. Pero con Sánchez, parece ser una realidad. Ni siquiera parece comprender qué es una broma; su idea de humor es un comentario vacío, un insulto superficial, un acto de crueldad disfrazada de política.
Sánchez es un político del que siempre se duda. Y como todos los que ocupan su puesto, jamás es gracioso ni se ríe; solo hace alarde de su poder o se burla de la oposición. Y, lo que resulta aún más alarmante, no solo lanza frases vacías y sin sentido, sino que realmente las piensa. Su mente parece un algoritmo, casi robótico, de prejuicios insulsos y ambición desmedida. No hay un sustrato de ironía, complejidad, matices o profundidad. Todo es superficial.
Algunos podrían considerar esto estimulante. Bueno, nosotros no. Lo vemos como carente de mundo interior, sin alma. En España, nos alineamos tradicionalmente con el lado de los que luchan por el bien, no con los que ostentan poder. Todos nuestros héroes son valientes perdedores: Don Quijote, Antonio Machado, el Cid. Sánchez no es ni valiente ni un desvalido. Es todo lo contrario, un niño rico mimado acostumbrado a ganar sin esfuerzo disfrazado de tiburón de la política. Y lo más imperdonable para los españoles: un déspota. Eso sí, excepto cuando se encuentra rodeado de otros, entonces, de repente, se transforma en un compinche temeroso y lo hace por perpetuar su situación particular.
Hay reglas tácitas en este asunto —las reglas de la dignidad básica— y él las transgrede, todas y cada una de ellas. Golpea a los débiles —algo que un caballero nunca podría hacer— y cada ataque es por debajo de la cintura. Le gusta especialmente patear a los vulnerables o a los que carecen de voz, y los patea cuando están en el suelo.
Así que el hecho de que una parte significativa —quizás un tercio— de los españoles vea lo que hace, escuche lo que dice y luego piense: «Sí, parece mi tipo de líder» es motivo de cierta confusión y no poca angustia para muchos, dado que se supone que los españoles son más comprensivos que otros, y la mayoría lo son y no hace falta ser muy observador para detectar ciertos defectos en este hombre.
Este último punto es lo que confunde y consterna especialmente a muchos; sus defectos parecen demasiado evidentes. Después de todo, es imposible escuchar un solo discurso o leer un par de declaraciones sin caer en el desánimo. Convierte la ingenuidad en un arte; es un Picasso de las contradicciones; un Shakespeare de la mediocridad. Sus defectos son fractales: incluso sus defectos tienen defectos, y así hasta el infinito.
Dios sabe que siempre ha habido personajes cuestionables en la política, y también mucha desfachatez. Pero rara vez la desfachatez ha sido tan flagrante, ni lo flagrante tan insensato. Hace que personajes nefastos como Rajoy parezcan estadistas y que otros líderes europeos parezcan tradicicionales. Si Frankenstein decidiera crear un monstruo compuesto enteramente de defectos humanos, crearía un Sánchez. Y un Doctor Frankenstein arrepentido se arrancaría grandes mechones de cabello y gritaría angustiado: "Dios mío... ¿qué... he... creado? Si ser un político mediocre fuera una serie de televisión, Sánchez sería la colección completa.
*Rafael Simón Gallardo es médico y cuenta cuentos inveterado...
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