La muerte del singular...

Está claro que hablar a favor del individuo hoy en día tiene mala prensa incluso puede traer problemas según el foro donde expresemos opiniones. El individuo ha perdido la guerra contra las masas igualitarias. A poco que se fijen hay un inmenso intento clasificador, taxonómico incluso taxidermista para disecar a las personas dentro de  grupos y que parezcan vivas aunque no lo estén. 

Nuestro nombre y apellidos ha dejado de ser el referente estable que nos define porque la familia tradicional formada por padre, madre y vástagos está muerta y enterrada. La única familia que es respetada es la que genera conflicto y dolor, la que desprende víctimas que se podrán asociar  y exigir el resarcimiento social que les pertenece y les fideliza. 

El lugar de nacimiento ha dejado de ser también referente de interés salvo que se perciba como distintivo nacionalista. España y Europa están muertas y poco aportan al colectivo predominante sin embargo la fortaleza miope de lo pequeño, de lo cercano cercena nuestro bienestar.  

Lo singular ha muerto, lo plural cohabita por doquier. 

Es más fácil pertenecer a colectivos anónimos que perseverar en un carácter único y particular. Es más fácil formar parte de organizaciones sociales que nos protegen que luchar en soledad por nuestras propias convicciones. Ahora lo que toca es apuntarse y militar por  jóvenes votantes, asegurados insatisfechos, jubilados sin renta, conductores ebrios, homosexuales impertinentes,  parados mentales, alumnos injustamente suspendidos, alcohólicos desconocidos, mujeres empoderadas, hombres inapropiados, niños pendientes de reasignación sexual, transexuales de ida y vuelta y ladrones sin guantes para empezar...

Sin embargo la humanidad si  algo ha sido es un colectivo de desiguales, de distintos y diferentes. Por eso hemos mejorado e incluso seguimos vivos cuando otras especies se extinguieron. La visión igualitaria es injusta e irreal y además no es posible. Nuestras diferencias nunca han supuesto  desventaja, es más nos han enriquecido y nos han hecho mejorar. La igualdad de derechos no quiere decir que todos seamos iguales porque no lo somos sencillamente y además, tenemos derecho a ser diferentes aunque se moleste alguien.

Solo hay un camino aunque sea el más difícil. Abolir la sociología enajenante, clasificadora en grupos que nos obligan a aceptar. Definirnos por lo que somos y hacemos,  no por el colectivo que nos acepte. Propiciar las condiciones sociales, económicas y legales que nos permitan alcanzar  metas personales decididas independientemente del color de piel, religión, nacimiento o gónadas colgantes.

Convencer a los hijos de que las diferencias no son el problema, sobre todo las de ellos mismos sino que más bien serán las ventajas que les definan en su futuro. Ser capaces de abandonar los herméticos arcones en los que nos han empotrado y superar las imposiciones del colectivo. Declarar a los cuatro vientos las diferencias que nos caracterizan sin miedo a la respuesta del grupo. Afirmar con rotundidad el yo para repudiar las arenas movedizas de las masas igualitarias  y así conseguir dejar de ser un número más de la lista interminable de un partido político, el anónimo soldado del ejército en  guerras de otros, el parado perplejo mientras espera el reparto paupérrimo del trabajo...

Volver a reconocernos por el nombre y los apellidos, por nuestras cualidades y defectos, por lo que somos y lo que hacemos. Aunque hayamos descubierto que no pertenecemos a grupo alguno, que no tenemos derecho a nada como les pasa al colectivo  de hombres occidentales heterosexuales y blancos. No importa, nada importa porque a cambio, seremos libres...

*Rafael Simón Gallardo es médico y cuenta cuentos inveterado...