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ENRIQUE VILA
ENRIQUE VILA Domingo, 24 de Enero de 2021

Perdonen que insista

Lo dicho, siento mucho insistir pero es lo que hay. La actualidad, por desgracia, manda. Si hace una semana protestaba por la caradura y el desprecio de ciertos cargos políticos colándose en la lista de vacunación, hoy ese virus (el de la desfachatez me refiero) se ha extendido tan rápidamente como su hermano mayor. Quizá más porque tiene más experiencia y no proviene de pangolín alguno.

 

Tengo claro que no es autóctono, propio y exclusivo de la piel de toro. Con seguridad habrá lugares, países, en que la ofensa y mezquindad de altos cargos y “carguitos” habrá aflorado en forma de caradura que se salta el turno porque “yo lo valgo” pero en esta materia la cepa hispánica se carcajea de cualquier otra. No tiene rival, lleva siglos entrenando y no pierde ocasión para mostrarse en todo su esplendor. Si quieres conocer a fulanito, dale un carguito, reza la sabiduría popular. Se llama experiencia.

 

Claro que no podía, ingenuo de mí, imaginar que alcanzara tan altas cotas. Siempre he pensado (mejor, creído) que hay obligaciones inherentes al cargo o profesión. Un juez no puede, no debe, dictar resoluciones ilegales; un policía no debería traficar con drogas; un sacerdote manosear monaguillos; un notario mentir en su dación de fe; un periodista manipular información y un militar mostrar cobardía o no dar ejemplo. Entre otros muchos. Nadie obliga a nadie a ejercer una profesión o cargo y desde el momento que accede a él los deberes del mismo son – deberían ser –frontera intraspasable. El edificio de una sociedad sana se asienta en esos firmes cimientos, ahora bien, si el hormigón o acero de la ferralla, el calculista, proyectista, arquitecto y operarios, son de mala calidad o escasa cualificación, peligra seriamente su integridad. Bonita palabra.

 

La extensión y contagio de la cepa española está fuera de control. Es imparable. Ya se preveía cuando el “doctor” Simón dijo que, en España, sólo habrá uno o dos casos de vacunación saltándose la fila. Premonitorio. Como todo lo que ha vaticinado el oráculo. Más le valdría sacrificar un buey y leerle los intestinos, las probabilidades de acertar serían mayores. Seamos justos y no hagamos sangre, iguales.

 

Hace unos días me he encontrado con una aplicación – hay para todo – que indica y predice la fecha de vacunación. Se introducen anónimamente los datos del solicitante (edad, sexo, sector laboral, etc.) y calcula de forma aproximada el momento en que, al ritmo actual, serás vacunado. En mi caso, y en el de alguno de mis conocidos que lo han probado, me anuncia que seré vacunado entre el 1 de junio y el 31 de diciembre de 2.021. Aproximadamente y con un margen de error de minutos. Que tengo entre un millón trescientos mil y tres millones de personas delante en la fila, supongo que “carguitos aparte”, www.omnicalculator.com se llama.

 

Lo que no sé es si el logaritmo de la aplicación, que por otro lado no tengo ni puñetera idea de lo que significa, ha previsto los sinvergüenzas que se saltan el turno por sus santos cojones, la ausencia y falta de previsión de jeringuillas, los cargamentos de vacunas que se “despisten” por el camino, las cartas de correos que aseguran eso de “ausente en horas de reparto” (estando en casa confinado), las dosis que se deterioren por este o aquel motivo y la falta de tiempo de los sanitarios de los centros de salud a quienes se les ha cargado, porque les sobra el tiempo, con la tarea. ¿Para qué vamos a habilitar estadios y polideportivos como hace Israel o Alemania? Eso es de flojos de pantalón. ¡Sujétame el cubata que le toso al virus en to los morros!.

 

Claro que el Jemad, a saber, Jefe del Estado Mayor de la Defensa, haga suyo el comportamiento de los alcaldes, concejales y algún consejero de sanidad, vacunándose antes que el personal sanitario militar o los militares destinados a misiones internacionales, como prevé el protocolo, me hace reflexionar. Ya sé que en estos tiempos es peligroso pero no he podido evitarlo. Lo siento ha sido un error y no se volverá a repetir.

 

Si alguna vez tuvo vocación militar parece que la perdió. Un militar es aquel que hace lo que hace para que otros no tengan que hacerlo. Que se sitúa en primera línea para sufrir el embate de enemigo, de la condición que sea, con tal de evitar que otros tengan que enfrentarlo. Que se prepara para ello porque asume el peligro y no teme, o sí pero no lo muestra, plantarle cara. Que comparte rancho y penurias con sus subordinados porque no les exige más que aquello que se exige a sí mismo. O eso creía.

 

Tan dados como somos a hacer coña de todo lo que nos rodea, me extraña que no rueden por las redes memes a cascoporro con la imagen del Excmo. Sr. General (que es el tratamiento adecuado al cargo, sobre el papel) inoculándose y  colándose para recibir la dosis que, según su criterio, le corresponde con prelación a médicos de primera línea, compañeros en misión internacional, ancianos necesitados, servicios de limpieza, cajeros/as de supermercado o repartidores de comida a domicilio, únicos pobladores de nuestras vacías ciudades.

 

La coña tiene un límite. Es muy divertida y necesaria para distraer la mente y reconfortar el espíritu, más en estos momentos de zozobra moral y mental, pero no cura la enfermedad nacional. Está instalada entre nosotros desde hace mucho y vive agazapada, latente, esperando su ocasión para dar la cara. Entrara por dónde entrara ha infectado, cual metástasis, todos y cada uno de los órganos del cuerpo social, incluso aquellos que, a priori, deberían ser más resistentes.

Superaremos la pandemia, esta y la que venga, pero habría que hacerse mirar otras dolencias menos mortales a corto plazo, aunque igual de letales en el tiempo frente a las que reaccionamos como las vacas ven pasar el tren.

 

*Enrique Vila es abogado. Fundador del despacho Romiel y Vila Abogados.

 

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