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ENRIQUE VILA
ENRIQUE VILA Miércoles, 24 de Julio de 2019

No contaban con mi astusia*

Hace unos días inicié un viaje familiar con avería de coche incluida. Un completo vamos. Hacía mitad de la Castellana, frente al Palacio de Correos, el coche dijo basta. Sería el cansancio acumulado de las entretenidas discusiones familiares, la ola de calor, el cansino e insoportable reggaetón (totalmente comprensible) o las aún más soporíferas y continuas noticias políticas de este nuestro país. No hay cadena de radio, musicales incluidas, que no dediquen la mayoría de su preciado tiempo a contarnos el desastroso panorama patrio, por lo menos de dos años a esta parte. Quizá tuviera algo de interés al principio pero lo poco gusta y lo mucho cansa. Dudo que haya hoy a quién le interese lo más mínimo.

 

El caso es que el embrague, cual contribuyente en período voluntario de renta – harto de ser pisoteado una y otra vez – se rebeló y por ahí te pudras. Que no me da la gana funcionar y nada más que hablar. Pues nada, chaleco amarillo y triángulo al canto. Llamada al seguro y, oye, las cosas a veces funcionan. Grúa y taxis para familia y maletas.

 

Ambos taxistas resultaron extremadamente amables y curiosos. Prototípicos. Habladores, simpáticos y alegres. Un gusto. Nos preguntaron por el problema que habíamos tenido; por el lugar de procedencia; por nuestro equipo de futbol, el local (aún teníamos esperanzas en el milagro de Ponferrada) y el nacional. A su vez nos informaron de su procedencia; uno de Albacete y anteriormente carnicero, venido a la capital del reino por cuestiones amorosas; el otro extremeño, terminó siendo taxista ante el cierre del negocio familiar. Hasta ahí todo bien. Más que bien.

 

Como las distancias en la capi no son las locales, tuvimos tiempo de repasar temas varios. Nos dieron su experta opinión (sin guasa) sobre fichajes, política y lo que surgiera. Mucho más interesante que cualquier tertulia de radio o tele. No en vano toman el pulso directamente de vena, face to face, face to nuca o face to retrovisor, como se quiera.

 

Contestábamos preguntas y las hacíamos en una tertulia que hacía más llevadero el trayecto y, de repente, algo cambió. No en ellos sino en mí. ¿por qué tanta curiosidad?, ¿escondía todo aquello algo más?, ¿qué interés podían tener en saber de dónde éramos y dónde vivíamos? El destino del viaje, la fecha de vuelta, si éramos del centro de la ciudad o de la periferia, si repetíamos o era la primera vez que íbamos. Y así un sinfín de preguntas que, con sus respuestas, dibujaban un perfil claro de nosotros. Una imagen muy definida y exacta de gustos, tendencias, residencia, estudios, trabajo, estado civil, aficiones, preferencias y estilo de vida. Todo lo que aconsejas – previenes – a tus hijos que no desvelen en las redes. ¡Maldito internet!

 

Y comencé a contestar con evasivas. Un “puede ser”, “no estoy seguro”, “vamos a ver” y la llave maestra de las respuestas tontas, cabe ante cualquier pregunta, la adoro, “eso es como todo”. Así llegamos a destino, pagamos la carrera y nos despedimos no sin antes desearnos muy buen viaje y una noche tranquila, respectivamente.

 

Ufano y satisfecho de mi perspicacia (no contaban con mi astusia), me enorgullecía de haber evitado el big data alimentado por el gremio de taxistas desde tiempo inmemorial. De impedir que todos estos datos, grabados a fuego en la entrenada memoria del conductor, fueran vendidos a multinacionales del marketing para controlar nuestros gustos y apetencias; que fueran usados para vendernos productos innecesarios o manipular nuestras vidas a su antojo. La buena acción del mes. Un crack oyes. No se me escapa una.

 

Horas más tarde embarcaba en un crucero contratado por internet. Para ello proporcioné mis datos y los de toda mi familia: fecha de nacimiento, sexo, profesión, domicilio particular, domicilio laboral, teléfono particular y de contacto, persona cercana a la que avisar ante eventuales emergencias, dirección electrónica, tarjeta de crédito, etc.. En el aeropuerto, antes de cruzar el control de seguridad, unas máquinas me hicieron una foto y comprobaron en su base de datos la realidad de mi pasaporte, antecedentes y demás información particular. Ya a bordo me proporcionaron una tarjeta llave del camarote, previa fotografía identificativa que con lectores de códigos de barras, quedaba asociada a mi persona. Obviamente, cada miembro de mi familia quedó igualmente registrado. Al consumir algo se grababa en el historial vía tarjeta, casi no tenía ni que pedir el segundo día pues mis gustos y preferencias estaban registrados.

 

Al bajar y subir del barco, se pasaba el lector de tarjeta por motivos de control y seguridad, y dentro de él se nos hicieron innumerables fotografías, por separado, por parejas, por familia, para agasajarnos. También se nos invitó, y accedimos, a registrarnos como asociados a la naviera y recibir ofertas, cuestionarios y demás formularios que rellenaremos oportunamente.

 

Eso sí, si pensaban los taxistas que íbamos a revelarles datos personales para que pudieran comercializar con ellos es que no contaban con mi astusia.

 

Enrique Vila es abogado. Fundador del despacho Romiel y Vila Abogados. 

 

* El Chapulín Colorado, programa de Televisa mejicano.

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