El temor de un abogado (¿sabio?)

Copio frase y título del libro segundo de la ¿trilogía? “Crónica del Asesino de Reyes”. Andanzas, venturas y desventuras, de Khovthe de Patrick Rothfuuss, a quien el diablo confunda por el resto de la eternidad y, si fuera posible, unos años más. Debería ser delito escribir un libro (“El nombre del viento”) en el año 2009, de esos que se disfrutan leyendo y apena acabar; su segunda parte (“El temor de un hombre sabio”) en 2011 y tener al respetable ocho años – y lo que te rondaré morena – esperando el tercero (dos mil novecientos veintidós días, con sus noches). Su ansiado desenlace. Es para decirle que se lo introduzca por aquella parte donde nunca brilla el Sol. No lo haré, solo lo pienso.
Cabreos aparte, el amigo Rothfuss nos dejó aquello de que "Todo hombre sabio teme tres cosas: la tormenta en el mar, la noche sin luna y la ira de un hombre amable.". Mutatis mutandi (al margen de los XMen, aclaro), todo abogado – no necesariamente sabio – teme varias cosas, tres esencialmente: la locuacidad de su defendido (cuanto menos diga menos debe desdecirse), los documentos desconocidos y el uso, superfluo, del derecho a la última palabra. Que vale, que bueno, que sí, es un derecho constitucional esencial. Pa ti la perra gorda. Pero que sea derecho no lo convierte en obligación y, normalmente, tampoco en conveniencia. Administrar adecuadamente los derechos es asignatura pendiente.
La mente, incluso la judicial, es un misterio tan grande como el Universo y desconozco si algún alegato final del acusado ha variado o influido en el veredicto del Tribunal. Me da que no. No lo digo desde la barrera, piso arena. Dudo incluso que lo hagan las conclusiones de los abogados, aunque esa es otra guerra. La penúltima palabra (la última es “queda visto para sentencia”) se parece más al último deseo del ajusticiado: cigarrillo, chicle, chupa-chup, venda o unas palabras para quedarse más a gusto que un arbusto. Influir, lo que se dice influir, no lo veo. Para eso están pruebas y vista oral.
Para lo que sí vale este esencial derecho es para echarse tierra encima y agravar el estado anímico de tu abogado. Aquello de que todo lo que digas podrá ser utilizado en tu contra tan cacareado en las series americanas. Tras la dura sesión de juicio, varias sesiones o meses de vista oral, interrogatorios de partes y testigos, revisión de documentos, peritos fajándose con fiscal y defensores bajo la atenta mirada (reprimendas incluidas, break-box) del árbitro del combate, llega la palada de tierra, el jarro de agua helada.
Para el acusado desesperado, que intuye lo que se le viene encima sin intervenir, es tarea hercúlea no aprovechar y decir su verdad. Si encima son políticos (presos) acostumbrados a sentar cátedra desde la comodidad del cargo, pues eso, apaga y vámonos. Pero eso de autolesionarse es para hacérselo mirar.
Comienza el malhadado turno y Junqueras, haciendo amigos, quita legitimidad al Tribunal, la causa nunca debió salir de la política y acabar en la Justicia. Vamos que escindir España por las bravas, contra toda norma, orden establecido (aceptado) y contra el soberano pueblo español – art. 1.2 CE – es una anécdota sin relevancia delictiva. Esto promete, va por buen camino. Sigue Romeva que, resumiendo, le hace un guiño de ojo a Marchena y le dice cuidadín con la sentencia, en tu mano está la opción de dejar esto en na y menos para que podamos continuar con lo nuestro. Gran y oportuno discurso decirle al Tribunal lo que tiene que hacer para no complicarse la vida. Impagable. Adelante Forn, tu minuto de gloria. Se ratifica en ser los artífices del referéndum ilegal prohibido por el T.C.; fue legal y punto, son mis ideas y seguirán siéndolo. Algo así como, en cuanto salga te monto otra de no te menees. Oportunísimo. Tomemos aire.
Al ruedo, bragado y astifino, Turull. El movimiento seguirá y Cataluña (su Cataluña debe entenderse) tiene el derecho a decidir y no pienso renunciar a ello. Olé. Vamos por el siguiente que no hay quinto malo. Hale Rull, tu turno. No hay cárceles suficientes y me da igual la sentencia, yo seguiré a lo mío, que lo sepas Tribunal Supremo. Un grande de la empatía. Sánchez (Jordi), comienza citando a Sócrates, el griego aquel que pudo fugarse y eludir su sentencia de muerte pero se quedó y acató el veredicto por respeto a orden y ley. Mandan huevos. Acaba con media verónica diciéndole al Tribunal que le pongan en libertad mientras meditan la sentencia. Creo que sí, que en eso están. Forcadell se permite aleccionar al Tribunal sobre la separación de poderes que se pasó por el forro mientras ejerció de presidenta. No sé cómo algún magistrado no abandona la Sala con ataque de risa. No está pagao. No se vayan todavía, aún hay más (Porky dixit).
Dolores (impecable el nombre) Bassa avisa al Tribunal. Ojo con la sentencia, puede ser solución o incremento del problema. Repasa eso de la división de poderes que pareces no tenerlo claro. Llega mi prefe, el otro Jordi, Cuixart. Ni me arrepiento, ni nada que se le parezca, estoy orgulloso y lo volvería a hacer, seguiré luchando como hasta ahora. Su abogado ha acabado con la provisión de antidepresivos. Vila, tocayo de cognomen, es más suave, no quiero líos. El más oportuno sin duda. Quedan dos, visto para sentencia y nos vamos de cañas que nos lo hemos ganado.
Turno para William Wallace (Borrás). ¡Otros vendrán y acabarán nuestra cruzada!, podréis encerrarnos pero no nos pararéis. Pura testosterona. Y por fin, the last one, Mundó que le viene a decir al Tribunal, mucho ojito con lo que hacéis, como el chiste del paciente que va al dentista y sentado en el potro de tortura le agarra por los testículos y le dice ¿no nos haremos daño el uno al otro, verdad?. Seguro que esto convence a la Sala.
Sus defensores asisten silentes, ojipláticos, a la catarata de despropósitos y se encomiendan al Santo de su devoción. Unos se santiguan, otros invocan a Zeus, Odín, Buda o Amon Ra. Señor llévame pronto o por lo menos que esto termine.
D. Manuel (Marchena), a micrófono abierto, con toda liturgia, formalismo y cara de poker, pronuncia el conjuro de la creación, “queda el juicio visto para sentencia”. ¡Uf!
* Enrique Vila es abogado. Fundador del despacho Romiel y Vila Abogados.


















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